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PACO LLORET
Viernes, 28 de noviembre 2014, 23:22
El Valencia fichó en el verano de 1974 a Fernando Tirapu, un todoterreno que brillaba en las filas de Osasuna, por entonces club de segunda división. En Mestalla soplaban vientos de renovación. Tras cuatro campañas consecutivas, Alfredo Di Stéfano abandonaba el banquillo. Su sustituto era el yugoslavo Milovan Ciric. Los técnicos balcánicos se habían puesto de moda. Sus métodos de trabajo se consideraban innovadores y cotizaban al alza. Los dirigentes valencianistas también se apuntaron a la moda con el propósito de recuperar el protagonismo perdido. Pese a contar con una plantilla rutilante y de protagonizar un arranque espectacular que le condujo al liderato en la liga 73-74, el club venía de quedar fuera de Europa por primera vez en su historia después de un hundimiento inexplicable. Por ello se buscó también a jugadores que refrescaran la plantilla, futbolistas de un perfil bajo, poco conocidos, que aportaran savia nueva. Además del pamplonica llegaron Ferrer-Díaz, el portero Pereira y Barrero.
Tirapu era joven, derrochaba energía, parecía incansable. Desde el minuto uno al noventa mantenía un ritmo endiablado. No era un prodigio de técnica, desde luego, pero peleaba por cada balón como si le fuera la vida. La parroquia de Mestalla se enamoró a primera vista de aquel navarro que podía jugar en cualquier demarcación que no exigiera labores de elaboración. Para eso estaban a su lado hombres más virtuosos como Claramunt y Planelles, con quienes solía formar en la medular de aquel ejercicio 74-75. El Valencia no le terminaba de coger el hilo al campeonato pero tampoco andaba alejado de las posiciones europeas cuando el Barcelona se presentó en Mestalla el 23 de febrero en un duelo correspondiente a la 21ª jornada. Los catalanes se habían llevado la Liga anterior de calle pese al excelente y efímero inicio del Valencia. Aquella fue, sin ninguna duda, la Liga de Johan Cuyff. El holandés sentó cátedra, se convirtió en un fenómeno social en aquella España, impactada por su fichaje astronómico.
La primera visita de Cruyff a Mestalla se produjo en la víspera de la Nochevieja de 1973. El partido se televisó a toda España y el Barça se impuso por 0-2, ambos goles en la segunda parte, obra de Cruyff. La parroquia local asumió la cruel evidencia en una noche pasada por agua y con el graderío a rebosar. Cuando ambos equipos se volvieron a ver las caras en la segunda vuelta, los valencianistas tuvieron que hacer el pasillo en el Camp Nou en honor del campeón. Los culés volvieron a ganar por 1-0 pero Claramunt, un consumado especialista en el tiro de penaltis, erró un máximo castigo con el marcador a cero. La siguiente campaña ya nada fue igual. El Barça se transformó en un equipo acomodado y reservón que solía perder en casi todas las salidas. Al inicio del campeonato el Valencia visitó el feudo blaugrana y salió trasquilado: derrota por 5-2 en el desafortunado debut de Pereira en la portería. A los 3 minutos, Cruyff ya había marcado, a los 5 los de Mestalla perdían por 2-0. Hubo reacción visitante y el marcador se puso con un apretado 3-2 en la recta final. En esos últimos compases llegaron dos nuevos tantos locales, uno con la firma del holandés.
El valencianismo deseaba acabar de una vez por todas con esa sangría ante el Barça, para lo cual era indispensable anular a Cruyff. Lo cierto es que el holandés ya no arriesgaba tanto como en su deslumbrante campaña de presentación. Los rivales ya le habían tomado la medida y sabían cómo frenarlo. El Valencia encomendó a Tirapu su vigilancia aquella tarde y el plan salió a la perfección. Las credenciales invitaban al optimismo: el Barça venía de perder de forma seguida en sus cinco desplazamientos anteriores a los campos del Betis, Elche, Real Madrid y Athletic por 1-0. En La Rosaleda cayó por 3-2. Mestalla era la siguiente salida. Y el Valencia también se llevó el triunfo por la mínima gracias a un solitario tanto marcado por Ferrer-Díaz en el segundo período después de un inverosímil centro-chut que Sadurní, portero blaugrana, se metió en su propia puerta.
Pero el triunfo se logró en buena medida gracias al imponente partido de Fernando Tirapu que no cejó ni un instante en evitar que Cruyff marcara las diferencias. No fue un marcaje al estilo de Gentile a Maradona en el Mundial del 82. Tirapu era un jugador muy noble que basaba su fortaleza en unas facultades extraordinarias y en una prodigiosa capacidad de anticipación. Mestalla se rindió aquel día ante un jugador que fue titular en todas las jornadas de aquel campeonato, 34 en total, y que permaneció dos temporadas más en la disciplina valencianista aportando un gran rendimiento. Aquel fue su día de gloria. En el verano de 1977 fichó por el Athletic de Bilbao. Cuando volvió al feudo del Valencia, se llevó una ovación de gala.
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