J. M. R.
Martes, 18 de octubre 2022, 13:14
Con 90 años de experiencias e historias de vida a sus espaldas, el panadero francés Jean Baud recorre el mundo poniendo en valor el pan como gran símbolo de una alimentación sostenible e igualitaria. Artesano del pan y memoria viviente del siglo XX en Europa, Baud hablará en la jornada organizada por el Cemas sobre la importancia de valorar los alimentos y de celebrar el pan como unión cultural y humana.
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–El pan es un elemento común en los alimentos de gran parte del mundo. ¿Cómo funciona a nivel simbólico para entender la actual situación alimentaria global?
–Para empezar, habría que definir la situación alimentaria mundial actual para ver cómo el pan podría hacer posible su comprensión. Si admitimos que la situación alimentaria actual es de abundancia o incluso hiperabundancia, solo hablo de países desarrollados, solo podemos notar la disminución relativa de la importancia del pan en la dieta de estos países. ¡Reducción cuantitativa pero también reducción de su valor simbólico! Así que no veo a priori cuál podría ser el papel del pan en esta situación. El pan ya no es el alimento básico que era en el pasado, por lo que quizás deberíamos invertir la pregunta y preguntarnos cómo, en la situación alimentaria actual, ¿puede el pan seguir teniendo el atractivo que le conocemos? Es entonces cuando podemos evocar su carga simbólica, y todos sus bienes, su apariencia, su valor gustativo y más simbólicamente su poder unificador. El hecho también de la relación calidad-precio que implica, ya que representa, como más que cualquier otro alimento, la intensa satisfacción que gran parte de la humanidad reconoce en él y esto gracias a tres componentes emanados de la tierra y los mares: trigo, agua y sal.
–En sus conferencias habla de celebrar el pan como unión cultural y humana. ¿Cómo se hace?
–Es muy sencillo: el mínimo discurso posible. Todo el simbolismo que lleva el pan, y Dios sabe si es copioso, solo interesa a los intelectuales. No lo digo para ridiculizarlos, son muy importantes, pero no es ahí donde hay que buscar de dónde viene ese interés que despierta el pan. En Europa seguro, pero también en una parte muy grande del mundo. Lo que me hace brillar los ojos cuando hablo del pan es, ante todo, el pan mismo: su imagen, la miga, la corteza, su olor, su sabor y todo lo que evoca, el pan sí, pero no solo con tal o cual plato como acompañamiento, ¡cómo si los grandes platos lo eclipsaran! Lo que el común de los mortales vislumbra y siente cuando le muestro mi pan y hablo de él es un deseo violento de no comerlo pero más que eso un deseo furioso de compartirlo con unos cuantos compañeros en el lugar apropiado. Y, por supuesto, hablar de él para compararlo con los panes excepcionales que ya se han comido. Es el famoso bocado que reúne y comparte gustos, sensaciones, ideas, estados de ánimo, lamentos, recuerdos… En fin, todo lo que en un instante hace el sabor del mundo. Entonces, si tenemos que hablar sobre el simbolismo, diría que el alto valor simbólico del pan radica en la alegría, el placer, el amor y el compartir más que en el sufrimiento y el sacrificio. Todos ellos, valores altamente simbólicos que dan al pan ese atractivo que lo hace cruzar los siglos.
–¿La sociedad actual da importancia al valor de los alimentos?
–Ciertamente no, pero este descuido no es específico de la alimentación, aunque todavía podemos ver avances.
–¿Cómo podemos lograr que se valore correctamente los alimentos en el contexto actual?
–Quizás el tiempo haga su trabajo pero la conciencia actual respecto a la protección de la vida y, por ende, de nuestro querido planeta Tierra puede ayudar a acelerar este movimiento. Para ser breve, me centraré en el tema único de la educación, incluso si eso significa ser un poco provocativo. Yo, que soy un ingeniero que de ninguna manera niega el valor de sus estudios y su utilidad, sueño con una escuela donde se dé tanta importancia al mundo viviente, al ámbito de la biología pero también a la vida en sociedad, como a la racionalidad. Sueño con una escuela donde los alumnos germinen plantas y las críen. Sé que ya hay algunas. Sueño con una escuela donde el aprendizaje de la democracia esté tan bien dotado como el de las matemáticas. Podría soñar una y otra vez… ¡Estaríamos, por fin, ante una escuela de vida y un mundo pacífico!
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