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J. V. M.
Domingo, 22 de febrero 2009, 03:15
Hay enigmas que no se resuelven por muchos años que pasen, en cambio otros, como es el caso de la cruz de la montaña de la Frontera, ya ha tocado a su fin después de años de silencio entre la vegetación de la ladera. Una historia que tiene sus inicios con la presencia de una tormenta un noche de septiembre. Precisamente, un rayo desubicado en su trayectoria trazó y grabó esa noche de 1956 en la montaña de la Frontera, ubicada en la subcomarca de Les Valls, la actual cruz gigantesca y blanca, que es visible desde todo el valle y las zonas colindantes. Los viajeros que atraviesan por la N-340 o la A-7 la Mancomunidad de Les Valls quedan atraídos por este enorme crucifijo visible desde varios kilómetros de distancia. Y es que, muchos vecinos de la zona la consideran emblemática y mantienen duras sobre sus orígenes y motivaciones. Tanta es la curiosidad y el enigma que suscita este aspa en la ladera que el investigador y miembro del Archivo Histórico del Reino de Valencia, Jesús Peñarrocha, vecino de Benavites, ha llevado a cabo averiguaciones y ha recogido testimonios, además de un documento escrito, desentrañando así el misterio que cae sobre esta gran cruz de Les Valls. Según detalló Peñarrocha con su investigación "todo apunta a que en 1956, una noche de gran tempestad, la montaña conocida como la Frontera de 346 metros de altitud sobre el nivel del mar, sufrió la huella de un rayo en la piedra del monte, cosa inaudita y asombrosa", según detalló el vecino de Benavites. La ladera era propiedad de un habitante de Quart, Miguel Segarra, que el 3 de septiembre despedía a su mujer tras su fallecimiento, tal fue su tristeza que mandó a dos jóvenes de la localidad pintar con cal la viva huella en forma de cruz que esa noche había originado el rayo durante la tormenta. Según apuntó Peñarrocha, " los jóvenes se valieron de la cuerda del toro utilizada en las fiestas, un cubo y una brocha para descolgarse por el acantilado y pintar así la cruz. "Hecho que fue muy comentado en la población" detalló el investigador. Poco después, el dueño de la montaña, Miguel Segarra falleció, pagando 1.000 pesetas a los jóvenes por su trabajo realizado en la cruz. Jesús Peñarrocha detalla en su informe sobre el enigma que "esta cruz ha sido nuevamente pintada por un grupo de jóvenes montañeros de Sagunto y Quartell".
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