A vista de Parotet

Veinte años después el Parotet vuelve a lucir, desde la base hasta azotea imaginaria de su cabeza, un lustroso color azul ultramar. Sobre el hierro de la estructura se han aplicado 65 litros de imprimación y 125 de pintura que aún desprende un aroma característico en las dos o tres zonas donde los operarios dan los últimos retoques. Hoy se comenzará a desmontar el andamio y en unos días se podrá observar la figura del guerrero ideado por Miquel Navarro y transformado por el imaginario popular en una libélula. Ayer se llevó a cabo la última inspección técnica para dar el visto bueno y fue la última oportunidad para subir hasta lo más alto de la escultura, algo que ya no se podrá hacer, como poco, hasta dentro de unos veinte años si se cumplen los compromisos de la empresa encargada del trabajo.

Desde lo alto, en el centro de la enorme rotonda que da entrada a la avenida de Francia, las vistas son espectaculares y, también, poco indicadas para quienes tengan miedo a las alturas. Desde la cabeza de este gigante de 46 metros y 93 toneladas de peso se contemplan con privilegio de ave la Ciudad de las Artes o la vecina torre de Francia y, como anécdota, se descubre en la pieza superior de la obra, justo en su centro geométrico, un pequeño círculo de puntos grabados sobre el metal. Algo enigmático, imposible de ver desde ningún lugar y difícil de distinguir incluso estando cerca. Una marca que merece una llamada al artista que, a su vez, investiga en la fundición donde se hizo la pieza. Responden que se trata de un «trazado constructivo como referencia del montaje», una marca destinada a asegurar la perfecta simetría y ensamblaje de las piezas. No hay misterio, bromea Miquel Navarro al otro lado del teléfono, «podemos descartar que sea obra de los extraterrestres».

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