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Patio con los critales rotos y la puerta forzada de uno de los edificios ocupados ilegalmente en Orriols. Iván Arlandis

«Vivo entre rejas para que no me ocupen la casa»

El relato de los vecinos de Orriols y su temor a los ocupas en un barrio devastado por la delincuencia y la ocupación ilegal

Mar Guadalajara

Valencia

Viernes, 1 de abril 2022, 00:34

La puerta del patio estaba abierta de par en par y con los cristales rotos, el mal olor se percibía con los primeros pasos. Al entrar y en el hueco de las escaleras, junto al ascensor, las heces explicaban ese hedor. Más adelante, en el ... cuarto de contadores la basura apenas permitía cerrar esa otra puerta. Pero no hacía falta entrar a la finca para ver lo evidente: persianas bajadas en casi todas las ventanas de las viviendas que nunca llegaron a manos de sus propietarios. 

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Los ocupas han ganado terreno a los vecinos en Orriols, y la mayoría a base de amenazas, delincuencia y suciedad. Algunas familias sin recursos, las menos, caen en la trampa de quienes se aprovechan de su situación: les facilitan la entrada a pisos vacíos y aún les cobran un alquiler. Desmontar puertas enteras, rejas, ventanas o pagar a otros para saltar por las terrazas, los vecinos relatan todo tipo de tretas, tejemanejes e ilegalidades con el único fin de ocupar. 

La crisis económica de hace más de diez años dejó muchos pisos vacíos en fincas antiguas que han sido el blanco fácil para traficantes y delincuentes. Los vecinos sufren a diario las consecuencias, en muchos casos, con imposibilidad de denunciar. «La ley les protege, lo increíble de todo es eso, muchos pisos son de los bancos y estos no hacen nada por el resto de propietarios, ni siquiera pagan los gastos de la comunidad de vecinos», relata Cristina. Ella vive en una calle próxima a la zona cero, donde señala varios pisos ocupados. «El que tiene las maderas tapando el balcón es uno por ejemplo, y ese con la persiana bajada, otro, que además venden droga, ahí sólo la suben un poco por la noche»; comenta. 

«La pandemia ya ha pasado factura a los ancianos y ahora que podían volver a la calle no salen por miedo», indican

Los llaman «narco pisos» y no por capricho, las amenazas son constantes, las reyertas y peleas entre ellos también. «Nos han hecho pintadas en negocios, amenazando de muerte, 'muerte a los chivatos', ponía, te tienen controlado, te hacen gestos por la calle, así», dice pasándose el dedo índice por el cuello. «También han llegado a dar palizas a la gente joven o a robar a los más mayores», añade Cristina. 

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Ella entiende que los jóvenes aún tienen oportunidades pero la situación es muy distinta para la gente mayor y sin posibilidad de marcharse. «La pandemia ya les ha pasado factura a los ancianos y ahora que podían volver a la calle no salen por miedo a que les entren en casa y se la ocupen», asegura. 

Y algo parecido le ocurrió a Josefa, que vive en la misma finca que Cristina. Josefa estaba reformando su vivienda y se marchó durante el tiempo de las obras. Un día, una vecina se percató de que le habían cambiado la cerradura y avisó de inmediato. «Cuando nos dimos cuenta habían cambiado el bombín y ya estaban dentro del piso, se habían colado por la terraza, pagando a los de la otra finca para que les dejaran entrar y saltar desde ahí, por suerte conseguimos volver a cambiar el bombín y evitamos que se quedarán», explica. 

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Iván Arlandis

Ese mismo temor es el que siente Cristina a diario. «Vivo entre rejas», confiesa que tampoco descansa hasta que su hijo no entra por la puerta de casa cuando llega de trabajar, tarde por la noche. «Es una planta baja, entro por el patio pero tengo dos terrazas, y todo está lleno de rejas, ni siquiera me atrevo a irme un fin de semana por ahí ni de viaje claro, por si nos entran». 

Una vez se ha forzado la entrada, la ocupación ilegal es complicada de combatir. En algunas de las comunidades de vecinos afectadas en Orriols han tenido que aferrarse a cualquier vía para denunciar y reclamar. «Si los pisos pertenecen al banco estás perdido, porque no hay respaldo legal, sólo se puede denunciar cuando el impago de los gastos de comunidad asciende a 3.000 euros, y lo que suelen hacer es que antes de que se llegue a esa cantidad, pagan un poco de dinero para quitarse deuda y así evitan que los vecinos puedan poner denuncia», detalla Cristina. 

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«También han llegado a dar palizas a la gente joven o a robar a los más mayores», añade una vecina del barrio

José Luis conoce muy bien la zona. «Nací aquí y ahora estoy jubilado, lo que han hecho con el barrio es terrible, si los políticos vivieran aquí lo verían lo que es cada día enfrentarse a esta situación». La historia se repite y José Luis cuenta como en el edificio de su madre también había pisos ocupados. «Pero conseguimos echarles, aunque no diré cómo, todo fue legal, eso por supuesto», dice. 

Ahora hasta en las zonas más nuevas del barrio sienten el peligro. En la parte más próxima al estadio del Levante los residentes no habían querido involucrarse en la lucha ni en las constantes manifestaciones de quienes viven en la zona más antigua. «Ahora que han sufrido varios atracos y que tienen ocupas en sucursales bancarias que han cerrado, ahora sí que piden ayuda y buscan nuestro apoyo», comenta José Luis. 

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En al menos dos sucursales y hasta en otra planta baja acristalada han conseguido entrar. «Mira aquí, han rebentado una parte de cristal, han colocado una puerta y están durmiendo ahí dentro», desde uno de los cristales rotos se puede entrever los colchones en el suelo y la miseria, al fin y al cabo, que sufren. «Estos no son problemáticos, pero la suciedad se va acumulando». 

Comercios amenazados y plantas bajas cerradas

En la parte cercana a la zona cero cuesta ver negocios o comercios abiertos. Los pocos «valientes», como definen los propios vecinos, lo pagan caro: amenazas, pintadas, insultos y hasta robos.

Una ferretería y de venta de electrodomésticos estuvo durante meses abriendo sólo por las mañanas porque el propietario estaba bajo la amenaza de alguno de los delincuentes que trafican con droga. A partir de las seis de la tarde los vecinos relatan el miedo de pasar por ciertas calles porque es a esa hora cuando ellos empiezan su actividad, atestiguan. Es por ello que negocios como el de la ferretería no pudieran abrir por las tardes, algunos por voluntad propia y otros por estar amenazados. Los propietarios ni siquiera han querido prestar su nombre ni su testimonio por temor a las represalias.

En otro negocio, esta vez uno de lavandería, también se han visto arrollados por la ruina de la ocupación ilegal. «Todos se juntan en el bar de ahí al lado, y la gente ya no quiere pasar por ahí, no se atreven, el pobre chico no sabe qué hacer ni cómo sacará adelante el negocio», relata una vecina.

Algunos deciden cerrrar a las seis de la tarde, otros directamente han desistido y deciden echar el cerrar definitivamente a sus negocios, por ello es más habitual ver un barrio mermado, que poco a poco se queda sin actividad comercial como relatan los vecinos.

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