
J. AGUADÉ
Lunes, 7 de julio 2008, 03:55
La montañera valenciana Rosa Real sigue poniendo muescas en su ya afamado piolet. La última, una de las montañas a la que todo escalador con ambiciones siempre quiere tener en su currículum: el McKinley (Alaska, 6194 metros).
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No es, ni mucho menos, una montaña que reclama una excelente técnica alpina; tampoco es una montaña que tenga una altura en la que la condición física sea imprescindible. No hay que ser un superman para aclimatarse a la montaña americana. Sin embargo, la gran dificultad que tiene ese hito helado es la climatología que se da en Alaska. El hecho de estar tan al norte le hace estar muy expuesta a las condiciones extremas que se dan en el Polo. Así, si hay una borrasca las complicaciones se elevan al infinito para los escaladores que quedan a merced de una montaña que se vuelve hostil y peligrosa.
Rosa Real fue la líder de una expedición de cinco mujeres españolas: Elena Real, Esther Vives, Patricia Viscarret, Marisa Puchades y la valenciana (cuatro llegaron a hollar la cima). Su experiencia en montañas de mayor enjundia (Cho Oyu, 8.201 m en 1996, Gasherbrum, 8.035 m en 1999, Everest por su cara norte, donde alcanzó la cota de 8.650 m sin oxígeno artificial en el año 2000) le valieron para liderar un grupo que necesitó de diez días para, de forma absolutamente autónoma, alcanzaran la cumbre del Denali (nombre aborigen de la montaña de Alaska).
El día de la cumbre, no sin antes haber instalado hasta cinco campos de altura (lo que les vino muy bien para conseguir una rápida aclimatación), tardaron seis horas y media en alcanzar la cima mientras que sólo tres horas y media en regresar al campamento III.
Las previsiones iniciales para el día del ataque final era muy buenas. Sin embargo, poco a poco la jornada se fue complicando y casi cuando llegaban a la cumbre la visibilidad se fue perdiendo y el frío subió drásticamente.
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Después de la experiencia alpina a Real y sus compañeras les quedaba uno de los momentos más gozosos de la aventura. Hasta el campo III habían porteado sus esquíes por lo que disfrutaron de un descenso sobre nieve virgen que tardarán en olvidar.
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