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PACO LLORET
Viernes, 5 de junio 2015, 23:56
La noche perfecta. El partido soñado. Una conjunción astral se produjo en Mestalla. Para los amantes de las cábalas: 9-6-99. La combinación mágica de una fecha registrada en los anales. Imposible de olvidar lo sucedido. Siempre permanecerá en el recuerdo del valencianismo aquel partido de las semifinales de la Copa del Rey ante el Real Madrid. Un resultado tremendo: 6-0. Set en blanco, la mayor humillación para un tenista. Una espiral de locura se apoderó del público presente, entregado a un equipo que destapó el tarro de las esencias. Los goles fueron cayendo poco a poco hasta dejar la eliminatoria sentenciada. Aquella memorable goleada fue el prólogo de la conquista del trofeo que tuvo lugar, pocas semanas después, en el estadio sevillano de La Cartuja.
Nada hacía presagiar un desenlace similar ante los madridistas. Bajo la batuta de Claudio Ranieri, el Valencia peleaba por acabar entre los cuatro primeros en la Liga para debutar en la siguiente edición de la Champions, objetivo que se cumpliría gracias a una carambola en la jornada final. Al mismo tiempo, se estaba creando un estilo de juego muy reconocible, basado en la solidez y en la eficacia. Los valencianistas ya habían presentado sus credenciales en los cuartos ante el Barcelona, batido en dos encuentros vibrantes: 2-3 en el Camp Nou y 4-3 en Mestalla. Un gol antológico de Mendieta, las carreras meteóricas del 'Piojo' López y el trabajo colectivo de un equipo en fase de crecimiento permitían esperar lo mejor del Valencia. Aquel cruce contra el Barcelona entrañaba muchas dificultades porque los catalanes llevaban tres campañas consecutivas accediendo a la final y sin perder, por tanto, una sola eliminatoria. Los valencianistas destronaron al campeón y cortaron aquella formidable racha.
La competición de clubes se detuvo a finales de mayo por un compromiso de la selección española que se enfrentaba a la débil San Marino en El Madrigal. El encuentro, valedero para la fase final de la Eurocopa 2000 que debía celebrarse en Bélgica y Países Bajos, terminó con un marcador de escándalo: 9-0. A medida que los goles iban cayendo en Mestalla, empezó a surgir un cántico socarrón e hiriente para el rival que se fue extendiendo por toda la grada: «sois San Marino, vosotros sois San Marino», a ritmo de Guantanamera. Con ese mensaje de sorna, la parroquia valencianista festejaba la proeza de su equipo ante un rival que todavía contaba en su plantilla con Pedja Mijatovic, ausente de la cita por culpa de una decisión sorprendente de su entrenador, JB Toshack.
El jugador montenegrino despertaba la animadversión del público tras su salida, tres años antes. Al Valencia le salió todo bien aquella noche; el Real Madrid, por el contrario, no dio una a derechas. Prueba del estado de gracia de los locales fueron los dos tantos conseguidos por Alain Roche en el primer tiempo. Un defensa central que apenas había visto portería a lo largo de su carrera, hizo doblete. El exponente de la adversidad visitante fue su prematura inferioridad numérica: los madridistas se quedaron con un hombre menos antes del descanso por la expulsión de Fernando Redondo. Cuando el argentino vio la roja, el Valencia ya ganaba por la mínima gracias al gol de Claudio López tras un lanzamiento de falta. El tanto del Piojo fue el preludio del desenfreno que se iba a vivir. En el intermedio, el marcador reflejaba un 4-0 que no hubiera pronosticado ni el más optimista de los incondicionales. El croata Vlaovic se había sumado a la fiesta con un gol que parecía más propio del billar, puesto que el balón golpeó la base de los dos postes antes de entrar. En ocho minutos, los valencianistas marcaron tres veces. Mestalla asistía a un festival sin precedentes.
La reanudación del choque tuvo un cariz más sosegado. El botín parecía suficiente para acudir al Bernabéu. El Valencia optó por controlar el juego y no dar la más mínima opción a un oponente que andaba desconcertado todavía por el varapalo. Sin embargo, antes del primer cuarto de hora, Angulo se sumó a la fiesta y batió a Bodo Illgner por quinta vez. Con el 5-0, el ambiente se disparó, y la multitud disfrutó entonando a coro la copla de inspiración caribeña. El rival andaba desorientado, el Valencia tampoco apretaba en exceso, pero Gaizka Mendieta puso la guinda con el sexto y último tanto de la noche culminando una brillante acción individual. El rubio centrocampista crecía a pasos agigantados y se iba a convertir en todo un símbolo de esa época.
El resultado final provocó el delirio en Mestalla. El valencianismo empezó ya a hacer planes de cara a una final que iba a llevarse con autoridad. El choque de vuelta apenas tuvo interés y se saldó con una victoria del Real Madrid por 2-1 aunque Cañizares hubo de emplearse a fondo en alguna fase del encuentro ante un rival herido en su orgullo. No en vano, ese 6-0 de Mestalla figura en los anales como el peor resultado sufrido por el Real Madrid a lo largo de todas sus participaciones en la Copa.
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