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Recordatorio a los fallecidos en la epidemia de 1885 en el cementerio de Valencia. D. Torres
Valencia, cuna de la lucha contra el cólera

Valencia, cuna de la lucha contra el cólera

El brote más importante del siglo XIX en tierras valencianas se produjo en 1885 y causó 30.000 muertes

Juan Sanchis

Valencia

Domingo, 17 de noviembre 2019, 00:53

Las epidemias de cólera marcaron a la Comunitat Valenciana durante buena parte del siglo XIX. Entre 1834 y 1890 se contabilizaron seis epidemias que provocaron miles de muertes en el territorio valenciano. Se calcula que los embates de esta dolencia causaron cerca de 800.000 muertes en toda España.

Las deficientes medidas de salubridad que se aplicaban en la época y el desconocimiento de las causas de la pandemia son algunas de las causas que pueden explicar la expansión de esta dolencia. La práctica, muy extendida entre la población, de verter en las acequias las aguas residuales pudo propiciar también la extensión de la epidemia. La abundancia de terrenos de huerta en las inmediaciones de las ciudades valencianas hacían difícil la contención de la bacteria 'Vibro cholerae', que se caracteriza por provocar fuertes diarreas y vómitos.

La enfermedad se identificó por primera vez en el subcontinente indio en 1817 y pronto saltó a Europa. La primera ocasión que se detectó en territorio español fue en 1833 y la pandemia llegó a tierras valencianas en 1834. Fue el primero de una serie de episodios que culminan en la epidemia de 1885, la más mortífera. Se calcula que murieron unas cinco mil personas en la capital y 30.000 en toda la provincia.

Las autoridades no sabían contra qué luchar y veían impotentes cómo las muertes no cesaban de aumentar. Se encontraban con las manos atadas. Las medidas aislacionistas servían de poco ante un avance que parecía imparable. Frente a ello, actuaciones que podrían haber sido más efectivas, como el incremento de la higiene personal y de la salud pública no se empezaron a aplicar de forma masiva hasta bien entrado el siglo XIX.

El pánico que provocó la pandemia fue enorme. La infección afectaba sobre todo a pobres y obreros, pero nadie se libraba de su influjo. Su propagación era rapidísima y no había un remedio efectivo. Los síntomas consistían en virulentas diarreas y vómitos que provocaban la muerte del enfermo por deshidratación.

Valencia sufrió a lo largo del siglo varios brotes de cólera en 1834, 1855, 1865 y 1885. Hubo también otros dos en 1860 y 1890 que no tuvieron tanta incidencia.

El más grave fue el de 1885. El brote penetró por Novelda en agosto de 1884. Aunque fue dominado con celeridad, volvió a aparecer en noviembre de ese año en Beniopa, una población ahora integrada en Gandia. A mediados de marzo del año siguiente se volvieron a detectar casos en Xàtiva. Al cabo de una semana se localizaba en Valencia.

En un primer momento las autoridades valencianas optaron por ocultar la enfermedad a la población. Pero la epidemia se extendió con gran rapidez y la medida se tornó en ineficaz. Los casos en junio se habían disparado. En julio la situación aún era peor con casi 300 muertes diarias. Se tuvieron que organizar tres centros para acoger a los enfermos: el del Carmen, el de San Pablo y el de Arrancapins. Se detectaban hasta ocho casos diarios con una mortalidad que rondaba el 80%.

Las autoridades emprendieron medidas excepcionales como la limpieza de calles y alcantarillas y se procedió a la fumigación con desinfectantes que, aunque no eran muy eficaces, sí que tranquilizaban a la población. La infección remitió a partir de septiembre después de haberse cobrado la vida de más 4.900 personas e infectar a más de siete mil. De los más de cinco mil vacunados, únicamente murieron 54, según los datos aportados por la profesora María José Báguena en uno de sus trabajos.

LAS EPIDEMIAS

  • 1817. Se detecta la bacteria en la India. Llega a Europa en la década de los años treinta del siglo XIX.

  • 1834. Primera epidemia de cólera en Valencia. Se inicia en julio.

  • Costumbres. El cólera se propagaba con gran celeridad. Las costumbres higiénicas y de salud pública contribuyeron a su rápida expansión.

  • Muertes. La epidemia de 1885 fue muy virulenta. Se llegaron a producir cerca de 300 fallecimientos diarios y el balance final en la ciudad de Valencia ronda las 5.000 muertes.

