El diccionario define una albufera como laguna litoral de agua salina y separada del mar por una lengua o cordón de tierras arenosas, aunque parcialmente comunicada con él a través de algunos canales, y el origen etimológico de la palabra está en el árabe, lengua en la que significa mar pequeño.
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Todo parece cuadrar con la realidad que conocemos hoy en día en la Albufera de Valencia: semeja ser un mar pequeño, está separada del Mediterráneo por el estrecho cordón arenoso de El Saler y se comunica con el mar a través de tres «golas» de desagüe: las del Perelló, Perellonet y Pujol.
Todo coincide menos una cosa: el agua de la Albufera de Valencia no es salada, como indica la definición del término, sino dulce, como todos sabemos. ¿Cómo se entiende esta aparente contradicción?
La paradoja tiene una explicación lógica: el agua de la Albufera comenzó siendo salada, porque en su origen no fue más que una porción del propio mar que se fue aislando; pero con el tiempo fue evolucionando la realidad física de este espacio hasta lo que hoy podemos ver y disfrutar y constituye un parque natural con las debidas protecciones.
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Primero sólo fue una bahía más del Mediterráneo. Poco a poco, las aportaciones sedimentarias de sucesivas riadas fueron formando una barrera que empezó a aislarla parcialmente del resto del mar. O sea, un pequeño mar interior, como la llamaron los árabes. Albufera en su idioma.
¿Ya era de agua dulce durante la dominación musulmana? Posiblemente, pero hay poca documentación histórica hasta que llega la reconquista cristiana y el rey Jaime I se «enamora» de la Albufera nada más entrar en Valencia y reserva para sí la propiedad del lago y de la dehesa.
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Siguiendo con la evolución física de la primitiva bahía, tras la formación de la barra litoral que la aislaba, continuaría el progreso natural de los arrastres que llegaban por los cauces de barrancos cada vez que hubo lluvias torrenciales, lo que fue elevando el nivel del suelo lacustre.
Los aterramientos, tanto de origen natural como los realizados por el hombre para ganar terrenos de cultivo, hicieron que al subir la base se fuera invirtiendo el origen del agua. Paulatinamente dejaría de penetrar el mar y tomaron preponderancia los caudales de agua dulce que llegaban por los cauces y surgían en innumerables manantiales («ullals») que poblaban el seno del lago. El proceso de desplazamiento se había completado; ahora era el agua dulce la que llegaba hasta el mar, en vez de penetrar la de éste.
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Historiadores romanos propagaron la idea de que fue Publio Cornelio Escipión quien propicio con sus ingenieros la creación del lago y se lo regaló a Valencia, a la que pretendía engrandecer como compensación por la destrucción de Sagunto.
Plinio lo llamó «estanque ameno» y Estrabón lo describió como «un lago marítimo» tan grande que un hombre a caballo necesitaba todo un día para recorrerlo. Se cifró su dimensión en 400 estadios de largo, lo que equivaldría a unos 55 kilómetros. Más o menos lo que hay desde el sur de Valencia hasta Cullera y Favareta, la dimensión alargada que debió tener el lago y que hoy ocupa lo que queda del mismo más los arrozales circundantes.
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Los ingenieros romanos de Cornelio Escipión no lo crearon, evidentemente, y Estrabón debía tener razón al definirlo como «lago marítimo», porque seguramente aún tendría aguas salinas o semi salobres. De hecho El Saler, sobre las dunas de la barrera litoral arenosa, debe tal nombre a que allí hubo explotaciones salineras en tiempos de la dominación de Roma.
Lo que debieron hacer los romanos serían obras de saneamiento y mejora para aprovechar los recursos de pesca, caza, extracción de sal y cultivos agrícolas, con lo que contribuirían a acelerar el proceso natural del cambio. Como han hecho todos los que les siguieron.
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