Lo que es la vida. Peter Lim quería que Marcelino tirara la Copa del Rey para ganar opciones de meterse en Liga de Campeones. Dos años después Javi Gracia ha hecho lo mismo que el máximo accionista, pero las aspiraciones son otras: no descender a Segunda División. Esta es la triste realidad de un Valencia convertido en una caricatura por Meriton. El técnico desdeñó el partido, pero es que no hay mucho más. Hay quien acusa a la propiedad de inacción, pero no es así. Se ha movido, y mucho, para sacar del equipo a piezas básicas. Y algunas de ellas a un rival directo. En cambio, no ha movido un músculo para fortalecer la plantilla. El club supera los 500 días sin ejecutar un fichaje. Ha dejado a su suerte al grupo, humilla siempre que puede a Javi Gracia con promesas que no cumplirá (que un ejecutivo de tanto nivel como es el entrenador no conozca ni por teléfono al dueño refleja el desapego existente) y sustrae al Valencia de las virtudes que le han marcado en sus más de cien años de historia.
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Ver al equipo burlado por el Sevilla es hiriente. Es la diferencia de gestión. Coherencia contra el caos. Y todo ellos hizo que ayer el Valencia, el actual campeón de Copa, llegara por momentos a hacer el ridículo. La primera parte fue de los peores momentos que recuerda la afición. Unos jugadores corriendo detrás del balón. Unos futbolistas que no conseguían enlazar tres pases seguidos. Unos profesionales que dan lo que dan. La suerte es que el conjunto de Lopetegui, con el trabajo hecho, se dedicó a la vida contemplativa en la segunda mitad. Si fuerza, la goleada hubiera sido de escándalo. Eliminado de la Copa del Rey. Próximo objetivo: Elche. Único propósito: evitar caer a puestos de descenso a Segunda División.
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Ni Maxi Gómez, ni Carlos Soler, ni Gayà. Las tres piezas maestras del Valencia. Ni Guedes, descartado y señalado por Javi Gracia. Ni aporta en los partidos y, según parece, con entrenamientos por debajo de la exigencia que obliga a un futbolista que costó cuarenta millones de euros. La intención estaba clara. Y no tardó en notarse. El Sevilla dominaba el balón casi en un rondo. Se iba apoderando del choque casi sin querer. El Valencia no conseguía manosear la pelota. Todo era correr y correr casi como pollos sin cabeza. Suso marcó el terreno con un zurdazo que rozó el poste y De Jong se apoderó de él con un cabezazo en un córner. Rivero se queda clavado en la línea y Racic, que marcaba al delantero, lo hacía sin empuje. Remate cómodo y primer gol. El Valencia tiene graves problemas a balón parado. Esto es trabajo de Paterna. No sólo hay que lanzar las faltas con los engaños de uno, luego de otro, otra vez del primero (por momentos parece ridículo), también hay que preparar las acciones defensivas en saques de esquina y faltas. Por no irnos muy lejos, ocurrió en el Wanda y volvió a pasar en el Sánchez Pizjuán.
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El Valencia, en algún momento de despiste sevillista, se lanzaba hacia arriba, pero todo desde lejos. Lo intentó Koba con un disparo desde fuera del área y lo probó también Jason (viendo jugar al exlevantinista entiendes que Bordalás lo ocultara en Getafe). Pero cuando el conjunto local apretaba, el equipo blanquinegro se descosía. El segundo gol fue fútbol de salón. Un pase por aquí, otro por allá, Munir que ve a Suso más solo que la una, allí que va el balón, el extremo levanta la vista (le dio tiempo casi a atusarse el pelo) y divisa a De Jong rabioso por imitar a En-Nesyri. Y ocurrió lo inevitable. El delantero remataba en el área pequeña y llegaba el tanto del Sevilla. El repliegue del Valencia en cada acción de ataque andaluz era a cámara lenta. No se trata de un problema físico, es claramente una cuestión de confianza. Comienza a preocupar que pueda recuperarse. Sólo se consigue con victorias. Hay que enlazar varios éxitos. Pero la presión aumenta.Pese al baño, la mejor ocasión del Valencia llegó en la primera mitad con un centro de Lato y un remate alto de Álex Blanco. Un espejismo. Porque en la siguiente acción llegó ya el regodeo. Un mal despeje de Paulista caía en los pies de Rakitic y el croata se inventó una delicatessen. Una vaselina para superar a Rivero. Era el golpe de gracia a un Valencia desnortado. Sólo Koba y Kang In buscaban el balón con ahínco. El resto corría y corría. Mataban los fundamentos del fútbol.
La segunda mitad fue para echarse a dormir. Cuarenta y cinco minutos innecesarios porque el Sevilla así lo decidió. Pudo marcar algún gol más. No había pasado ni un minuto y Jordán estuvo a punto. El mismo jugador, solo en el área, la volvió a tener. Javi Gracia todavía incidió más en su idea. Fuera Racic y Paulista. Los quería fresquitos para medirse al Elche. El Valencia se llenaba de canteranos. La zona de máquinas la ocupaban Koba y Esquerdo. Munir pudo marcar el cuarto y de ahí al final sólo hubo acciones del Valencia, pero todas ellas desde fuera del área. Lanzamientos de Wass, Lato y Kang In. Nada de nada. Triste final para un Valencia desnaturalizado, sin los valores que han marcado su existencia. Así lo ha querido Meriton. Pero cuidado que el descenso acecha. Peligro máximo.
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