Ana Lluch: «El día que no llore al dar un diagnóstico me iré a mi casa»

La lucha contra el cáncer marca su vida desde hace más de 40 años. El buen diagnóstico, dice, es el gran desafío

ISABEL GUTIÉRREZ

Domingo, 7 de noviembre 2021

Una hora de espera para que te entrevisten, de buena mañana, en un pequeño despacho de la octava planta del Hospital Clínico de Valencia, a cualquiera le pondría la sangre a punto de ebullición. Pero Ana Lluch (Valencia, 1949) tiene sobrada bondad y demasiadas ... tareas como para mostrar algo diferente a un entusiasta recibimiento. «¿Era a las nueve y media? Creí que nos veríamos a las ocho y media», dice risueña.

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Esta magnética y poderosa mujer de 72 años –por trayectoria, prestigio y carácter–, eminencia de la medicina española y referente mundial en la lucha contra el cáncer de mama en múltiples campos de batalla –la investigación, los pacientes y la docencia–, no quiere darse tregua porque, como ella misma explica, «aquí vengo libre, sin compromiso de sueldo».

ANA LLUCH

  • Nombre: Ana Lluch Hernández

  • Edad: 72 años

  • Nacimiento: Valencia

  • Trayectoria: Se crió en Bonrepòs, donde su admiración por la figura del médico rural marcó el camino que le llevaría hasta la Facultad de Medicina y Odontología de la Universidad de Valencia y, de ahí, a una vida entregada con pasión a la docencia, investigación y tratamiento del cáncer de mama. Catedrática de Medicina y jefa de Hematología y Oncología del Hospital Clínico, su magisterio es reconocido más allá de nuestras fronteras.

—¿Hasta cuándo trabajará?

—Trabajaré hasta que perciba que soy útil y puedo ayudar a la gente. A esto me he dedicado en cuerpo y alma. Para mí es pasión. Me encanta y si volviera a nacer, volvería a hacerlo. Es súper gratificante. Mis pacientes me han enseñado a vivir y el día que no llore al dar un diagnóstico, me iré a mi casa, porque habré dejado de entenderles.

—¿Recuerda su primer diagnóstico?

—Claro que sí y comunicar un mal diagnóstico me sigue costando igual que al principio. Es muy duro cuando tienes que decirle a una paciente que ha recaído o que ha aparecido un tumor en otra zona distinta. A esas pacientes las dejo para el final, porque tengo que disponer de tiempo y fuerzas. Las mujeres son muy altruistas, siempre piensan en los demás... Sobre todo en los hijos. Son sagrados.

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—Esta semana, Ana Rosa Quintana anunciaba por televisión que tiene un cáncer de mama y que se retira para someterse a tratamiento. ¿Qué le parece que su iniciativa de comunicarlo a la audiencia?

—Un gesto muy natural: pone nombre al proceso por el que está pasando. La palabra cáncer sigue siendo una palabra maldita, algo así como una sentencia de muerte. Y esto es algo que debemos erradicar totalmente. Al cáncer hay que darle la máxima normalidad. El 90% de las mujeres con cáncer de mama pueden curarse. Y Ana Rosa le ha dado normalidad.

—¿Igual que la actriz Angelina Jolie, cuando en 2013 contó que se había sometido a una doble mastectomía profiláctica?

—Exactamente. Cuando Angelia Jolie explicó su caso, nosotros aquí, en la Comunitat Valenciana, ya estábamos haciendo esos estudios de cáncer de mama hereditario. Ya teníamos familias diagnosticadas con la alteración de los genes BRCA1 y BRCA2, y ya les ofrecíamos un seguimiento más estricto que a la población general, o una cirugía profiláctica de eliminación de las glándulas mamarias, o quitarse los ovarios cuando la edad de procreación ya se hubiera cerrado. En una mujer que tiene ese gen heredado de su familia, de su madre o de su abuela, las probabilidades de tener cáncer de mama es de un 70 u 80% a lo largo de toda la vida y cáncer de ovario, un 40 o 50%. Pero ellas deciden cómo y cuándo, junto con nuestras recomendaciones.

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—Usted, que ha dedicado tanto tiempo y esfuerzo a la investigación y a la docencia, jamás ha dejado de dar la cara con los pacientes...

