Genaro Gattuso es el undécimo cadáver en el banquillo de Peter Lim. El italiano, harto de las promesas que no valen nada, ha vestido ... de un mutuo acuerdo su salida del club porque el accionista mayoritario no ha cumplido. Es la historia de siempre, la de un proyecto cargado de mentiras, de la fábula de Meriton con mal final para el valencianismo, que se asoma al abismo del descenso. Gattuso, contra las cuerdas tras la eliminación copera y la derrota en Pucela, miraba hacia arriba cuando los periodistas le preguntaban por refuerzos. El técnico estaba harto, hastiado de tanta promesa incumplida en un Valencia que ha acostumbrado a sus entrenadores al relato de la mentira. El capítulo de Gattuso es el mismo que el de muchos de los que le precedieron.
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El primer técnico que se cargó Peter Lim fue al argentino Juan Antonio Pizzi. Lo hizo antes incluso de que rubricara la compra del Valencia. Lim le dijo al entonces presidente, Amadeo Salvo, que no se haría con las acciones del club de Mestalla si Pizzi seguía en el banquillo. Salvo, en un hotel y a toda prisa, despachó al argentino y le echó la culpa a Lim y Mendes. Pizzi venía de terminar de manera digna la temporada y de casi colar al club en la final de la Europa League, un sueño que se cargó el sevillista Mbia con Cartabia como cómplice. Aquella decisión fue una forma de actuar, de ordenar a 13.000 kilómetros de distancia. Muchos aplaudieron y jalearon el adiós de Pizzi sin darse cuenta de que la dictadura de Lim llegaba al palco de Mestalla.
El proyecto de Meriton se inició con Nuno Espirito Santo en el banquillo. Uno de los hombres de máxima confianza de Jorge Mendes aterrizó en Mestalla y llevó a la Champions al Valencia tras la previa de Mónaco, en una época en la que sí que llegaron jugadores del nivel prometido: Otamendi, André Gomes, Rodrigo, Mustafi... Aquello fue un espejismo, el árbol que impidió ver el bosque.
Nuno comenzó la temporada 2015/16 pero en noviembre fue destituido con un Valencia en la zona templada de la tabla y sin las sensaciones de la temporada anterior. El club empezó a perder el norte y Meriton su maquillaje. Fue el inicio del gran desastre, la primera pincelada de la caricatura en la que Lim ha convertido el banquillo de Mestalla en los últimos años.
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Salvador González 'Voro', el apagafuegos, se hizo cargo de la primera plantilla hasta que Lim cometió la primera de sus grandes locuras. El 2 de diciembre llegó a Valencia Gary Neville, cuyo único argumento era ser amigo del máximo accionista. El paso de Neville por Mestalla ha sido lo más esperpéntico que se recuerda en la centenaria historia del club. El 7-0 encajado en el Camp Nou, con los hermanos Neville de compras en El Corte Inglés antes del partido, fue catalogado como el día de la infamia. Pocas veces el Valencia ha dado tanta vergüenza en un estadio.
Neville llegó a marzo con una hoja de servicios nefasta, la peor que se recuerda en Mestalla. La salida del inglés llevó al banquillo a Pako Ayestarán, que se había incorporado al Valencia unas semanas antes para tratar de encauzar el anárquico mando del técnico inglés. Ayestarán logró enderezar el rumbo, salvó al Valencia de flirtear con el descenso tras ganar 1-2 en el Camp Nou y a partir de ahí el equipo se dejó llevar en una de las peores temporadas que se recuerdan.
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La labor de Ayestarán le valió una renovación que se firmó en Singapur. Un proyecto, el de la 2016/17, que se parió de espaldas, porque en realidad nadie confiaba en el técnico, al que le trajeron los refuerzos el último día del mercado vía Jorge Mendes, que colocaba a sus saldos. Cuatro derrotas en otros tantos partidos hicieron que hubiera que echar mano de nuevo de Voro para sostener al equipo. Ayestarán fue una muesca más en la canana de Meriton.
En octubre de 2017, parece que vuelve a la cordura y ficha a Cesare Prandelli, un apellido de renombre en Europa y con un historial de primer nivel. Prandelli tarda poco en darse cuenta del corralito que tiene montado Meriton en el Valencia y del rosario de mentiras que le llegan desde los despachos donde se toman las decisiones. El «fuori», que todavía resuena en el imaginario valencianista, más que un ataque a los jugadores poco implicados fue un grito de rabia contra la política del club. Tres meses después de su llegada, el exseleccionador italiano pegó un portazo y no dejó títere con cabeza. Prandelli se marchó hastiado, cabreado y destrozado al sentirse estafado. Voro, por tercera vez en la era Meriton, tuvo que volver a coger al equipo.
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En la temporada 2017/18, el sentido común llegó al Valencia con la contratación de Marcelino García Toral como técnico. La decisión fue del director general, Mateu Alemany, que había llegado a Mestalla unos meses antes para rescatar al club. Por fin, tras un rosario de despropósitos, parecía que todo volvía a una especie de punto de partida. Marcelino metió al equipo de Champions y ganó la Copa del Rey en un partido para la historia ante el Barcelona de Messi. La afición explotó de alegría y en Meriton murieron de envidia, porque no supieron asimilar que el éxito era de un asturiano en un lugar del máximo accionista. La destitución de Marcelino, ordenada por Lim y ejecutada por el innombrable Murthy, fue el rejón de muerte para el Valencia.
El club se instaló en la mediocridad de Celades, que llegó en AVE el mismo día que a Marcelino le dieron el pasaporte. Un técnico que inyectó en la plantilla la insipidez que corre por sus venas, pero era obediente, fiel a quien le daba de comer. Celades fue otro principio del fin y ha pagado aquella obediencia con su actual irrelevancia. Voro volvió a la palestra para terminar la temporada.
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La siguiente campaña, la 2020/21, llegó Javi Gracia, que se convirtió en otra marioneta en manos de Meriton. Manejado por la propiedad y ninguneado por el presidente, fue incapaz de aguantar su propio órdago de dimisión. Cuando desde el club le advirtieron de que tenía que abonar una penalización, se agarrapató en el banquillo hasta que Voro, una vez más, tuvo que terminar la temporada para salvar los muebles. Gracia, otro cadáver en la cuneta.
A Bordalás llegar a la final de la Copa del Rey, en la que cayó contra el Betis en los penalties, no le sirvió para nada. Estaba sentenciado desde meses antes, cuando dejó de comulgar con la propiedad. Otra destitución de manual aunque hubo que mantenerlo hasta el final de la temporada por la final de Sevilla. Otro engañado por Meriton, que no compartía los modos de la propiedad y que recibió como recompensa el despido. La dignidad de Lim (vía Corona) se resume en la llamada de teléfono que sirvió para echarlo.
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Gattuso es el undécimo entrenador que se ha sentado en el banquillo de Mestalla -una lista en la que entran Voro y Pizzi- en la era Meriton. El espectáculo tribunero del italiano ha llegado hasta febrero, cuando el equipo zozobra a un punto del descenso y sin expectativas de reforzar con jugadores de primer orden una plantilla descompensada y bisoña. Gattuso, leal a Mendes, no ha querido hacer más ruido y lo ha rubricado con el socorrido simple acuerdo. Una vez más, y con esta ya van ocho, Voro sale al rescate.
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