![La Valencia que sigue con la vida normal](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/11/01/Plazareina-RmsZg2g6vxvnO8NnJMvUhwI-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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Las calles de la ciudad viven con normalidad. Todo sigue. Eso, sí, se antoja que una normalidad que no es la habitual. Los pueblos que circundan la capital, y otros muchos, sufren las consecuencias de una tragedia sin precedentes y eso en la ciudad se percibe. En las calles no hay barro, no se ven enseres domésticos destrozados en las aceras, hay tiendas y cafeterías abiertas, pero la actividad parece ralentizada. Se echa en falta el bullicio. El dolor está cerca.
Vecinos, comerciantes y quienes atienden las barras de los bares, siguen los pasos de siempre, pero ¿pisan tan fuerte como la semana pasada? Hay dificultades para los repartos y suministros, y eso se va notando. Se observan detalles que dicen que esta semana no es como la anterior, «La ciudad se ve triste», advierte una vecina del centro de la capital. Ayer era festivo y el ambiente no era el propio de una jornada sin trabajo con los comercios abiertos, un día de esos que invitan al ocio y al paseo.
Aun así «hay gente que no es del todo consciente de lo que ha pasado. Es como cuando ves en las noticias que cuentan alguna catástrofe ocurrida en otro país». Es el punto de vista de Jennifer Soriano, joven dependienta de una tienda de ropa del área de la calle Colón. Ella es de Alaquàs y le ha tocado de cerca, «tuve que pasar unos días en casa de unas amigas». Por eso piensa que tal vez haya personas que si no les ha tocado de cerca no llegan a comprender la magnitud del desastre.
Con ella trabaja Ángela Tébar, una joven alicantina que confiesa que «está como en estado de shock y no me lo llego a creer». De camino al trabajo le ha llamado la atención ver «a mucha gente con botellas de agua, fregonas y cubos yendo a los pueblos para ayudar». Jennifer y Ángela lo tienen claro. Si no tuvieran que trabajar estarían allí: en los pueblos afectados.
Hay personas sentadas en las terrazas de las cafeterías, grupos de turistas en la plaza de la Reina, menos concurrida de lo habitual. Se dispone a un paseo en bicicleta, entran y salen de las tiendas, los servicios de reparto se abren paso, los taxis circulan como siempre: van, vienen y se detienen en las paradas. Pero hay un no sé qué distinto. Y en el ir y venir por las aceras se descubre una nueva imagen urbana, es el rostro de la solidaridad.
Por la calle Cirilo Amorós avanza un grupo de chicas jóvenes pertrechadas con capazos de goma –de los que se utilizan en el campo– y escobas. Calzan botas de agua y visten ropa cómoda. Un poco más adelante, una mujer de mediana edad, devuelve el mismo retrato. Se van, andando, hacia La Torre o Paiporta;hasta donde se les necesite. Valencia, a su normalidad ha añadido el perfil del compromiso con los propios, con los de cerca.
Claro, no todos ven la situación con los mismos ojos. Bernardo Ballester es un repartidor que acaba de dejar unas cajas en un restaurante. Él piensa que «debería estar todo cerrado. La gente que está sentada en las terrazas y que entra en los restaurantes no sabe lo que hay en Silla, en Alfafar o en Paiporta. La mitad de la ciudad no se entera». Este repartidor asegura que «estamos trabajando de forma normal, pero faltan proveedores a los que se les han inundado las naves y damos el servicio como podemos. Hoy es día de fiesta y ya ves, estoy trabajando». Las palabras de Bernardo lo confirman: la normalidad no es la de siempre.
«Te sientes impotente. Nunca podíamos imaginar que en esta época habría gente que se ha quedado sin nada». Ahora tienen que «remontar» y también Valencia lo lamenta, «la ciudad está triste. Ha descendido la actividad. El martes había tiendas cerradas y hasta el jueves por la tarde algunas no abrieron. Faltaba calor, faltaba vida», señala Lucía Ballester, una vecina del centro de la capital. A sus palabras se añade la observación de su marido, Daniel Oro para apuntar que detrás de esa sensación de actividad ralentizada se encuentra que «la gente ni siquiera podía venir a trabajar». Una normalidad que sin duda está tocada en sus emociones.
Cuatro jóvenes universitarias vinculadas a la parroquia de San Agustín de Valencia: Ana, Ariadna, Paula y Marta se dirigían ayer por la mañana a cruzar el puente de la solidaridad, a pasar a la otra orilla del Turia para llegar al lugar de la tragedia. Avanzaban preparadas para hacer lo que les mandaran convencidas de que «la ciudad es consciente de lo que están viviendo esos pueblos. El martes el centro de Valencia parecía la ciudad de la de la pandemia con tiendas y bares cerrados. En las calles hay menos alegría». Se mostraron convencidas de que «la gente se está involucrada, pero faltan medios. Algunos amigos que ya han estado allí nos lo han contado».
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
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