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La postal del archivo de José Huguet muestra la antigua finca del teatro Ruzafa. La fotografía de José Marín, una espectacular vía comercial.
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Eterna Ruzafa

A los antiguos conventos sustituyeron los teatros, Lírico, Eslava, Ruzafa y Serrano, que compitieron como más tarde lo hicieron los cines. Paseo bullicioso y popular siempre

M.ª ÁNGELES ARAZO

Sábado, 16 de diciembre 2006, 05:26

Tras la polémica de rigor, en 1989, el Paseo de Ruzafa (de la plaza del Ayuntamiento a la calle de Játiva) se peatonalizó ornado con farolas y naranjos. Con nombre de poblado árabe, famoso por sus jardines donde abundaban tanto los árboles como las alberca y surtidores, los valencianos mayores siempre vinculan la calle con el desaparecido teatro Ruzafa, que en 1973 bajaría el telón definitivamente.

Fue el teatro que inició su andadura en el verano de 1868, en un gran huerto entre las calles de Colón y Ruzafa: breves sainetes y música para bailar después, mientras el café granizado o la horchata se servían en veladores, constituyó tal éxito que pronto fue un salón cubierto y en 1888 disponía de luz eléctrica. Su historia merecería un libro; desde el maestro Serrano con zarzuelas inolvidables, entre ellas ; , de Magenti; y las revistas con atractivas vedettes como las hermanas Dayna, Ethel Rojo, Queta Claver y Gracia Imperio, que superaron la época de la censura y enamoraron a viejos, maduros y jóvenes, llenarían capítulos de anécdotas e infidelidades. Si las vedettes se alojaban en hoteles, las coristas se quedaban en pensiones como El Faro, cuyo emblema subsistió como tótem marino en la esquina de la calle de Játiva, cuando ya ninguna chica del conjunto suspiraba porque la invitasen a cenar en La Torera, restaurante económico en la misma calle e Ruzafa chaflán a Colón, cuya especialidad era el rabo de toro.

Si el teatro Ruzafa reclutaba al público del género frívolo, el Eslava, apodado la bombonera por su estilo neoárabe, se especializó en alta comedia; y allí acudieron los elegantes para aplaudir desde Margarita Xirgú a Rafael Rivelles.

Fue calle de escenarios levantados en antiguos centros religiosos; el monumental Trianon Palace, proyectado por Javier Goerlich se alzó en el solar del convento de Santa Clara, el de religiosas capuchinas de clausura, que tuvieron que abandonarlo con la Desamortización de Mendizábal en 1835. El aforo del Trianon Palace era de 1.500 espectadores y es sabido que el maestro Serrano influyó en reformas para que se pudieran estrenar allí sus zarzuelas; entre ellas y . También pasó a denominarse Teatro Lírico. No olvidemos que el teatro Serrano también se construyó sobre los cimientos del convento de San Fulgencio. O sea, la ciudad cambiaba a pasos agigantados las letanías por la alegre farsa.

Las chicas pelotaris

Allá por la década de 1950, a las vedettes de altos tacones topolinos y peinado , les competían como mujeres de bandera las pelotaris del Frontón Chiqui, que alentaban apuestas gracias a un juego donde se valoraba tanto la destreza como las pantorrillas y las adivinadas nalgas. Pelotaris y estrellas de las revistas eran clientas de Casa Mas, el comercio de los bolsos de plexiglás de colores rutilantes, material que importaba en 1947 José Mas Capo, con carácter exclusivo, para toda España. Fue un elegante comercio de maderas nobles, mármoles y lámparas con un llanto de cristal derramado en lágrimas.

De los tradicionales establecimientos, como Casa Cuadrado (inaugurada en 1872), la Central del Fumador, Gay y Lanas Aragón, sólo queda la evocación; eso sí, las zapaterías permanecen alternando con perfumerías, lencería femenina, quioscos ,restaurantes (no falta el turco) y telefonía móvil. La calle huele a calamares, a paella y carne con especias. Siempre la descubren turistas rubios y mayores, que quedan absortos con el ir y venir de tanta gente, que entra a los cines Lys. Los mimos vestidos de blanco hacen reverencia si se les da un euro y algún acordeonista, ensimismado, interpreta a la Piaf.

El Corte Inglés, en Colón-Játiva atrae a los jóvenes de la moda informal: suéteres cortos para dejar el ombligo al aire, botas altas, que permiten lucir muslo y bufandas que se arrastran por el suelo.

En otro tiempo, los chicos jugaban en los billares Colón, en los bajos de la finca neomudéjar, del arquitecto Vicente Alcayne Armengol, fachada de rombos de ladrillo y recercado lobulado con referencia oriental.

En esta finca existió el Café Colón, que ofrecía conciertos selectos y también, en el primer piso un singular comercio de mantillas y labores de ganchillo, que se exponían en las vitrinas del zaguán: Los Tres Ases. Rótulo que permanece a pesar de que se cerró la tienda cuando los velos dejaron de ser obligatorios para cubrir la cabeza de las señoras en los templos católicos, bajo pena de pecado venial; claro que este pecado se borraba fácilmente con unas gotas de agua bendita al santiguarse.

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