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La Valencia de antes, la de finales del XIX y primera mitad del XX, desaparece poco a poco a golpe derribo. No eran dos casas ... protegidas pero sí el relato de otra época, que sobrevivía emparedado entre edificios de ocho alturas, hasta que las excavadoras las han convertido en un solar. La avenida de Burjassot pierde así una pizca del aroma de otra época. La ciudad pasada se difumina en aquellos barrios de agricultores, que con el paso de los años levantaron bloques de trabajadores –como el grupo de viviendas sociales Ramiro Ledesma de los arquitectos Javier Goerlich y Luis Costa Serrano al final de la avenida–, edificios de pocas alturas, y donde el cultivo de los campos empezó a compaginarse con el trabajo en las fábricas de la zona, como Bombas Gens y La Ceramo.
La primera, Bombas Gens, fue rehabilitada hace unos años por la inversión privada para ser la sede de la fundación Per Amor a l'Art, y ahora presenta una hoja de ruta incierta, porque la Generalitat no termina de dar el paso para rescatar el edificio y sus obras. El gasto empieza a ser insoportable en el extrarradio de la ciudad, por lo que urgen las soluciones a las peticiones que no terminó de asumir el anterior Consell y que ya veremos si acata el nuevo, con la delegación en manos de Vox y con una entidad con querencias políticas.
La Ceramo, una fábrica de lozas que se fundó en 1889 por las familias Ros y Urgell y que se ubica junto a la vía del tranvía, espera que se dé el paso para que su rehabilitación sea firme. Las visitas institucionales se han sucedido sin que nadie por ahora haya entrado a lavar su cara. Junto a ella, hay familias que todavía aguantan en hogares de otros tiempos, como gesto de resiliencia a la nueva ciudad. Y en la calle Florista, a espaldas de donde estaba la vieja estación del trenet de Benicalap, todavía hay casitas, alguna de ellas convertidas en jardín de infancia, como el recuerdo de un barrio que hoy se ha convertido en una paleta multicultural.
Esa ciudad se desvanece poco a poco, y con ella sus construcciones, como los dos inmuebles de la avenida de Burjassot, el 104 y 106, que han quedado estos días reducidos a escombros para levantar un edificio de al menos ocho plantas y con una pequeña piscina. Desde hacía meses, los inmuebles eran la crónica de una demolición anunciada porque los carteles de la futura promoción colgaba de sus balcones. Ahora, ya no queda nada de esas dos casas de aperos, de caballerías y de jornadas de sol a sol. Un tramo que olía a campo en medio de la ciudad. Hasta no hace mucho estaban habitadas por sus propietarios y al pasar por la puerta, si estaba abierta, el ciudadano era participe de la otra Valencia que algún día existió.
Las casonas estaban fuera de alineación y no había ninguna protección sobre ellas pero con su desaparición se esfuma parte de la esencia del barrio. Durante estos días los viejos del lugar, jubilados, echaban un último vistazo a esa calle que ya no va a existir. La avenida de Burjassot, a lo largo de los dos kilómetros que unen el llano de Zaidía en la marginal del viejo cauce -marcado por el antiguo mojón de la carretera de Llíria junto a la Escuela de Idiomas- con el municipio de l'Horta Nord, pierde una imagen que hoy ya solo es carne de postal.
Afortunadamente todavía hay quien conserva esas viejas edificaciones que le dan al barrio un sabor a pueblo, un reducto a espaldas de la cosmopolita avenida de Les Corts Valencianes, con su Icon y su exHilton, y con un nuevo Mestalla a mitad construir como vergüenza del urbanismo de la ciudad. Por el otro lado, las promociones de la nueva Benicalap, encajonan todo aquello que se mueve en torno a la plaza de San Roque.
En 2017, unos metros antes de estos dos inmuebles que hoy ya son historia, en la acera de enfrente, la pala derribó la antigua imprenta rápida de la avenida. Estaba abandonada, machacada por los nuevos tiempos de la tecnología y con el sambenito de ser un tapón para el tráfico. Hoy en día, allí se ha construido una rotonda, un aparcamiento para motos y se han colocado unos bancos para tomar el sol en un pequeño parque sin sombra.
La avenida no hace mucho que perdió uno de sus negocios históricos, como era el de Bicicletas Prieto -ahora hay una clínica dental-, aunque justo en ese mismo punto todavía se conserva en el número 92A la Casa de Peones Camineros. Al entrar por la avenida en los límites del barrio de Benicalap, junto a lo que era el cine Boston -de los arquitectos Emilio Artal Fos y José Luis Testor Gómez- quedan casas de planta baja y una altura. Benicalap fue barrio de cines. Desde el Montes hasta el propio Boston, Rosaleda y Roma. Hoy ya no existe ninguno de ellos.
La Farmacia Tarazona o el restaurante El Portalet se han hecho fuertes en casas de otros tiempos, que se niegan a caer para convertirse en edificios. La avenida de Burjassot, en dirección al parque de Benicalap, muestra sus casas fuera de alineación, que hoy todavía sobreviven creando una calle imperfecta, aunque el paso del tiempo hace que vayan cayendo por la presión inmobiliaria y el negocio promotor.
Desde el llano de Zaidía hasta el cruce con la avenida Peset Aleixandre tan sólo la casa de los Peones Camineros aguanta el tipo. Al cruzar la calle y entrar en Benicalap, todavía se respira un ambiente que ya no existirá en el tramo inicial. «La masacre y el abandono del patrimonio de Benicalap avanza imparable», lamentaban en la redes sociales. Palabra de vecino.
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