Cuentan algunas leyendas que en campos embarrados hasta tal punto que otros no podían conducir ni apenas golpear el balón, Antonio Puchades desplegaba su mejor fútbol. Se achaca esta habilidad a su juventud trabajando en los arrozales de su Sueca natal. Quizás por eso, el apelativo de 'Arrocero' que le coreaban en algunos estadios, en ocasiones a modo de desprecio, él se lo tomaba como un halago.
Eran otros tiempos y otros salarios pero, de hecho, todo lo que ganó jugando a fútbol, Antonio Puchades lo invirtió en arrozales. Estando aún en activo, compró terrenos en Villafranco del Guadalquivir, por Sevilla, y los dejó a cargo de su hermano Pepe. «A veces nos íbamos cuatro días para allá. Era otra época, con carreteras diferentes. Teníamos que hacer noche por Úbeda, Linares o Bailén», recuerda Mari Paz, una de las sobrinas del mítico exjugador del Valencia, campeón de dos Copas (1949 y 1954).
Su devoción por Sueca y por el arroz le venía de familia, por mucho que su madre hiciera fuerza por que dejase el fútbol para que trabajase en los cultivos. Fue su tío Mulet quien le apoyó para que siguiera pateando el balón y, quizás, gracias a él hoy se pueda hablar de una de las principales leyendas del club de Mestalla. Así lo relata el párroco Ángel Navarro en su biografía de Antonio Puchades. También hace referencia a su reacción cuando Luis Colina, secretario técnico de la entidad, le comunicó el interés del Barça y del Milan por ficharle.
«¡Sin Sueca y el Valencia CF yo no puedo vivir!», le respondió a gritos, más que enfadado, temeroso a que quisieran empujarle a aceptar la oferta. Hablaba desde el corazón de quien residió en la cabecera de la Ribera Baixa toda su vida, el de un hombre que amaba el Valencia. «Mi tío siempre estaba dispuesto a hablar con quien viniese a preguntarle sobre el club o de la selección Y siempre decía buenas cosas de los que habían sido sus compañeros. Cuando Ángel Navarro estaba escribiendo la biografía y lo veía cansado, le decía: 'Va Tonico, vamos a dejarlo por hoy'. Y él podía seguir horas contándole anécdotas, con nombres y apellidos», rememora Mari Paz.
También inspiró a Ángel Zúñiga para su obra 'Pan y fútbol': hasta que publicó el libro, el periodista se citó con él varias veces en verano, en la residencia estival en El Perelló. Antonio Puchades residió con su hermana Elodia. «Los dos se entendían muy bien, se cuidaban. Cuando ella falleció dos años antes, él lo pasó muy mal», subraya Mari Paz. A veces, quizás por picarle, por la mañana le decía: «Hoy voy a hacer fideuà». «¿Qué fideuà? ¡Ponle arroz!».
«Nada, pues arroz», respondía ella, sabedora de que él lo comía de lunes a domingo: paella, con verduras, amb fesols i naps... De hecho, desde que se retiró mantuvo el pase, que pagaba él, en la grada: iba a Mestalla con sus amigos de siempre en coche, primero a comerse una paella siempre en el mismo restaurante del centro. «Cuando ya se hizo más mayor y dejó de ir al fútbol me quedé yo ese abono. Quise pagarlo pero él se negó: 'Eso son cosas mías'», recuerda Mari Paz. También revive las tardes con su tío, cuando iba a supervisar sus arrozales de Sueca, después de haber vendido los de Sevilla cuando impusieron severas restricciones en el uso de agua.
Entonces Antonio Puchades ya estaba retirado. Era leyenda del Valencia y de la selección. «Le gustaba todo el deporte, pero cuando se hizo más mayor ya sólo quería ver los partidos de su club y de España», cuenta Mari Paz.
Más allá del fútbol y del arroz le gustaba la vida sencilla en su Sueca, jugando a las cartas (al tute y a la brisca) o al parchís. Disfrutaba del arte de otros valencianos célebres: la música de Nino Bravo y tenía 'La Barraca', de Blasco Ibáñez, como libro favorito. Sólo se despojó, temporalmente, de su apego por su tierra durante un mes, tras haber quedado cuarto con la selección en el Mundial de 1950. Lo que sucediera en Brasil se quedó en Brasil.
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