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Como si se hubiese parado el tiempo. Como si no hubiesen pasado ya seis días desde que la DANA provocase una catástrofe sin precedentes en el siglo XXI en la provincia de Valencia. Llocnou de la Corona, un pequeño pueblo situado al lado de Alfafar, todavía reclama la ayuda de los cuerpos profesionales. Casi una semana después de que todo ocurriese, los vecinos todavía pasan los días en sus calles, limpiando casas y bajos comerciales. Con caras serias, tristeza de ver cómo el agua se lo llevó todo a su paso. Ahora, un tractor de un agricultor es la única maquinaria pesada que ayuda a quitar los muebles destrozados.
El paisaje hasta llegar al lugar es desolador. Una vez dentro, nada cambia. Vecinos cubiertos de barro, coches destrozados, calles llenas de muebles inservibles y la marca del agua que arrasó todo, con casi dos metros de altura. Raquel vive en la calle Bosch Marín. Ya tiene más o menos limpia su casa, y afortunadamente, una parte de su calle también. Mejor dicho, sin barro: «Hemos podido quitar todo el barro, pero no podemos limpiar porque no tenemos agua». Además, asegura que esto lo han conseguido gracias a los voluntarios: «A partir del segundo día han venido muchos voluntarios a ayudar, pero profesionales muy pocos».
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Prácticamente enfrente vive la familia de Maximiliano y Paula. Desde la puerta miran cómo, muy poco a poco, su calle vuelve a una leve normalidad. Dentro de casa, sus niños de 3 y 4 años juegan, ajenos al desastre: «Hace un par de días celebramos el cumple de mi pequeña, inflamos unos globos y le cantamos el 'Cumpleaños feliz'», recuerda Paula. Aunque intentan «tener a los niños distraídos», ellos no pueden olvidar lo vivido estos días: «Era desolador, al principio no vino nadie, estábamos solos y sin agua ni luz». Afortunadamente, los voluntarios no se olvidaron de ellos, pero piden la presencia de fuerzas profesionales: «Vino un policía a destapar una alcantarilla y nada más».
Ellos ya no tienen residuos frente a sus casas, ni hay rastro de vehículos dañados: «Este fin de semana quitaron los coches», dice Maximiliano mientras señala cómo algunos de ellos obstruían la calle. Al caminar todavía quedan algunos, pero con carteles que indican que no se toquen porque «El coche funciona» y los datos del dueño. Eso sí, lo que todavía queda es basura. Paula, con su mascarilla puesta, explica cómo el problema va más allá de los muebles rotos: «También hay comida que se ha echado a perder y está podrida y oliendo muy mal. Es peligroso y no se lo está llevando nadie».
Al adentrarse unos metros en esta misma calle, el panorama es completamente diferente. Jonathan y Luis Miguel prácticamente no pueden salir de casa, pues tienen frente a ellos una montaña de muebles para tirar que nadie se lleva: «Si nos trajesen contenedores, meteríamos las cosas nosotros mismos, pero no viene nadie». Todavía cubiertos en barro, agradecen la ayuda de los «chavales jóvenes voluntarios» que están ayudando, aunque «comida hay de sobra, lo que falta son manos para sacar toda la basura», cuentan. Creen que puede tener algo que ver el hecho de ser un pueblo pequeño: «Esta zona es otro pueblo diferente a Alfafar y estamos abandonados, no tenemos ayuda más que la de la gente de a pie».
Es en esta calle Bosch Marín donde, además de vecinos, también se encuentra más de una decena de voluntarios equipados para limpiar y ayudar en lo que haga falta. Es el caso de Emma. Junto a algunos amigos, ha acudido desde Valencia hasta Llocnou porque «dicen que necesitan más ayuda». Durante los días anteriores no ha parado quieta: Massanassa, Benetúser... son algunos de los pueblos en los que también ha estado ayudando. «Simplemente yendo a los sitios y preguntando a la gente si necesitan ayuda encuentras a alguien», explica.
Al igual que no faltan voluntarios, en Llocnou tienen la suerte de tener bastante comida almacenada para los vecinos. La tienen en el ayuntamiento, donde Marcos y David, de 14 y 11 años, se encargan de distribuirla a los vecinos. Aclara Marcos que esto lo suele llevar su madre, pero no podía estar al mando y ayudan ellos. «La gente entra y coge lo que necesita. Algunos son más avariciosos que otros, y se llevan algo más de lo necesario, pero en general la gente tiene bastante cabeza», narra Marcos. David añade: «Tenemos bastantes cosas, incluso usamos la iglesia de almacén porque en el ayuntamiento ya no cabe todo, pero tiene que durarnos tiempo».
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