

Secciones
Servicios
Destacamos
Los vecinos de las plazas del Cedro y Honduras añoran el confinamiento. Es posible que sean los únicos, «pero entonces al menos dormíamos», lamentan, asediados por el botellón. Y es que el corazón de la Valencia universitaria late en estas plazas, como dos ventrículos de un mismo músculo que se expanden a norte y sur de Blasco Ibáñez. Sin embargo, en estas zonas aparece larvada una enfermedad insidiosa: el consumo de alcohol en calles y pisos, que complica los días (y sobre todo las noches) de los vecinos de los alrededores de las plazas. En plena pandemia y a la espera del toque de queda, LAS PROVINCIAS recorre las plazas y pregunta a los ojerosos residentes cómo es vivir sin dormir. «Reto a que venga Ribó aquí a pasar una noche», dice elocuentemente uno de ellos. El enfado, como se dice, va por barrios.
Y en este, Ciutat Jardí, el cabreo es la nota generalizada. Por la mañana la situación está tranquila. De las decenas de locales de restauración y ocio que hay tanto en Honduras como el Cedro sólo unos pocos abren y de cara a mediodía comienzan a ampliar las aceras. Es miércoles por la mañana. «Es mal día para venir por aquí, no hay nadie», dice una de las vecinas. Pero este diario ha querido acercarse precisamente cuando las calles son de los vecinos y los chavales duermen o están en clase. «A partir de las cinco de la tarde, la situación se descontrola», dicen. Pero será sólo de jueves a domingo. Recibe la pregunta una amarga carcajada: «Esto es así todos los días».
Pero, ¿cómo es 'así'? «Hay jaleo todos los días hasta las dos o las tres de la madrugada. Las terrazas son tan grandes que no puedes pasar y tienes que bajarte por la calzada, eso pasa ahí detrás», dice una vecina. Se refiere a la calle Serpis, donde entre coches aparcados y las terrazas ampliadas por la pandemia, aseguran, apenas hay espacio para los peatones. Otro residente, que tampoco quiere dar su nombre, dice que a las siete de la mañana, cuando sale a pasear, «me encuentro a la gente por todas partes». 'La gente' son los jóvenes que van de recogida y que «han pasado la noche en la plaza haciendo botellón y armando escándalo», cuentan.
Preguntados los residentes por si la Policía Local acude cuando son requeridos, aseguran que sí. Sin dudarlo. «Pero da igual. Vienen, dicen a los chavales que se vayan o a las terrazas que no se pueden salir de los límites marcados y cuando se suben al coche y se van todo vuelve a la normalidad», comentan. Algunos de estos residentes, por cierto, tienen comercios, pero no quieren siquiera que se les identifique por miedo a problemas con los jóvenes. Viven atemorizados, de forma más o menos justificada, pero es así. Fuentes de la concejalía de Protección Ciudadana reconocen que acuden a menudo a la zona, pero insisten en que España «no es un estado policial». «Hay una parte importante de resposabilidad personal, tanto de los propios jóvenes como de los padres. No podemos estar detrás de todo el mundo», explican las mismas fuentes. Sí ayudaría, dicen los vecinos, que se activara un protocolo especial en esta zona tal como se hizo hace unos meses en Benimaclet, con la presencia constante toda la noche de una patrulla en la plaza del barrio. Se evitó así el botellón que martirizaba también a ese enclave joven de la ciudad.
El recorrido por las plazas de Cedro y Honduras continúa. Los vecinos apuntan otro problema que se da en toda la ciudad pero que en esta zona es «casi dramático», como reconocen: la falta de aparcamiento. Más allá de Blasco Ibáñez, las calles en Ciutat Jardí cuentan con pocas plazas de aparcamiento, que ahora se han visto aún más reducidas con la ampliación de las terrazas. El Consistorio decidió que ocuparan la calzada para dejar la acera más libre, pero se ha conseguido saturar las aceras y además eliminar plazas. «Los niños ni tienen sitio para jugar ni en los parques, que están llenos de sillas y mesas donde la gente está sin mascarillas», indican los residentes consultados.
El botellón es una enfermedad que incluye distintas manifestaciones, síntomas, si se quiere. Uno de ellos son las despedidas de soltero, que vuelven a darse en las plazas del Cedro y de Honduras, aunque son más típicas de la primavera. Pero el confinamiento retrasó las bodas y con ellas, estas fiestas callejeras que sacan de quicio a los vecinos. Otro síntoma es la rápida expansión de la dolencia: el botellón, aseguran los vecinos, llega incluso a los jardines centrales de Blasco Ibáñez, que están en un más que mejorable estado de conservación.
«Por las mañanas amanece la avenida llena de basura», dice Carlos González, el único vecino que accede a identificarse, pese a que vive en un primero justo encima de una de las terrazas. «He perdido el miedo, junto a la capacidad de conciliar el sueño», dice apesadumbrado. Él es uno de los vecinos de la zona que estudia mudarse, como ya ha ocurrido en otros barrios como El Carmen y Ruzafa, ante los problemas de convivencia.
Hablan los hosteleros. Mario Pérez, presidente de la Asociación de Hosteleros de Honduras (recién fusionada con la del Cedro), explica que el problema en el barrio son «cinco o seis locales que todos sabemos quienes son» que no cumplen las normas, así como la gente que vende latas por las calles. «Cuando yo veo en mi terraza a alguien haciendo ruido le pido que calle», dice.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.