La ganadora del concurso Cristina Bastida.

La emotiva carta de una estudiante a un militar español

Una alumna de 16 años del colegio Esclavas de María de Valencia gana el concurso de la Delegación de Defensa en la Comunitat

LAS PROVINCIAS

Viernes, 26 de febrero 2016, 19:47

Una estudiante de 16 años de primero de Bachiller del colegio Esclavas de María de Valencia, Cristina Bastida Molina, se ha proclamado vencedora del concurso militar Carta a un Militar Español organizado por la Delegación de Defensa en Valencia. La joven recibió el reconocimiento del Ejército y del Delegado del Gobierno en la región, Juan Carlos Moragues, en el acuartelamiento San Juan de Ribera. Su escrito ha resultado elegido entre los presentados por alumnos diferentes centros a nivel autonómico.

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Reproducimos íntegramente sus reflexiones, que recibieron el agradecimiento y elogio de los altos mandos en el Día de la Delegación de Defensa:

Queridos ciudadanos españoles.

Si bien el tiempo nos ha hecho olvidar tantos y tantos actos de valor y puro corazón, hoy ha llegado el día de recordar un nombre que pocos tienen la suerte de haber oído. El mar clamaba su nombre desde que sus ojos vieron el mundo. Fernando Villaamil, nacido en el Cantábrico, criado entre sus olas agitadas. Hombre desconocido en tierras españolas, su historia jamás fue contada.

Un niño que creció entre praderas asturianas y mareas peligrosas, un inocente que vio su corta adolescencia entre las deudas de su familia: ese era Villaamil. Alguien a quien, sin duda, la vida no había tratado bien. Mas, si algo supo desde que por su corazón latía san-gre española, es que su fuerza no sería suya: sería nuestra.

Con solo quince años, el ejército lo llamaba, y él respondía a su fuerte clamor. Altivo, valiente, grande; pues en un mundo donde nada estaba bien, él decidió encontrar la paz. Y buscó en la guerra. No dudó un instante en prestar su inteligencia a una causa común. Co-mo hombre de bien, conocía la necesidad de escape de los que se veían perseguidos por aquella enorme moda, literalmente, exterminadora: los torpedos. Así nació su gran obra, su increíble creación, su huella en la historia: el buque contratorpedero, el Destructor.

No contento con ello, decidió enseñar a otros la belleza de la espuma marina. Organi-zando la primera vuelta al mundo en un buque-escuela, mostró con el Nautilus el poder del azul. Durante dos años, transmitió a los jóvenes militares el sentimiento hacia el mar, el te-mor hacia el oleaje, el peligro y excitación del mar más fogoso. Agudo, astuto, fuerte y justo, llevó a sus hombres allí donde la guerra donde los llamaba. Sabio y consciente de las vidas a su cargo, el único error que cometió firmó su sentencia.

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En el fatídico año 1898, España enviaba a sus soldados a Cuba a luchar por la victo-ria. Villaamil, experimentado en el campo naval, valiente, lleno de coraje, fue uno de los al-tos cargos. Mas viendo el éxito lejano, supo con certeza que debían huir de Cuba. Dejando que su corazón decidiera, olvidó por un momento su espíritu militar.

Las vidas de sus subordinados eran lo primero, la guerra iría después. Siguiendo las órdenes de su compañero Cervera, marcharon a primeras horas del siguiente día.

Habiendo partido por la mañana, de uno en uno, los veloces navíos que nacieron de su invención, Estados Unidos reconoció en ellos la oportunidad de batalla. Desprovistos de alerta alguna, una tras otra, todas las naves fueron cayendo, dejando solo a una llegar a su tierra natal de nuevo. Villaamil, demostrando por última vez en su vida su alto coraje, inten-tó usar los cañones para defender a sus hombres, siendo entonces el instante de su último suspiro. Así murió este hijo del Cantábrico, entre la marea que lo había criado, y ahora, lo reclamaba. Sirviendo a su patria hasta el final, dejando la vida en su causa. Uno de esos pocos hombres justos, firmes y fieles daba su aliento final por rescatar a sus iguales.

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De esta manera acaba el momento de haceros recordar. El final es simple: guerra per-dida, gran hombre hundido en su propia obra. Y es que el mar clamaba su nombre desde que sus ojos vieron el mundo. Fernando Villaamil, nacido en el Cantábrico, criado entre sus olas agitadas; demandado por los océanos, desaparecido entre las aguas.

Firmado: La memoria.

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