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De sus tiempos como taxista conserva Guillermo Sánchez una especie de reloj interior que se activa cada mañana, cuando el sol empieza a romper ... para derramar sobre Valencia esa luz tan especial. Una luz blanca que a orillas del mar, cuando barre el frente marítimo y choca contra las nubes o contra el azul del cielo, depara postales de ensueño. Es entonces cuando el protagonista de esta singular historia pone los pies fuera de la cama, se viste y se calza, toma su cámara de fotos y sale al encuentro de una cita que cada día le convoca en la playa de la Malvarrosa, cerca de su casa en la esquina de Justo y Pastor con Maderas. Dispara unas cuantas instantáneas, que luego comparte con generosidad por las redes sociales, y regresa al hogar. Objetivo cumplido. El amanecer de Valencia ya tiene quien le retrate.
Cuenta Guillermo que, salvo graves imponderables, cumple cada día con ese rito, al que sigue otro protocolo igual de invariable: tomadas sus fotografías, se entrega con semejante entusiasmo al tradicional almuerzo y luego visita a su madre y da con ella un paseo por el barrio. Ventajas de tener todo el tiempo del mundo a su disposición, desde que se jubiló al volante, actividad a la que consagró durante cuatro largas décadas su vida profesional, mientras mantenía vivo el idilio que surgió con este pasatiempo de la fotografía también hace largo tiempo, de la mano de un primo que le inició en los secretos del clic, el obturador y el revelado. Una afición que ahora congenia con la costumbre de madrugar y lanzarse a por su captura, hábito que se activa un par de horas antes de que amanezca. «Ahora sale el sol hacia las ocho y veinte», explica, «La luz en ese momento es mágica», prosigue, «mucho mejor que cuando el día avanza y el cielo se despeja. A las once, esa luz no me dice nada».
¿Y qué encuentra de especial en ese instante exacto que tanto le cautiva? Guillermo, con el ojo muy bien entrenado, responde que mientras la mañana se despereza irrumpen con ella una generosa serie de tonos violetas, rosas y rojos, que estallan ante su objetivo con una riqueza que desata en él un alma de poeta: «Ves la vida comenzar otra vez». Más poesía: Guillermo confiesa que de esos fugaces segundos en que retrata Valencia mientras amanece le gusta también el rumor de las olas batiéndose contra el mar, la majestuosa salida del sol, la presencia sutil de alguna nube... «Cuando se junta todo, es un cóctel perfecto». De guinda, dos estupendas compañeras de viaje que contribuyen a la armonía del resultado final: las olas y la arena. Dueñas de su propia cuota de lirismo.
Guillermo va contando los detalles de su afición, adquirida hace cinco años (está a punto de cumplir 72), mientras advierte de que aunque se vale de su potente cámara, la mayoría de imágenes las acaba captando con su teléfono móvil. Sí que recurre al zoom de su Panasonic para saludar al sol cuando aparece por el horizonte, pero el móvil le permite una instantaneidad que aporta una gracia singular a sus criaturas, que cumplen con un mandato no escrito: si en el paisaje brota la figura humana, prefiere que el retrato sea a contraluz, como se observa en alguna de las imágenes que acompañan estas líneas.
¿Y qué le dicen los retratados cuando le ven aproximarse a esa rara hora para inmortalizar la cara que tiene Valencia cuando se quita las legañas? Guillermo sonríe. Tiene dividido al paisanaje circundante en dos categorías («Está el que trasnocha y está el que madruga», dice) pero de su larga experiencia como retratista del amanecer extrae una conclusión: ambas especies humanas se comportan igual ante su cámara. Agradecidas y obedientes «Yo primero disparo y luego pregunto si les importa que les fotografíe», relata, «porque si pido permiso, la gente se siente forzada a posar y no me gusta cómo sale. Sin naturalidad».
También es cierto que de las cinco mil fotografías que atesora en su cuenta de instagram (www.instagram.com/guisamo/) predominan los encuadres sin huella humana, tal vez porque no la necesita para construir ese hermoso conjunto donde no hay ninguna foto mala. Un completísimo catálogo de la Valencia que madruga de donde se confiesa incapaz de extraer su favorita: opta por enviar unas cuantas por correo para que sea el periodista quien elija. Tarea homérica. Pero si hay que seleccionar una, que sobreviva ese retrato de la marina que se incluye en la galería que ilustra este reportaje: un cielo de colores, nubes de algodón y la estampa elegante y serena de los barcos sobre un Mediterráneo que desborda paz.
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