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Siete años después de colgar las botas, Valdez se hizo cargo de la plantilla del Valencia CF. Su elección como entrenador se produjo tras el abandono voluntario de Roberto Gil. El club atravesaba por un período de fuertes turbulencias económicas. La crisis generada por la inversión efectuada en Mestalla de cara al Mundial 82 dejó al Valencia en una situación límite. Los jugadores decidieron plantarse en vísperas de una eliminatoria de la Copa de la Liga contra el Betis en mayo de 1985 ante los constantes retrasos en el cobro de sus salarios. Con ese amenazante telón de fondo, la directiva presidida por Vicente Tormo apostó por un técnico joven que prometía mucho. Tampoco había recursos para más. La promoción interna era la única opción.
Valdez había destacado por su trabajo en Paterna, sobre todo al frente del equipo juvenil y del Mestalla, que llegó a disputar con el Córdoba la promoción de ascenso a segunda B. El filial cayó en el Arcángel tras vencer por la mínima en casa. Valdez tenía madera y apuntaba alto. Firme en sus convicciones, coherente en su discurso, y con una personalidad inalterable, el argentino ofrecía un perfil más que atractivo a priori. En el cargo le habían precedido Paquito y Roberto, compañeros suyos durante la etapa de jugador. Sin embargo, se distinguía de ellos por seguir una filosofía alejada de lo establecido en aquella época.
Valdez era diferente, veía el fútbol con una mirada alternativa a los técnicos obligados por la exigencia del resultado. Nada parecía alterarle. No se descomponía ante una mala actuación o un resultado adverso, permanecía fiel a su filosofía. No admitía intromisiones y asimilaba los reveses con aparente tranquilidad. Las precauciones le espantaban. Después de preparar la campaña en Tenerife, en las faldas del Teide, intentó cambios en la estructura del equipo. No logró que Tendillo dejara el centro de la zaga y se convirtiera en un centrocampista de amplio recorrido. Buscó en Sixto y Urruti, los compañeros adecuados para Wilmar Cabrera, el ariete más realizador. Jugadores de la cantera como Voro, Vicent Cuxart, o Paco Ferrando contaron con su confianza. Su destitución se produjo tras un doloroso 6-0 en Atocha en los compases iniciales de la segunda vuelta.
La campaña había arrancado en Mestalla con un triunfo milagroso ante el Valladolid de Cantatore en una noche de penaltis. Gracias a Sempere y Sixto el Valencia se impuso por 2-1. Aquel Valencia era irregular pero actuaba sin complejos, como lo demuestran sendos empates, 2-2, obtenidos en Santander y Bilbao, evidenciando personalidad y capacidad de reacción. A aquellas meritorias igualadas se añadió un triunfo en Cádiz por 2-3. Los andaluces estaban dirigidos por Paquito y serían, finalmente, el gran rival en la lucha por la permanencia. Una semana después del triunfo en Carranza, llegaba otro resultado que evidenciaba el talante de un equipo que actuaba sin temor, daba y recibía sin importarle el desenlace: 3-3 en Zorrilla, en un partido de alternativas constantes.
Los varapalos sufridos en el Bernabéu y el Calderón, donde el Valencia perdió por 5-0, se superaron gracias a triunfos en casa frente a rivales con un excelente nivel de juego, como la Real Sociedad y el Zaragoza. Un arbitraje desquiciante de Pes Pérez en Mestalla, en una tarde aciaga ante el Sevilla, encendió la luz de alarma en una directiva temerosa por revivir los fantasmas de un pasado reciente. Para colmo, el infortunio se cebó con la ausencia forzada de dos futbolistas de gran peso específico en el centro del campo, que además aportaban goles. Ni Robert Fernández ni Fernando Gómez pudieron jugar con regularidad por culpa de sus importantes lesiones. Así las cosas, Valdez hubo de improvisar soluciones con la compañía y consejo de Pepe Hernández, «Tomateta», su leal ayudante. Los fichajes de aquel Valencia 85-86 nunca terminaron de funcionar. Curiosamente, ambos de apellido compuesto, Muñoz Pérez y Sánchez Torres, estuvieron muy por debajo de las expectativas creadas en verano.
La sentencia estaba dictada. Los goles a última hora recibidos en Alicante y en Mestalla contra el Sporting, condujeron al equipo a una situación límite que explotó en San Sebastián. Valdez no se inmutó y afrontó con entereza el final de su breve estancia en el banquillo valencianista. Probablemente, si hubiera continuado al frente del equipo, no se habría producido el hundimiento que vino a continuación, ya con Alfredo di Stéfano al frente de la nave. Nunca se sabrá, pero bajo su dirección el equipo nunca estuvo en zona de descenso, y muchos de quienes vivimos de cerca aquel momento sostenemos esta hipótesis. Valdez vio cortado su vuelo como entrenador demasiado pronto en un club cuyos cimientos ya no pudieron resistir más.
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