Ante la situación, diversos médicos valencianos, entre los que se encontraban varios profesores de la Universidad de Valencia, reclamaron que se acudiera a Jaime Ferrán, un médico catalán que había estado trabajando en una vacuna contra el cólera. Era todo un aventurero. Se trajo la bacteria desde Toulouse a su laboratorio y con ella hizo los experimentos. Además, los primeros en los que comprobó la efectividad del fármaco fueron el mismo, su colaborador más cercano y varios miembros de su familia.

Ferrán contó con el claro respaldo de dos médicos que estaban en Valencia, según resalta la profesora María José Báguena. Se trataba de Amalio Gimeno, catedrático de Terapéutica en la Universidad, y de Manuel Candela, catedrático de Ginecología en el mismo centro.

Diversos médicos valencianos defendieron la presencia de Ferrán en Valencia como la medida más eficaz para frenar la propagación de la enfermedad. El facultativo catalán llegó en abril e instaló el laboratorio en la cocina de una casa entonces deshabitada en la calle Pascual y Genís que era propiedad de Manuel Candela, señala la profesora Báguena. Allí se puso a trabajar. Los primeros vacunados fueron la mayor parte de los profesores de la Facultad de Medicina y unos doscientos médicos.

A fines de abril Jaime Ferrán se dirigió a Alzira donde se vacunaron dos tercios de la población. Tras regresar a Tortosa para recuperarse del paludismo que había contraído, reinició la campaña de vacunación en Chiva, Cheste y Benifaió.

Controversia

La aplicación de la vacuna contó rápidamente con el respaldo de gran parte de los profesores de la Facultad de Medicina. Aunque pronto hubo un gran grupo de detractores, según relata la profesora Báguena. La polémica sobre la administración de este inyectable obligó a las autoridades municipales a crear una comisión que emitió un dictamen contrario a Ferrán. Este abandonó enfadado la ciudad. Se le acusaba de estar movido por intereses comerciales y también se le achacó que no diera a conocer los procedimientos que había seguido para conseguir la vacuna.

Placa en la calle Pascual y Genís que recuerda el lugar donde estaba el laboratorio del doctor Ferrán. D. Torres

Entre los detractores del científico se encontraba el mismo Santiago Ramón y Cajal que entonces ocupaba la cátedra de Anatomía de la Facultad de Medicina de Valencia.

El carácter de Ferrán no facilitaba el entendimiento. Se concitó la enemistad de diversas personalidades que tenían influencia sobre el Gobierno español. Además, no tuvo pelos en la hora para criticar con dureza algunas de las medidas que tomaban las autoridades. Los detractores, además, aprovecharon que la vacuna era ineficaz en los ya contagiados para desacreditar al médico.

El hecho de que el gobierno conservador del momento no apoyara la vacunación, según Báguena, facilitó que los partidos de la oposición se mostraran fervientes partidarios del descubrimiento de Ferrán.

Como ha sucedido con otros investigadores, el reconocimiento le llegó tarde y en muchos casos fue por parte de instituciones extranjeras. La Academia de Ciencias de París le distinguió en 1907 con el premio Bréant. Su vacuna fue utilizada poco después en la India a gran escala y también se suministró a los soldados de los ejércitos europeos que durante la Primera Guerra Mundial combatieron en el frente de los Balcanes.

El papel de los 'fematers' y 'aiguaders'

Una figura típica en la Valencia del XIX era el del 'femater'. Recorrían la ciudad y eran los que recogían las basuras recorriendo las calles por las noches. Estos restos, al contener mucha materia orgánica, servían de abono para los huertos de la zona. De estos procedían muchos de los alimentos que se consumían y que pudieron ser vectores de la transmisión de la enfermedad. También se llevaban las deyecciones de los enfermos. El tiempo, y también razones de higiene, llevaron a la desaparición del oficio.

Otro de los oficios que pudo contribuir a la difusión de la enfermedad fue el del 'aiguader'. Se trataba de la persona que transportaba el agua desde los pozos hasta los domicilios. El transporte se efectuaba tres o cuatro veces a la semana. Era fácil encontrarlos al atardecer por las calles de Valencia. Es otro de los vectores que pudo contribuir a la transmisión de la dolencia.

Durante el siglo XX todavía se han producido brotes epidémicos en España. Los últimos fueron en los años 1971 y 1979, pero tuvieron escasa importancia. Actualmente sólo se detectan casos aislados, pero en los países en desarrollo continúa siendo un problema de salud.

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