El oficio de calafate naufraga en la Albufera
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LA REGIÓN OLVIDADA ·
El uso de la fibra de vidrio en las embarcaciones desterró esta técnica ancestral que consiste en tapar las juntas con brea y estopaADA DASÍ
Lunes, 31 de enero 2022, 00:30
Los últimos calafates de los puertos albufereños de Catarroja y Silla han desaparecido casi por completo mientras que los carpinteros de ribera subsisten a duras penas. La técnica para tapar las juntas de las maderas de las naves con estopa y brea para que no entre el agua ha pasado de generación en generación durante años, pero la introducción de la fibra de vidrio en la construcción de embarcaciones y el carácter contaminante de estos materiales provocó que este oficio ancestral acabara de naufragar.
Aún así, cuando preguntas en alguno deestos dos puertos por un calafate siempre hay nombres que salen a relucir. Boro Cases y Antonio Rosaleñ en Catarroja o Paco Gil en Silla, son los que más suenan por la contornada como constructores de barcas. Evidentemente no son profesionales, ellos se definen como «aficionados», herederos de una sabiduría autóctona que posiblemente desaparezca de no ser que sobreviva el arte de la navegación tradicional.
Paco Gil prefiere autodenominarse como carpintero de ribera porque «ya no se calafatea. Los carpinteros fabricaban el esqueletaje y los calafates los impermeabilizaban», era la simbiosis perfecta. De profesión ebanista, la afición por las barcas la heredó de su padre y tras fabricarse la suya, con la supervisión de los auténticos calafates, sus manos ya han dado vida a otras 25 en dos décadas y ha reparado otras tantas.
La media sale por una o dos al año, con un precio de 1.000 el metro lineal, una cantidad con la que resulta difícil poder dedicarse profesionalmente al oficio artesanal de fabricar embarcaciones albufereñas. «No es un negocio para ganarse la vida, lo hago por afición», sentencia.
El secreto de la profesión reside en las plantillas de las barcas antiguas heredadas o copiadas del original, como señala Batiste Granero, presidente del Club de Vela Latina de Silla. «Es como copiar y pegar, por eso se mantiene el diseño de las barcas tradicionales», apunta. Luego depende de las manos que trabajen la madera, cuyo resultado debe supervisar un ingeniero naval para obtener el permiso de navegación, dependiendo de si es una barca de recreo o gran recreo (más de 13 pasajeros).
En la cofradía de pescadores de Catarroja un cuadro recuerda al último calafate de la Albufera, Antonio Mayo Fortea. Uno de sus sucesores que ha recogido el testigo, Antonio Rosaleñ comenta como antaño había siete u ocho profesionales trabajando en el puerto, en aquella época en la que la barca era el instrumento imprescindible para trabajar en el traslado del arroz hasta el 'sequer' o para llevar el alimento a los animales de los campos.
A partir de los años 70, 80 llegó el declive y el que tiene una barca ahora es por ocio o por afición a la vela latina que ha cobrado auge en los últimos años gracias a la proliferación de los clubes, quitando de las que se utilizan para los paseos.
Rosaleñ apoya la teoría de que ahora el oficio se ha convertido en un «hobby» del que no se puede subsistir. También ebanista advierte que «primero tienes que saber trabajar la madera luego ya vas adquiriendo experiencia».
Para él «cada barca es diferente y tiene su propia forma de navegar». Las aguas de los puertos siguen plagadas de embarcaciones centenarias, algunas de ellas todavía calafateadas, que necesitan de un mantenimiento, su supervivencia está a expensas de que la navegación tradicional por la Albufera siga viva.
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Equipo de Pantallas, Leticia Aróstegui, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández y Mikel Labastida
Jon Garay y Gonzalo de las Heras
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