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Nos llamó la atención que en su tierra, Singapur, no lo conociera nadie. O al menos ninguno de los paisanos a quienes preguntamos por el máximo accionista del Valencia. Otra sorpresa fue aquel aficionado local con la camiseta de Barragán, el lateral derecho que transitó ... sin pena ni gloria por la banda de Mestalla. ¿Se trataba de un extra? Al aterrizar en Singapur, un grupo de niños ataviados con camisetas del equipo valencianista recibió con entusiasmo a la expedición española. ¿Estaban contratados por Layhoon?
Invitados por el club a través de Damià Vidagany, entonces director de comunicación del Valencia, cuatro periodistas valencianos viajamos en 2016 a Singapur con algunos jugadores y técnicos, entre ellos el aspirante al banquillo, Pako Ayestaran, además de la presidenta en su primera etapa, Layhoon Chan, y los representantes de la Liga y exjugadores David Albelda y Gaizka Mendieta. El objetivo era lavar la imagen de Lim, ya deteriorada después de las primeras decisiones tras su llegada, aclamado por la parte menos exigente de la prensa y de la grada, en 2014. Nunca creí los embustes de Amadeo Salvo y de Aurelio Martínez: me dio grima ese populismo desvergonzado de la «mayor transacción del fútbol mundial».
Pero acepté la invitación de Singapur, en calidad de redactor jefe del periódico Levante-EMV, por la curiosidad de conocer a Lim. El blanqueamiento estuvo perfectamente orquestado, un recorrido biográfico por los lugares que convirtieron al hijo del pescador en magnate: el barrio de pescadores donde las gentes vivían hacinadas en pequeños habitáculos, pero felices ante la peregrinación blanquinegra; el recio instituto de donde estudió becado y se codeó con la posterior élite política del país; y el centro donde Lim repartió becas a espuertas entre los jóvenes deportistas e hizo hablar ante el público en el 'casting' al aspirante Ayestaran.
Los reporteros nos preguntamos si estábamos en algún tipo de engaño colectivo. Peter Draper, el ejecutivo británico encargado del márquetin, parecía un actor de reparto. Me confesó, como todos los demás empleados, su admiración por el líder: «Es un mago de los números». Compartimos dos momentos con Lim y su esposa, Cherie. El primero, una cena en un restaurante del centro de la ciudad, rodeado de familiares y amigos (entre ellos el príncipe de Johor, aquel gordito que alguien, años después, nos coló que había comprado el Valencia). Y el segundo, cuando, la noche antes de regresar a España, se pasó por el hotel para departir. Me tragué que Lim quería un Valencia grande. Sufrí el síndrome de Estocolmo. Desperté poco después, cuando, como en el cuento 'Los diez negritos' de Agatha Christie, fueron cayendo todos los agasajados por Lim en aquella expedición: Paco Alcácer, Santi Mina, Ryan, Javi Fuego, García Pitarch, Vidagany y hasta la mismísima Layhoon, recuperada más tarde tras el horror de Anil Murthy. Sobrevivieron Voro y Jaume Doménech. Todos los demás fueron guillotinados por Lim. Su empeño, desde 2019, es hundir al Valencia. La amiga Cristina Grau me invitó a contar esta historia. ¿Existe Peter Lim?
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