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La Valencia barroca

Se trata, por encima de todo, de arquitectura religiosa aunque con excepciones

Jose Forés Romero

Jueves, 3 de julio 2014, 21:05

El barroco es un movimiento arquitectónico que sirve como coronación de la corriente clásica. Voluptuoso, generoso o incluso recargado. «El que llega a Valencia es muy peculiar, producto de la pugna de diferentes tendencias, somos de tradición árabe y eso se nota», apunta Salvador Lara, profesor de la UPV y arquitecto.Mucho del barroco que se hizo entre 1650 y 1750 se quedó en el camino. «Hay que tener en cuenta que el barroco se hace para ser visto, con un componente festivo, por eso no nos han llegado elementos como escenarios, representaciones de los milagros de San Vicent y otros de actos religiosos», sostiene Lara. Se trata, por encima de todo de un arquitectura religiosa, aunque con excepciones.

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Primer tercio

En una primera parte de este estilo, cabe destacar a Juan Pérez Castiel que logra su mayor éxito con la decoración del presbiterio de la Catedral de Valencia. «Se desmontó la decoración hace poco para sacar esos ángeles músicos que Pérez Castiel había recubierto con su escenografía. Y es que mucho barroco de Valencia, se hace recubriendo las catedrales góticas precedentes, pensaban que estaban desnudas y convencen al Arzobispado en revestirlas», afirma el profesor. «Es una pena que se eliminara, que no se conservara. Ahora es medio gótico, medio barroco, es un invento, pero la Catedral es así, cada puerta de un estilo», lamenta Salvador. Esa línea se sigue en casi todas las parroquias valencianas. Incluso se interviene con la pintura, como en San Esteban.

La fiebre por esta decoración excesiva le supone un gran negocio a los expertos de este estilo, como con el hecho de rematar los campanarios de la ciudad con el barroco. Ahí emerge la figura de José Minguez, del que se dice que es hijo putativo de Castiel y que trabaja en las mencionadas terminaciones. Como en la de San Valero. No consigue, sin embargo, hacer el remate más conocido en la ciudad. Se trata del de Santa Catalina, obra de Juan Bautista Viñes. «Esta iglesia se hace de nueva planta, con la estructura muy gótica pero que se remata con el barroco. Aquí Viñes, hace como los buenos arquitectos de la época , cumple con el contrato y no hace la escalera que no estaba prevista, y se espera a que se le encargue posteriormente para ganar dinero», comenta Lara.

Parte central y final

En la parte central del barroco, en pleno desconcierto de los creadores que pugnan por la decoración o la racionalidad, se convoca un concurso nacional e internacional para hacer la puerta de los pies de la Catedral. «Es para enorgullecerse los valencianos de hacer un concurso en esa época en 1702, y como suele pasar, gana uno de fuera. Conrad Rudolph (Conrado Rudolfo en España) con una portada magistral, plegada en sí misma, curvada, y envolver al espectador y además eso unido a la reja le produce un efecto increíble», argumenta el experto. Pero la guerra de 1707 cambia el panorama y Conrado sale de la ciudad, aunque la puerta estaba ya edificada, y con los consejos del Padre Tosca (creador del plano de Valencia en 1704), se le encarga para terminar, a los escultores Vergara, y el resultado es el que disfrutamos hoy en día.

Con la llegada de los Borbones y el espíritu francés, lo religioso empieza a estar influenciado por el cálculo y llega al tercer período del barroco. De este tiempo, está la iglesia de Santo Tomás y de San Felipe Neri, en la plaza de Los Patos.

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Fuera de estos tiempos pujantes, hay otros hitos como el revestimiento de la fachada trasera de los Santos Juanes, de autoría desconocida y que el espectador disfruta con ese espíritu de transparencia del espacio que existe o que no. «Es maravillosa esa parte, en la zona más importante de la ciudad, y por serlo, se le encarga a alguien, con una doble ventana transparente, la terraza elevada, les 'covetes', la imagen central de la Virgen y la torre, es decir, no sirve para nada pero remata el espacio», explica Lara.

Y por último, el palacio del Marqués de Dos Aguas. El edificio de Hipólito Rovira, que aunque no está como lo diseñó originalmente, pero si que tiene su espíritu. «Aquí se percibe el horror al vacío de los barrocos, el miedo a la ausencia de decoración, no hay un centímetro sin trabajar, sin decorar, y quizá por ello por lo que hasta hace poco, esta arquitectura es incomprendida porque está en contra de los planos vacíos que rigen la actualidad», argumenta el profesor.

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