No se limiten a llorar, peleen
PPLL
Domingo, 4 de enero 2009, 03:04
Todos lo hemos escuchado muchas veces: "Los agricultores siempre están llorando". Es una constante, lo de quejarse y lo de señalar desde fuera que siempre se quejan. El mundo urbano suele ver al rural como algo idílico o bien como un valle de lágrimas. ¿Tienen razón quienes lloran así, quienes se quejan casi de forma sistemática por su mala suerte económica y las pocas atenciones que reciben en una sociedad moderna y opulenta? Desde luego que sí. No cabe discutirlo. La prueba es que hablando de una actividad en franco retroceso. No hay jóvenes que quieran trabajar en el campo. Por algo será. Todos aspiran hoy a 'colocarse', a ser posible de funcionarios o en algo similar. La Administración pública no quiebra ni cierra, y se está más calentito. Cada vez se pelea menos, se pierde el hábito del esfuerzo personal, del sacrificio, del riesgo asumido que nos da unas veces cal y otras arena. Mejor ir a lo seguro. Es lo que nos predican desde las instancias públicas. Votadme y os lo arreglaré, viene a decirnos todo político. Luego, cuando la realidad hace que se desvanezcan las garantías prometidas, las culpas son del de enfrente, que también dio por seguro lo mismo. Así que nos lo deben resolver unos u otros. Los agricultores han acabado por contagiarse de esta tónica. Muchos aguardan a que llegue el gobierno salvador y se lo arregle, y entre tanto, se lamentan de que no llegue el maná, la mano auxiliadora, que difícilmente se presentará. ¿Qué hace el ministerio, o la conselleria?, preguntan con frecuencia, con lo que queda implícita la sospecha de que no hacen nada. Al menos, nada que vaya a tener una repercusión inmediata, reveladora, que imprima un cambio radical. Hay como un sentimiento de providencialismo. Se espera un milagroso favor, se confía en que alguna vez cambiará esto, pero no cambia, y se sigue con el lamento, mientras se acusa desde otros ángulos a los agricultores de estar siempre llorando. Tiene razón el sufrido cultivador de quejarse, es el primer eslabón de la cadena, el único imprescindible, porque produce la materia prima esencial, la que nos provee de comida, y, en cambio, es el único condenado a perder. Todos se salvan y tienen asegurada su ganancia menos el, cuando es el más necesario. Oferta y demanda. La cadena se nutra bien con lo que produce el primer eslabón y sin embargo reserva a este lo mínimo, casi nada, ya ni lo suficiente para poder volver a producir. Triste herencia. Y aguardamos reglas protectoras, a las que se tiene derecho en una sociedad avanzada, pero no llegan. ¿Sirve de algo continuar con el lloriqueo estéril?, ¿no vemos que no conduce a nada, salvo a dar motivo de mofa a los demás? ¿Por qué no se va más al grano? Peleen, en vez de limitarse a llorar, a la espera de la comprensión oficial y de la sopa boba que no llega. Recuerden aquella frase histórica del presidente Kennedy: "No preguntes lo que América puede hacer por ti, sino qué puedes hacer tú por América y por la libertad del hombre". Por eso reconforta tanto encontrarse de vez en cuando con personas que deciden no dormirse en los laureles, ni quedarse en el recuerdo de tiempos de esplendor o aguardando un golpe de azar, y toman iniciativas para salir del atolladero. Como ha hecho la familia Bover-Ribera, heredera de una saga naranjera de tronío de Carcaixent, Ribera, que en medio de la crisis citrícola actual se ha puesto manos a la obra y ha creado una pequeña empresa para vender directamente sus naranjas y no resignarse a malvenderlas en el campo o a entregarlas sin precio a un comercializador oportuno cuando finalmente cunde el desespero. es una página de venta de naranjas y mandarinas por internet y en este sentido tiene el mismo mérito que otras tantas que siguen este mismo camino, muchas de ellas desde bastante antes. Con la referencia a esta familia emprendedora queremos hacer extensible el reconocimiento a las demás iniciativas de este tipo (creo que ya son más de cien de venta por internet) por su talante resuelto a superar dificultades, pero es este caso el que hemos conocido esta semana, y por eso traemos aquí su ejemplo, junto a las juiciosas palabras que escuchamos de Teresa Arbona Ribera, que demuestran toda la determinación necesaria para buscar salidas viables. La marca Ribera fue una de las más acreditadas del sector hasta hace varias décadas, cuando cerró la firma comercial que la trabajaba, porque los tiempos cambian y las personas se extinguen. El bellísimo almacén modernista que albergó aquella empresa exportadora, especialista en París, todavía puede admirarse. Lo construyó José Ríos Chinesta por encargo de José Ribera García y hace unos años lo adquirió el ayuntamiento de Carcaixent, que lo destina a actos culturales. El padre de José Ribera García, José Ribera Tarragó, plantó en 1870 L'Hort de Sant Vicent, siguiendo la estela exitosa que habían iniciado en el pueblo el cura Monzó, el boticario Bodí y el escribano Meseres con el primer huerto de naranjos. Eran tiempos florecientes, cuando la naranja se buscaba y se pagaba bien, porque había mucha más demanda europea que producción, todavía escasa. De ese mismo histórico Hort de Sant Vicent, que es una preciosidad, una auténtica joya, son las naranjas que hoy venden a domicilio y por internet. Teresa Arbona Ribera asegura, rotunda, que "ya está bien de regalar las naranjas y de no tener más alternativa que dejar perder los huertos; si hay que arremangarse, lo hacemos, y manos a la obra". Y así lo ha hecho junto a sus hijas Teresa, Marta y Elena Bover Arbona. Recolectan la fruta, cultivada con esmero y de forma natural, la preparan en cajas, sin ningún tratamiento posterior, atienden los pedidos y los reparten. Estos días están en un puesto de la feria de artesanía de la Diputación de Valencia, en la plaza de Manises de la capital. Y se han encontrado con una clientela ávida de frescura y calidad que repite, porque la naranja recién recolectada tiene todo el sabor. campo a través
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