MOISÉS RODRÍGUEZ
Domingo, 7 de junio 2009, 13:51
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«Podría llegar con los ojos cerrados» es una frase que casi cualquiera ha pronunciado alguna vez para alardear de lo bien que se conoce un camino determinado. Alfred Cobami, un mago nacido en Cáceres, convirtió en realidad una expresión que para el resto de los mortales no es sino un sentido figurado. El ilusionista tardó más de 20 minutos en recorrer los dos kilómetros que separan el pabellón Pla de l'Arc, en la periferia de Llíria, de la plaza donde está el Ayuntamiento y el mercado. El mérito del mago es que pilotó su descapotable encapuchado.
LAS PROVINCIAS acompañó a Alfred en los minutos previos y en el trayecto que le llevó al corazón de Llíria, donde fue aclamado por decenas de curiosos. Un coche de protección civil, dos motos de la Policía Local y varios vecinos en bicicleta o también en motocicleta le flanquearon todo el camino.
La cara de Alfred se fue desencajando a medida que se acercaba el momento de iniciar el reto. No era para menos. Llega el momento, saca del bolsillo dos monedas de 100 pesetas, de las grandes y plateadas, y se las ajusta en las cuencas de los ojos. Fernando, su asistente, le ayuda a fijarlas con cinta americana y una venda. Después lo encapucha, como si el mago fuese un reo camino del patíbulo. El truco, si lo hay, es enrevesado.
«A partir de ahora puede sentir pánico», avisa Fernando mientras se dirige al coche desde el que se erigirá en los ojos de Alfred. Desde allí, sin hablar con el mago, le dirigirá en todo el trayecto. Mete primera, aprieta el acelerador, la aguja del cuentakilómetros avanza hasta el 30 que ya no sobrepasará en todo el trayecto.
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El joven empieza a tocarse la capucha. «Hace mucho calor, el sudor se me está metiendo en los ojos». Alfred gesticula, palpa el parabrisas y el salpicadero, levanta la mano derecha. «¡Fernando, no te pillo!», grita desesperado mientras gira el volante.
Directo hacia la isleta
Al pasar frente al pabellón, ha invadido el sentido contrario. Unos metros más adelante, nada más pasar frente a un supermercado, hay una isleta, hacia la que se dirige el descapotable. Frenazo y pequeño volantazo. «¡Ahí hay algo! Si es que con ese pitido no me concentro. Por favor, digan a ese del megáfono que se calle».
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Una moto con dos chavales a bordo acompaña a Alfred. El que va de paquete va filmando el reto. Al escuchar las quejas del mago, el vehículo a dos ruedas acelera para dar el recado. No se sabe si llegó, pero el pregonero no iba a dejar de proclamar que el mago iba a ofreder dos espectáculos más en Llíria: uno ayer por la noche y otro esta misma tarde.
Mientras, el ilusionista se desespera. Conforme su coche avanza hacia el centro de la población, el número de curiosos aumenta. Los hay en la acera, resguardados para evitar atropellos, y en las terrazas de los bares, que se levantan al ver pasar el descapotable. Y el infernal pitido no cesa, hasta que la funcionara del Ayuntamiento que viaja como copiloto apunta: «Es que no llevamos el cinturón».
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«Por favor, ¿me lo puedes pasar?». Alfred se lo ajusta y sigue palpando. La calle es estrecha, continúa sin «encontrar» a Fernando, y para postre, alguno de los curiosos le intenta gastar una broma pesada: «Gira a la derecha».
La curva era de 90 grados... a la izquierda. El mago, que para algo lo es, después de dudar, no le hace caso y enfila la calle Major. Queda otro viraje donde recibe la misma broma. El desenlace, idéntico. A partir de ahí, la recta hacia la meta frente al ayuntamiento.
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Cobami frena justo encima de un paso de cebra. Ya ha hecho bastante magia por hoy. Se quita la capucha, la cinta aislate y sale del coche disparado. Al momento, una horda de niños y adolescentes le piden autógrafos y quieren fotografiarse a su lado.
Cinco minutos después, ya más tranquilo, bebe con avidez una Coca-cola y se fuma un cigarrillo. «No te encontraba, estabas pensando en otras cosas, ¿verdad? He tenido que orientarme solo», espeta a Fernando, quien le responde: «La verdad es que sí, es que había una rubia por ahí...». «A la izquierda, ¿verdad», completa Alfred.
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El mago afirma que Fernando ve el camino y él le lee la mente: «Es como mi GPS». Algo parecido a lo del superhéroe de Marvel Daredevil o a Matrix. ¿Truco? Si lo es, muy sofisticado.
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