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PACO LLORET
VALENCIA
Viernes, 27 de diciembre 2019, 23:43
El Centenario del Valencia agota sus últimos días. Atrás queda una efeméride ansiada y un año redondo. En el recuerdo se agolpan las fuertes emociones vividas y los momentos memorables disfrutados. Un nexo común enlaza varios duelos resueltos con el tiempo a punto de expirar. Esos goles salvadores que se celebraron con frenesí y algunas remontadas épicas proporcionaron el esplendor a un ejercicio singular. Y para que no faltara de nada, fuera de los terrenos de juego se desencadenó una crisis institucional de considerables proporciones, complicada de interpretar e imposible de asumir en tiempos de bonanza deportiva y de prestigio competitivo. A punto de concluir el segundo decenio del siglo XXI sin conquistar un título, el club de Mestalla aumentó su palmarés con un nuevo trofeo, al igual que sucedió con la Copa del Rey en el 99, el mismo galardón y en el mismo escenario. Desde su primer éxito, a principio de los años cuarenta, no ha habido década sin un alirón.
La fuerza del valencianismo se exhibió en Sevilla con una demostración de poderío en las calles hispalenses antes de la gran final. Goleada en animación. La superioridad ambiental del club de Mestalla empezó en los prolegómenos y se ratificó en la grada de Heliópolis. No hubo más color que el blanco. La fiesta vivida antes de que rodara el balón y el despliegue pirotécnico que sorteó las restricciones impuestas transmitió un mensaje de confianza a un equipo que no decepcionó sobre el terreno de juego. Aquella lona gigantesca desplegada tras segundos de incertidumbre se convirtió en el espaldarazo final para un equipo que completó una primera mitad arrebatadora, plena de intensidad. 'Soñar que no tenemos techo'. Un lema que se ha instalado en la memoria colectiva. Un Valencia bronco y copero, con las ideas claras, al máximo de revoluciones, seguro de sí mismo, bien plantado y sin descomponerse. El perfil de un conjunto consciente del momento, responsable por la oportunidad que se le presentaba pero liberado de temores y complejos.
Aquella final vino a reparar algunos disgustos recientes y a reivindicar la tradición copera de una entidad que forjó en este torneo gran parte de su identidad. El valencianismo vibró con un arranque de traca, sufrió lo indecible en la segunda parte y vio cómo se esfumaba la posibilidad de rematar el triunfo cuando se dejaron escapar las oportunidades más claras. La gloria vino así, envuelta en emociones inimaginables. La liturgia de la coronación del campeón aún emociona, las imágenes desgarradoras en el campo y en las tribunas, con Dani Parejo, el gran capitán, sin poder contener las lágrimas. Un sentimiento compartido por miles de corazones, esas miradas al cielo, el recuerdo a los ausentes, las dedicatorias íntimas. El camino hasta llegar a ese momento estuvo plagado de situaciones extremas y cuando absolutamente todo parecía perdido se esquivó la decepción. El guión de esta historia eligió una trama retorcida y apasionante.
La realidad superó a la ficción una vez más, tras salvar una eliminatoria que se antojaba perdida con dos goles en la prolongación y ante un rival detestado. Aquella explosión final en Mestalla, los tres goles inolvidables de Rodrigo Moreno después de ver como el Getafe se adelantaba en el marcador, representaron la superación de un desafío mayúsculo. Para mayor inri, un gol local era invalidado por fuera de juego. El gozo en un pozo. Para darle la vuelta al marcador había que seguir remando. Después vino el éxtasis, la grada al borde del colapso con un toma y daca sin tregua. Aquellos momentos de fútbol sin freno generaron un estado de locura, Mestalla fue lo más parecido a un manicomio. El premio final se celebró como merecía la gesta. Ese desenlace milagroso reactivó al equipo y a la parroquia. Todo era posible.
Después vino un emparejamiento propicio en el sorteo de semifinales que dejó al Valencia a un paso de la ansiada final. El ambiente en los prolegómenos del partido de vuelta ante el Betis resulta imposible de olvidar. En la calle y en la grada, antes, durante y después de un choque resuelto con oficio por la mínima, la antesala del broche de oro que se puso, ironía del destino, en el feudo del rival eliminado. Por segunda vez en la historia una final quedaba alejada en el calendario por varios meses, tal y cómo sucedió con la primera Copa de Ferias, postergada a septiembre del 62.
Ese distanciamiento permitió concentrar las energías en los actos conmemorativos del Centenario a lo largo de marzo. El impresionante homenaje a las leyendas en el santuario de Mestalla, un acto repleto de autenticidad, la marcha cívica hasta el corazón de la ciudad, la ofrenda de flores a la Mare de Déu y una mascletà histórica dejaron constancia de la dimensión de una entidad cuyos incondicionales entendieron que hace cien años, siete entusiastas fundadores pusieron la primera piedra de un club que agita pasiones únicas. La aventura surgida del Bar Torino ha conmemorado un Centenario valencianista apoteósico. Quienes lo han vivido pueden sentirse privilegiados y orgullosos.
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