—Al ser catedrática de la Universidad, siempre he pensado que hay un déficit en la formación de los estudiantes de Medicina: la comunicación. Es importante saber comunicar, trasladar al paciente lo que tiene y establecer juntos una hoja de ruta. El paciente no puede ir a salto de mata. Precisa saber dónde se mete, qué se va a hacer, cómo se va a hacer, durante cuánto tiempo... Es un un proceso que tiene que integrarlo en su día a día, no sublimarlo. El diálogo es fundamental y el paciente es el que toma las decisiones junto con el profesional que le va a tratar, no la familia. Y el profesional debe saberse al dedillo todo el historial antes de comunicar nada, tener pensada una hoja de ruta y hablar mirándole a la cara. No al ordenador, no a los papeles... A la cara. Porque el paciente capta todo y basta un solo gesto para hundirle en la miseria.

—Lo suyo es pura empatía...

—Cada paciente es un mundo y tú tienes que decirle todo lo que quiere saber, hasta dónde quiere saber. Hay poquísima gente que pregunta «¿cuánta vida me queda?». Y eso de soltar con solemnidad «le quedan tres meses de vida». ¿Pero de dónde se sacan eso? ¡No podemos saberlo! Eso es en Estados Unidos, donde los pacientes son los seguros, las pólizas, los abogados que están esperando un fallo... Una medicina reactiva de ese tipo no es buena. Si el paciente está en fase final, siempre hay herramientas para ayudarle: si no hay tratamientos, se pueden poner paliativos. No debe tener dolor. El dolor es problema de los médicos.

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—Ya que menciona EE.UU., ¿aún se cree que tratarse en Houston, por ejemplo, es mejor que hacerlo en España?

—Eso es propio de gente que tiene connotaciones en esta sociedad y quiere hacerlo destacar. Hace ya muchos años que quienes tienen cáncer no deben irse a ningún sitio, porque en nuestra medicina pública existen todos los medios para que se traten en un hospital de su cercanía. El diagnóstico es incluso más importante que el proceso terapéutico. Y es cierto que no se puede hacer en hospitales pequeños, sino en los grandes centros. La complejidad de la tecnología y de la biología molecular es tal, que precisa muy buenos diagnósticos para poder hacer muy buenos tratamientos. Pero todos estamos muy bien coordinados y nuestros compañeros en otros hospitales saben que si ellos no pueden hacer un diagnóstico determinado, remiten aquí o a otro lugar similar al paciente con las piezas del tumor. España y, en concreto, Valencia tienen un nivel de investigación clínica muy, muy alto.

Damián Torres

—¿La evolución en los tratamientos ha sido más bien una revolución?

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—Sí, antes era quimioterapia para todos y si iba bien, pues estupendo. No había otra cosa. Ahora sabemos, por ejemplo, que el cáncer de pulmón tiene más de quince dianas conocidas; es decir, quince alteraciones de las células del tumor que nosotros llamamos accionables y tenemos fármacos que pueden bloquear. Antes la supervivencia media era de ocho a doce meses. Y ahora hay pacientes que viven dos, tres, cinco años...

—¿Es hoy el cáncer la misma enfermedad que ya referían los egipcios hace milenios?

—La enfermedad en sí es la misma, porque ya se describía cómo células agresivas, como cangrejos. En definitiva, el cáncer es cualquier tipo de célula de nuestro organismo que en un momento determinado empieza a crecer de forma desmesurada y descontrolada.

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—Alguien lo definió como un exceso de vida...

—Es que no hace caso a las órdenes de nuestro cuerpo cuando dicen «para de crecer». Se pierden los mecanismos de control de las células. Pero no es algo extraterrestre que nos viene de vete tú a saber dónde.

—¿Qué es lo que no se sabe del cáncer a día de hoy?

—La causa directa, qué es lo que hace que crezcan así. Hay factores que predisponen, como el tabaco o la alimentación, pero no son los causantes. El cáncer de mama, ¿por qué aparece? ¿Por qué en la Comunidad Valenciana se diagnostican cada año 3.200 cánceres de mama? ¿Y en España 33.000? ¿Por que se diagnostican a tantas mujeres jóvenes? No hemos conseguido reducir la incidencia, en los mecanismos de estímulos del cáncer hemos avanzado poco. Solo hay un tipo de cáncer del que conocemos la causa, que es cáncer de cérvix, motivado por el papiloma humano. Por eso no podemos hacer una prevención que llamamos primaria, pero sí podemos hacer una prevención secundaria: detectarlo en la fase inicial para paralizar su crecimiento.

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—¿Cómo valora la donación de 280 millones de euros por parte de Amancio Ortega para dotar a la Sanidad pública con diez equipos de protonterapia?

—Es muy importante. Yo no me meto en si paga o no paga a Hacienda. Lo que sí digo es que las donaciones son muy importantes y ojalá hubiera más gente que hiciera lo mismo: que parte de esos beneficios que generan se destinen a la medicina pública y a la tecnología. Es lo mejor que ha podido hacer.

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