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Es una petulancia escribir un artículo en un periódico, dijo el cronista sevillano Manuel Chaves Nogales, a mediado del siglo pasado. Hace dos años, el Valencia CF estuvo a punto de bajar a Segunda. Lo evitó tras un gol 'in extremis' de Samu Lino desde ... fuera del área en Mestalla ante el Espanyol. Era un equipo con un Gayà pletórico, Gabriel Paulista, Lino y Justin Kluivert. La conjura de la grada de Mestalla también ayudó. Pero la advertencia no sirvió para nada. No aprendemos con el paso del tiempo. El malvado Lim y los torpes del 'local management' empobrecieron la plantilla a la temporada siguiente, la pasada, en un espejismo clasificatorio, y mucho más en esta. A la gente ya no le queda energía para trasmitir. El pesimismo se abre paso a machetazos. En 1983, un gol heroico de cabeza Tendillo ante el Madrid en la última jornada salvó al Valencia y le arrebató la Liga al cuadro de Di Stéfano en beneficio del Athletic Club. Dos años después, el Valencia descendió a Segunda. Han pasado casi 40 años y tampoco hemos aprendido mucho. A principios del milenio, fuimos los mejores del mundo. El entonces presidente, el añorado Jaume Ortí, un pequeño empresario del sector de las persianas, fue maltratado por las élites y las autoridades locales. «El persianero», lo llamaron. Y eligieron para sucederlo al presidente de los constructores valencianos. Se trataba de especular hasta el infinitivo y más allá. Juan Soler y su cultura del pelotazo, en 2004, fue el principio del fin. «Seremos la envidia del Real Madrid y del Barça», afirmó. 10 años después, otro empresario de éxito, Amadeo Salvo, regaló el Valencia a un tiburón financiero de Singapur. En cualquier organización, la cabeza es lo más importante. En el Valencia, hemos sufrido las peores: Soler (por inútil), Salvo (por aprovechado) y Lim (por liquidador). La excepción fue el interregno de Mateu Alemany. No sé ni los nombres de los dirigentes del Athletic Club en los últimos tiempos, pero ahí están los resultados: un campo nuevo levantado junto al antiguo, un entrenador de primera (Valverde), una gran plantilla, una afición orgullosa cada fin de semana.
¿Qué se puede hacer ahora? Aspirar a refundar el Valencia, empezar de cero, sentar unas bases sólidas. La situación es mucho más compleja que en 1986, cuando el austero Arturo Tuzón logró la catarsis con honradez y sentido común. Sí, claro, el Valencia ahora es una sociedad anónima y todo ese rollo, pero no podemos permitirnos esta nueva desgracia de dejar caer al Valencia. En Primera o en Segunda, empecemos a ser actores de la reconstrucción. Las autoridades locales tienen la obligación moral de ayudar: primero frenar la descabellada idea del traslado a un estadio para 70.000 espectadores y, después, tratar de entregar el club a personas decentes y capacitadas. En 2004 eligieron al peor dirigente. Ahora deben echar al depredador. El capitalismo siempre tiene sus límites. El Estado debe influir. Esta vez para bien. El Valencia es patrimonio de todos, es patrimonio universal.
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