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Tenemos un problema con el racismo, ha descubierto, sagaz, Luis Rubiales. Claro que sí. El racismo impregna la sociedad española (también la brasileña, presidida hasta ... hace poco por Bolsonaro, y no digamos de la inglesa). Es el odio al diferente. Los jóvenes lo trivializan (a algunos hasta les parece hasta gracioso) y hay miles de españoles que votan a un partido abiertamente xenófobo. A Lim se le han vuelto a colar unas decenas de ellos en Mestalla porque le sirvieron de consuelo cuando todo el estadio le dio la espalda.
El racismo más deleznable es el que se ejerce sobre los de abajo: el repartidor de pizzas o la cuidadora de nuestros ancianos. Pero no lo habíamos advertido hasta que, este domingo, lo denunció Vinicius en Mestalla. Y, claro, gracias a Vinicius, el poder del fútbol español se ha puesto manos a la obra. Ha abierto los ojos. Y ha actuado con contundencia cerrando una parte de Mestalla y quitando la roja a Vinicius porque la cara de Hugo Duro golpeó fieramente contra su puño. Oigo los aplausos del 'establishment'.
El presidente del RM, Florentino Pérez, ha reclamado un cambio total en las estructuras del arbitrajes español y Luis Rubiales ya le ha concedido, en primer lugar, la cabeza del árbitro encargado del VAR en el choque ante el Valencia, Iglesias Villanueva, y, en segundo lugar, el cierre parcial de Mestalla. Sus deseos son órdenes. Por supuesto, también ha sido revocada la expulsión de Vinicius
Este es el modus operandi de Rubiales: fuerte con los débiles, sumiso con los poderosos. El presidente de la federación le ha quitado importancia a que un club de la Liga, el Barça, pagara durante 17 años un sueldo millonario al vicepresidente de los árbitros, Enríquez Negreira («Negreira no pintaba nada», vino a decir) porque su alianza con Laporta está por encima de todo. El Comité de Competición necesita más tiempo todavía para sancionar a Fede Valverde después de mes y medio de su puñetazo a Alex Baena, pero ha tardado dos días en castigar al VCF.
Estamos convencidos, sin embargo, de que Rubiales, tan atento a los derechos humanos, va a recapacitar. Y romperá ahora el contrato que lo liga por los próximos años y 40 millones por organizar la Supercopa de España con Arabia Saudí, un país que condena a muerte a los homosexuales y discrimina sin complejos a las mujeres.
Estamos seguros, a su vez, de que el Real Madrid ya está a punto de emitir una ristra de comunicados: uno para condenar a aquellos aficionados suyos que, ante el City, le desearon una enfermedad grave al entrenador del equipo rival, Josep Guardiola, con un cántico claramente preparado con antelación y con tintes homófobos. El siguiente comunicado del RM irá destinado a condenar a los ultras que atacaron por las calles de Sevilla a los seguidores de Osasuna antes de la final de la pasada Copa del Rey.
Y el tercer escrito será, sin ninguna duda, para explicar la sanción a su jugador Fede Valverde por haberle propinado un puñetazo a Alex Baena, del Villarreal, en el aparcamiento del Bernabéu el pasado 8 de abril. También habrá, por supuesto, una reprimenda a su hinchada por haber ovacionado al agresor, Valverde, en el partido siguiente en casa a la agresión. No faltará, en ese pliego de descargas, un tirón de orejas a su entrenador, Carlo Ancelotti, por haber difamado a la afición de Mestalla al acusar de emitir en masa cánticos racistas contra Vinicius, una falsedad expandida por todo el mundo. El técnico italiano ha matizado este martes sus palabras, «no era todo el estadio», porque no decían 'mono', sino 'tonto', pero, ojo, Ancelotti nos recuerda que 'tonto' es un insulto. Ah, vale. Tonto es un insulto y lo de Guardiola una canción de Navidad.
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