Mestalla se volvió a vaciar antes de que terminara un partido del Valencia y eso es mucho más preocupante que la derrota contra el ... Atlético. Fue el pago del valencianismo a la imagen lamentable de su equipo en una primera parte impropia de un equipo que se está jugando la vida. Hace ya mucho tiempo, Peter gracias por todo, que ya nadie le exige al Valencia ganar a los equipos que se están disputando la Liga pero lo mínimo es meter la pierna, vamos como hacen el resto de equipos de la parte baja, y no salir con los brazos caídos y pensando que esos tres puntos no son importantes. Hacer cuentas de los partidos donde hay que apretar y los que no es el camino más cercano para acabar descendiendo a Segunda.
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La derrota, que quedó evidente con el 0-2 al descanso, claro que importa. Rompe la mala racha como local del Valencia, que había encadenado tres victorias en Mestalla contra la Real Sociedad, el Celta y el Leganés, y del buen inicio de la segunda vuelta, donde los de Corberán habían sumado 10 puntos de los 15 posibles. Ahora, con 23 puntos seguirá en puestos de descenso por diferencia de goles con Las Palmas. 23 puntos en 25 partidos. No está el Valencia para elegir los partidos donde se pone una máxima intensidad y los que se dejan pasar porque no son 'de tu Liga'.
Si el partido no se marchó al descanso totalmente finiquitado fue porque Julián Álvarez no aprovechó el enésimo despiste defensivo del Valencia para marcar el tercero de su cuenta. Un mal despeje de Mosquera, ya en el descuento, le habilitó una autopista al argentino con destino Mamardashvili. Tan desesperante fue la escena, que muchos valencianistas ya estaban protestando por lo que parecía que iba a convertirse en el 0-3 de los de Simeone antes de que el balón besara la red. Por suerte, hasta los mejores escribanos tienen un borrón y el tiro muy mordido se estrelló contra la pantalla de publicidad del fondo. De lo que no se libró el equipo, lógico, fue la desaprobación general cuando enfilaron el túnel. El valencianismo hace mucho que ha somatizado que esta temporada toca sufrir por no bajar hasta el final de curso pero hay mínimos en el deporte profesional que no se negocian. El Valencia, como ocurrió en el reciente partido copero contra el Barça, fue como un azucarillo que se deshizo con el primer contacto del café. Duró sólo diez minutos en el campo y no lanzó entre los tres palos en toda la primera parte.
Los dos goles del Atlético desnudaron las carencias defensivas valencianistas. Eso y la falta de intensidad. A los 12 minutos, como si fuera una pesadilla de aquellos inicios contra el Barça, Griezmann, que jugó sin marca y como en el patio de su casa toda la primera parte, leyó a la perfección la diagonal que le trazó Lino. El disparo del portugués fue al larguero y Julian Alvárez, ante la atenta mirada de Foulquier, Tàrrega y Mosquera, remató a placer el 0-1. La escena se repitió, como con aquellas hojas de calco de la extinta EGB, a la media hora. Griezmann, con Javi Guerra muy alejado en su defensa, centró con suavidad el balón para que Julián Álvarez, de nuevo ganándole la espalda a Tàrrega, marcara el segundo. Quedaba mucho, pasaron más cosas, pero la sensación es que el partido estaba casi sentenciado.
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El cambio de Hugo Duro por Pepelu, que volvió a desaprovechar una oportunidad de titular, fue el símbolo de un arreón de orgullo tan ponderable como estéril, puesto que no se reflejó en el marcador. En siete minutos de la segunda parte, el Valencia ya había lanzado más veces que en toda la primera y una vez entre los tres palos. No es casualidad, nada lo es en el deporte profesional, que esos minutos de agobio de los de Corberán al Atlético, los únicos del encuentro, llevaran al episodio más polémico del choque. En directo, el remate de cabeza de Sadiq que se estrelló en el brazo izquierdo de Javi Galán, en el minuto 56, pareció un penalti claro. Ni el VAR ni Busquets Ferrer lo consideraron. Cuanto menos, es uno de esos ejemplos que hacen imposible, para el espectador del fútbol en general, poder saber los motivos que hacen que unas veces se piten y otras no. Una vez escuchado el argumento de la posición natural del brazo, y la parte baja del cuerpo, jugadas calcadas han terminado en penalti. Eso no es debatible.
Tampoco debería serlo que el Valencia no perdió por el arbitraje sino por regalar la primera parte contra un equipo que si no se marchó al descanso por una goleada fue porque no lo necesitó, más allá de aquel mano a mano fallado por Julián Álvarez. El Valencia siguió apretando, loable pero insuficiente, y los de Simeone aprovecharon los espacios para rematar con el 0-3.
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La reflexión dura sigue siendo la comparación de los proyectos. Simeone llegó al banquillo del Atlético en la temporada 2011-2012, cuando el Valencia con la Fundación ya agotaba el proyecto y puso la alfombra dos años después a Peter Lim. Desde ese momento, los dos equipos han jugado 31 partidos. El equipo madrileño ha ganado el 61% y sólo ha dejado escapar tres derrotas. El resto, nueve, acabaron en empate. Esa es la dura realidad contra un club contra el que, antes, se peleaba mirando a los ojos.
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