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DANIEL SALA
Viernes, 8 de diciembre 2006, 03:55
Muchos valencianos se preguntan, al contemplar los viejos recintos amurallados medievales que conservan algunas ciudades, por qué de las de Valencia apenas si queda vestigio alguno y cómo los valencianos del siglo XIX fueron capaces de derruir el último recinto de la ciudad que en el siglo XIV levantara Pedro el Ceremonioso. Y se asocia el nombre de Cirilo Amorós a este hecho, siendo más conocido por ello que por su prestigio como abogado y político conservador, en tiempos de Cánovas del Castillo, en que destacó como miembro de la Junta de Notables que elaboró la Constitución de 1867 de tan larga vigencia. Es evidente que a un amador de les glòries valencianes como fue Cirilo Amorós, presidente de la valenciana institución Lo Rat Penat en 1886-1887, no se le puede culpabilizar de la destrucción de lo que podría ser considerado como un bien patrimonial del pueblo valenciano al iniciar el 20 de febrero de 1865 su derribo ante las ovaciones y aplausos del gentío allí congregado en las inmediaciones de la puerta del Real, como gráficamente nos muestra la xilografía de A. Bergón, publicada en la revista apenas ocho días después. En efecto, tras lo protocolario del acto, los zapadores-bomberos de la brigada de la ciudad y un centenar de trabajadores del arte de la seda, que coronaban la muralla en dirección al Temple, empezaron a derribar las almenas prosiguiendo hacia las torres de Serranos. Así se iniciaba la demolición del viejo recinto que concluyó en 1868, en tiempos de La Gloriosa, por decisión de la Junta Revolucionaria.
Fruto de la época
Y uno se cuestiona si realmente fue una desacertada decisión de la que pedir cuentas a nuestros antepasados como otras muchas que a lo largo de nuestra historia han mermado notablemente el patrimonio artístico del pueblo valenciano. Y no puede más que reconocer que fue fruto de la época. Valencia, como muchas otras ciudades ochocentistas, se ahogaba dentro de las murallas; sus puertas se cerraban al anochecer y solamente permanecía abierta hasta más tarde la puerta del Real. Los rezagados se veían obligados a pasar la noche a la intemperie, o bien ir a pernoctar a una posada de la calle de Sagunto, La Luna, que les dejaba a la lluna de Valéncia, como reza el popular dicho. Valencia necesitaba derribar sus murallas y expansionarse; mas, tropezaba con la oposición del ejército que, obstinado y poderoso en época isabelina, se atribuía la propiedad de las murallas. Será el dinámico Cirilo Amorós quien, mientras ejercía interinamente el cargo de gobernador civil, decidió su derribo so pretexto de dar trabajo a los desocupados a causa de una crisis de la industria sedera. Por otra parte, debemos pensar que su valor artístico distaba mucho de lo que podría ser considerado como obra de arte; y de ello tenemos testimonio en el fragmento de las mismas conservado en el jardincillo junto al portal de Quart como dando cobijo a la escultura de Vicent Doménech, , que Emilio Calandín hiciera en 1901 y que la ciudad fundió e instaló allí en 1966.
A principios del siglo XVII, el cisterciense B. Joly, en su detallada descripción que hace de la ciudad nos dice: ... con murallas muy enteras y hechas de una fuerte tierra mezclada con cal y arena, que llaman . Este era el último de los recintos amurallados que, tras el romano y el islámico, tuvo la ciudad y cuya necesidad fue observada por el Consell General un siglo después de la conquista; sin embargo, las obras no comenzaron hasta 1356, en tiempos de Pedro el Ceremonioso, ante las amenazas bélicas procedentes de Castilla, siendo dirigidas por el Guillem Nebot; se hicieron rápidamente y utilizando gran parte de los materiales que, amasados y apisonados a manera de gruesa y alta tapia, eran sacados del foso que las rodeaba. La fuerte riada de 1358 la dejó tan maltrecha que, para coordinar las tareas de reconstrucción, el Ceremonioso impulsó la fundación de la Junta de Murs e Valls, institución paramunicipal sobre la que recayó desde entonces, entre otros muchos cometidos, el cuidado y reparo de muros, torres y portales del recinto defensivo que vienen perfectamente regulados en una de las mejores obras editadas en Valencia a lo largo del siglo XVII, debida a Joseph Lop, abogado de la ciudad, joya bibliográfica salida de las prensas de Gerónimo Villagrasa.
Imágenes de las murallas
Muchos son los grabados del XVII y XVIII que representan gráficamente la ciudad amurallada, vista desde la margen izquierda del río, con sus monumentales puertas que enfrentan a los puentes históricos del Turia, sobre todo en estampas y portadas de libros bajo el manto protector de la Virgen de los Desamparados, cuando no de toda la corte de santos valencianos canonizados en aquellos tiempos postridentinos cuyas crónicas llenan la publicística del siglo XVII. Toda una serie iconográfica que se inicia con las interesantes y bellas xilografías de la de Pedro Antonio Beuter, de 1546, en cuya portada viene representada la construcción de la muralla y el ataque a la torre de la Boatella en la que aparece el rey Conquistador al frente de sus huestes. Y junto a ellas, las que figuran en la de Vicente del Olmo, en la obra de Francisco de la Torre y Sebil, , o la tan conocida de la segunda parte de la citada obra de J. Lop, dedicada a la Fabrica Nova del Riu, con un san Vicente Ferrer como ángel protector de la Ciudad. A estas simbólicas representaciones del recinto amurallado tendríamos que añadir la más detallada y fidedigna de Anthoni van den Wijngaerde, de 1563 que, con todo lujo de detalles, nos ofrece un documento histórico de capital magnitud y la del plano de Antonio Mancelli, de 1608, que, con cien años de diferencia, se adelanta al que el P. Tosca, , novator adelantado del movimiento ilustrado, levantara en 1704.
A lo largo del siglo XVIII, los grabados de Tomás Planes, Hipólito Rovira, José Vergara o Vicente Galcer vendrán a ilustrar, de forma más o menos idealizada con este tema, las múltiples estampas devocionales así como las vistas valencianas del o las del geógrafo Cavanilles.
Muy posiblemente sean las litografías ochocentistas, como la estampa con escenas costumbristas desde la (entre la calle de Alborada y el jardín de Monforte) que realizaran sobre 1850 E. Ciceri y Ph. Benoist, o las magníficas panorámicas desde la puerta del Mar y desde el Puente de San José, de la fascinante serie litográfica titulada , diseñadas y litografiadas por A. Guesdon, las últimas reproducciones gráficas de las murallas de la Ciudad, amén de todas aquellas que reproducían la Ciudadela y las puertas de Quart y Serranos en la lucha contra el francés. En estas últimas de Guesdon se ha querido ver la utilización de globos aerostáticos y de las cámaras fotográficas con placa de cristal para transportar las imágenes resultantes a la piedra litográfica. Sin embargo, ya en 1563 A. van den Wijngaerde obtuvo los mismos resultados sin disponer de todos estos avances tecnológicos.
Después de ellas, las magníficas series fotográficas que hicieran J. Laurent, en mayo-agosto de 1870, o la parisina Casa Lèvy en los últimos meses de 1888, llegaron tarde para dejar en sus placas vista alguna de murallas y puertas que perecieron apenas unos años antes.
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