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Los cuatro ocupantes ilegales del bajo posan en la calle Yecla.

Vecinos desesperados por los okupas en Valencia

Residentes de la calle Yecla sufren desde hace años peleas, suciedad y consumo de drogas en un bajo donde malvive un grupo de personas

Martes, 24 de octubre 2023, 00:57

Dos realidades conviven en la misma acera de la calle Yecla, en el barrio de Algirós de Valencia. Mientras un grupo de personas que ... protagoniza la ocupación ilegal de un bajo defiende que se encuentran allí por necesidad, los vecinos de la zona critican que se trata de personas problemáticas. «Es desgarrador pasear con tu bebé y verlos drogándose», cuenta María Messerdi, vecina de la finca que se encuentra pegada al bajo ocupado ilegalmente desde hace dos años.

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«Muchas veces se oyen peleas entre ellos y luego la mujer sale del bajo llena de moratones», cuenta María. La comunidad de vecinos de la finca está muy unida para conseguir que abandonen el bajo. Incluso destacan que han cometido hurtos en algún comercio cercano.

Los vecinos opinan que no se tratan de meras personas vulnerables que hayan buscado un lugar en el que refugiarse. Desde que se instalaron en el bajo, la acera está plagada de jeringuillas y heces. «Se ponen en la puerta del estanco a pedir cigarros y ahuyentan a los compradores», lamenta Mónica, comerciante de la zona. Mila, María Amparo y Rosa llevan toda su vida viviendo en la finca de la calle Yecla: «Antes daba orgullo decir que vivías aquí, ahora da vergüenza», comentan las mujeres, que reclaman el desalojo urgente. Desde hace dos años, los cuatro ocupantes están en un bajo que pertenece a un fondo buitre.

A pesar de las insistentes llamadas de los vecinos a la Policía y los escritos remitidos al Ayuntamiento de Valencia, la situación se ha enquistado en la calle Yecla. Jorge cuenta que hacen sus necesidades en la vía pública. «Cuando no defecan directamente en la acera lo hacen en cubos de limpieza que dejan fuera del bajo», narra el hombre. Asediados por una situación de insalubridad e inseguridad.

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En los meses de verano, los residentes ilegales sacan los colchones y los tendederos a la calle «dando muy mala imagen». «En invierno se ponen velas. Se les pueden caer y se incendiará todo. Es muy peligroso», opina Jorge. El hartazgo de los vecinos les llevó a grabar cómo una de las ocupantes se inyectaba droga en plena acera, sin importar quién pasara por allí y sin inmutarse.

Los vecinos también han vivido encontronazos. Mientras Jorge habla por teléfono, se escuchan gritos de pronto, acaparando el foco de atención de la conversación. Ya se han acostumbrado a vivir entre el alboroto y el jaleo que día sí y día también se arma en el bajo de la calle Yecla, donde antes estaban las oficinas de un banco. La situación está descontrolada. Los vecinos aseguran que también encienden fuegos rodeados de material inflamable como colchones o muebles que cogen de la calle y roban bicicletas del barrio. Incluso protagonizan peleas entre ellos. El hombre asegura que también portan armas consigo.

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Jorge vivió el otro día una situación muy desagradable. «Iba paseando con mi bebé de tres meses y les pedí si podían quitar las cosas para pasar y se enfrentaron contra mí», relata. Los vecinos, hartos de convivir con esta situación, solicitan una solución lo antes posible para poder recuperar la tranquilidad y no tener que ver más jeringuillas desparramadas por el suelo.

Las peleas entre ellos también son constantes, como apuntan los vecinos. Incluso mientras justifican a LAS PROVINCIAS su presencia en el bajo, las dos mujeres discuten. La más mayor de ellas le arranca un trozo de piel de la mano cuando esta se acerca. Y comienzan a gritarse. «¡No le hables así que luego la toman por loca!», le espeta su pareja. El hombre reconoce que el único dinero que recibe es la prestación que le dieron tras salir de prisión. Cumplió condena por robo y por agresiones. «Me metieron poniendo que había cometido atracos pero yo ni siquiera sé lo que es atracar», afirma.

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Mientras, la otra pareja que reside en el bajo de la calle Yecla asegura que cobran una prestación dado que ambos padecen problemas mentales. «Llevamos viviendo en la calle desde hace 20 años. Nos comen las ratas. No tenemos ni agua, ni luz, ni nevera». A pesar de que los vecinos dicen que hacen sus necesidades en la acera, ellos se defienden diciendo que son «muy limpios».

El bajo okupado en la calle Yecla. José Luis Bort

«Tenemos más ganas de irnos que ellos de que nos vayamos»

Los cuatro ocupantes del bajo pasan el día sentados en la acera. Las horas transcurren y allí siguen. Saben perfectamente que los inquilinos de la finca colindante se sienten incómodos por su presencia. Así que responden: «Nosotros tenemos más ganas que ellos de irnos de aquí. Pero no tenemos dónde ir, estamos desesperados», dice uno desde su asiento.

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Ni siquiera los propios residentes ilegales niegan que consuman estupefacientes. Uno de los hombres que vive en el bajo confiesa: «He sido drogadicto. Ahora estoy con tratamiento de metadona». Según él, ha tenido «recaídas porque es insoportable vivir aquí. No tenemos ni agua ni luz ni ningún lugar en el que asearnos». Su pareja niega que ella también esté atrapada en el pozo de la drogadicción. La mujer se arremanga y enseña sus antebrazos mientras chilla. «¡Mira! ¡No hay marcas!»

Uno de los ocupantes ilegales dice que las cuatro personas que viven allí padecen problemas de salud. «Yo estoy enfermo del hígado y tengo sida desde hace 40 años», dice. Lejos de alejarse de la prensa, aprovecha la oportunidad para contar su historia. De hecho, piden que alguien se apiade de su situación y les deje algún piso a un precio asequible que puedan permitirse con sus pensiones.

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El otro hombre que reside allí de manera ilegal se levanta de la silla y muestra su tarjeta bancaria. «Hazle una foto al número de cuenta. Sólo con que cada persona me diera un céntimo ya tendría suficiente para vivir», espeta con convicción. También admiten que discuten entre ellos y que eso puede acabar alarmando a los vecinos. «No aguantamos la presión», resuelven.

Además, afirman que han entrado en su vivienda a robarles un patinete y dos móviles. Como no tienen ninguna cocina donde mantener en buen estado la comida tienen que comprar diariamente. Y no siempre pueden permitírselo.

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