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arturo checa
Sábado, 7 de febrero 2015, 22:02
Doce del mediodía. Un viento racheado (el que golpeó la Comunitat el viernes con una fuerza de hasta 100 kilómetros por hora) hace si cabe mayor el suplicio de circular por una de las carreteras más miserables de España. Imposible separar la vista del asfalto ni un segundo. Vital en tramos como el que transcurre entre Favara y Sueca, con cinco fallecidos en apenas 10 kilómetros. Por algo Eurorap la cataloga como una de las vías del país «con mayor riesgo de accidente grave». Un tractor con temporeros recogiendo naranjas estrecha aun más el tránsito por la ya de por sí angosta ratonera de asfalto. Un camión asoma en un cruce. Un coche gira para meterse en un cambio de sentido. El viento desplaza el coche unos metros a la izquierda al cruzar el puente sobre el río Júcar. Un tráiler y un coche con caravana se suman para crear un endiablado atasco. Tardamos media hora en recorrer un tramo de apenas 12 kilómetros.
Bienvenidos (por decir algo) a la N-332, una de las carreteras nacionales de Valencia con más precioso paisaje -entre naranjos y arrozales- pero una sombría combinación de arcenes estrechos, cruces mal señalizados (o directamente no señalizados) y enorme afluencia de vehículos (por Gandia pasan hasta 20.000 vehículos cada día). La carretera es una de las que desde abril estará vetada a los camiones de más de 7.500 kilos de masa máxima autorizada entre Silla y San Juan, al igual que la N-340 entre Oropesa y Tarragona. Desterrados por Fomento a transitar por la AP-7, tendrá un coste de hasta 46 euros en el peaje. Según el tipo de camión, entre Silla y San Juan irá de 23 a 25 euros, y de Oropesa a Hospitalet, entre 19 y 21 euros. En total, hasta un máximo de 46 euros con la fórmula mágica del Ministerio para que dichas vías dejen de ser el patito feo de las carreteras españolas.
LAS PROVINCIAS transita por uno de los tramos más conflictivos para comprobar que el paso de camiones es sólo uno de los muchos males de estas carreteras. De hecho, a un lado de la N-332, paralelo a la calzada, como un fantasma herido, enorme y monstruosamente abandonado, se alza un armazón de cemento que responde a muchas preguntas. A unos kilómetros de Sueca, un puente alzado sobre gigantescos pilares acaba en la nada. Una absurda pasarela. Es lo que hay en pie de la nunca acabada variante Cullera-Favara, adjudicada en 2007 y caída en el olvido hace cinco años.
Que la premura no es una virtud de la Administración queda comprobado apenas unos kilómetros más adelante. Junto a otro tramo de la carretera, un cartel anuncia la reparación del «tejido hidráulico» como consecuencia de los daños causados por las lluvias... de 2007.
Tres patrullas, cero radares
Que al laberinto de la N-332 no es sólo obra del paso de los camiones se constata antes de acercarse a esta carretera. Desde Silla, una señal indica la dirección. En la A-7, esta indicación se desvanece. Imposible saber cómo acceder a ella una vez en la autovía. En la bifurcación entre costa e interior de la vía rápida, una moneda al aire acaba siendo la forma más fiable de saber por cuál de los dos ramales decantarse.
Otro camión incorporándose a la salida de Favara que mete casi la cabina en uno de los diabólicos carriles. Un agricultor de la zona caminando por el arcén, con la mirada en el suelo y mochila y bolsas de naranjas en ristre. Tres coches de la Guardia Civil transitando en unas pocas horas en un tramo de casi 100 kilómetros. La vigilancia abunda, aunque la siniestralidad no cesa. Y los radares, sencillamente brillan por su ausencia. Extraño en una de las carreteras con más puntos negros de la Comunitat.
No son pocos los coches que circulan por la N-332 con las luces puestas. Excepcional en otras vías, una maniobra de defensa en esta. «¿Has notado eso?», exclama el fotógrafo que acompaña en el coche a este reportero. Asiento. Un golpe de viento unido al paso de un camión de triple eje causa un repentino volantazo de nuestro vehículo. Pero llegamos a Favara...
En un aparcamiento junto al club Summum, Rafa reposa en el asiento de su majestuoso y blanco camión DAF XP. Niega responsabilidad de los transportistas en la conflictividad de la carretera. «Llevo 10 años al pie del cañón en la cabina. No he visto ni una sola imprudencia de camioneros. Todos de conductores. Pero los palos nos los llevamos nosotros», afirma. Nuria, vecina de Sueca, disiente al salir con su coche camino de Cullera. «Señalizan muy poco las maniobras. Saben de su amenazador volumen y a veces los intermitentes no existen para ellos...».
En los pueblos que cruza la N-332 (Sueca, Cullera, Favara, Xeraco, Xeresa, Gandia, Bellreguard... y así hasta San Juan de Alicante), el sentir es diverso. «Lo de Oliva es una locura. A mí llegar a Dénia, tras tirarme una hora desde Valencia, me cuesta a veces otro tanto», lamenta Héctor, un vecino de la capital. Carlos Castellá, dueño de un bar en Favara, coincide en el juicio. «Lo de Oliva es desesperante, pero aquí no hay ningún problema». El propietario del restaurante niega que haya inseguridad por la travesía que cruza el municipio de la Ribera. «Hace tiempo había algún atropello. Hoy, nada».
Al volver a Valencia, el abandonado fantasma de la variante inacabada sigue ahí. Como una especie de autopista a ninguna parte. El verdadero atajo de seguridad que debiera evitar el paso de la carretera por 11 municipios de la Comunitat. Que haría posible un descenso de la mortalidad. Que no sumiría en laberinto alguno a automovilistas, vecinos, hosteleros y camioneros.
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