¿Qué tienen en común Corberán y Calero más allá de que son profesionales del banquillo? Así a simple vista, cualquier aficionado al fútbol podría ... decir que el técnico del Valencia y el del Levante respectivamente tienen pocas –por no decir casi ninguna– coincidencias al margen de que las empresas para la que trabajan están a menos de media docena de kilómetros una de otra. Pero, realmente, Carlos Corberán Vallet (Cheste, 7-4-1983) y Julián Calero Fernández (Parla, 26-10-1970) lucen la condición de ser precisamente esta semana los dos entrenadores de moda en las dos principales categorías del fútbol español. El primero porque mantiene por segunda jornada consecutiva al Valencia fuera de los puestos de descenso y el segundo porque con su triunfo en un campo exigente como el de Huesca ha colocado casi de manera precipitada y sorprendente al Levante a la cabeza de la categoría.
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Que el Valencia se va a salvar es algo que muchos aficionados vienen diciendo casi con la boca pequeña incluso antes de que Peter Lim decapitara a Rubén Baraja. La convicción de que un club del prestigio y la historia del Valencia no puede estrellar sus huesos en Segunda es un argumento de mucho peso pero basado en algo demasiado intangible, totalmente inválido cuando depende de que unos señores en pantalón corto y botas metan o no un gol en el momento oportuno.
Carlos Corberán va camino, por ejemplo, de copiar el guión que escribió en 1983 Koldo Aguirre, cuando rescató al Valencia del pozo de Segunda con aquel gol de cabeza de Miguel Tendillo al Real Madrid. A este paso, Corberán no tendrá que esperar posiblemente a esa última jornada de Liga para que todos puedan respirar tranquilos. A un paso de superar su mejor media de puntos como entrenador (el Valencia lleva 1,45 en Liga y con el West Bromwich Albion obtuvo 1,59), el joven preparador de Cheste destaca, entre otras cosas, por lo mismo que Calero en el Levante. Ambos tienen una obsesión mayúscula con aplicar a rajatabla una exigencia casi total a aquellos profesionales que les rodean, sobre todo a los jugadores, que son al fin y al cabo los grandes protagonistas de la historia.
«Esa gran influencia que tiene de Marcelo Bielsa le hace ser muy, pero que muy exigente con el grupo, estableciendo como prioridad máxima la efectividad en el rendimiento. Aprieta mucho, pero también sabe cuándo y cómo soltar», apunta sobre Corberán un miembro de su círculo más próximo. Cuando la misma pregunta se traslada al bando levantinista, el comentario sobre el entrenador madrileño va en la misma línea que el anterior. «Para él, el trabajo y la exigencia con los jugadores son condiciones indiscutibles. Quiere máxima intensidad y profesionalidad», reconoce un empleado del Levante.
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Los caminos de uno y de otro entrenador son totalmente dispares pero el destino futbolístico puede hacer que ambos coincidan la temporada que viene en Primera. Otra vez Valencia con dos equipos en Primera, como recitaba una y otra vez el que fuera presidente levantinista, Pedro Villarroel. Un alivio para los valencianistas y un sueño hoy en día para los levantinistas.
El Valencia estaba diseñado no se sabe muy bien para qué, pero pocos creían en verano que la cosa se iba a torcer como se ha ido torciendo. Es verdad que algunos aventuraban ya una dura travesía por el desierto por ese exagerado sometimiento de Meriton a las restricciones, olvidándose por completo de que como cualquier empresa necesita de un mínimo de inversiones –acertadas– para seguir produciendo. A Corberán ya le tentaron este pasado verano de la liga española, pero esos tres millones que tenía de cláusula de rescisión en el West Bromich cerraron cualquier tentativa. Para él, la llamada del Valencia le supuso un terremoto interior. Ya nada podía ser igual y ese desafío que se le puso de salvar al equipo de Mestalla de la ruina deportiva le supuso la oportunidad de oro también de consagrarse en la elite del fútbol español. El Valencia es para Corberán algo más que un trabajo. Un desafío arriesgado pero pleno para un hombre volcado exageradamente en su trabajo. De esos entrenadores que llegan temprano a la ciudad deportiva, entrenan, comen, descansan, siguen trabajando y cogen ya de noche el coche para regresar a casa. Obsesionados con cuidar hasta el más mínimo detalle. El Valencia ha tenido en los últimos años ese tipo de entrenadores: Unay Emery y Marcelino, por ejemplo. Su manual es sencillo pero algo abrumador: durante la semana establece sobre el papel con sus colaboradores el desarrollo del partido del domingo y cada entrenamiento está lógicamente enfocado a eso. Luego llega la parte más individual. Coge a cada jugador en los días previos al partido y durante un cuarto de hora o veinte minutos lo machaca a argumentos que luego, y eso es lo que le refuerza, se ven reflejados en el partido. Los futbolistas solo creen en aquello que experimentan. Si un entrenador les dice una cosa y luego eso no se plasma sobre el campo, el técnico está prácticamente sentenciado.
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Mientras Corberán habla de manual en las ruedas de prensa, Calero rompe esos límites. Tiene más kilómetros acumulados el técnico levantinista, conocedor de las necesidades de los futbolistas. El Levante tiene en su entrenador un gran comunicador y esa virtud también se ve reflejada en la relación que tiene con los futbolistas. «El mensaje les llega alto y claro». Anunciaba Calero hace unas semanas que llegaban curvas y que todo se decidiría en las diez últimas semanas. Una antes de entrar en esa decisiva fase ya ha puesto al equipo en lo más alto. Ver para creer.
Riesgo y solución
Bajar de categoría es una posibilidad dramática para un club de las dimensiones tan enormes como las del Valencia. No está la entidad precisamente ahora en un momento dulce en la multitud de frentes que mantiene abiertos y con la incerteza siempre presente de qué es lo que le va a apetecer hacer al máximo accionista. La salida de Lim del accionariado se mantiene vigente a pesar del último pronunciamiento que en sentido contrario deslizó Meriton casi coincidiendo con el nombramiento de Kiat de presidente.
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Lo que es evidente es que el Valencia está en la temporada 202a-25 en un momento decisivo. Sobre todo por el movimiento que ha protagonizado a la hora de refinanciar todas las deudas y pasarlas a un largo plazo del que no se sabe bajo qué dominio se hará. Además, el club ha puesto en marcha, con críticas por el volumen de trabajo o más en concreto por la falta de éste que se aprecia, las obras del Nou Mestalla. Ligado estrechamente a este factor está ese préstamo de hasta casi 325 millones que el Valencia está a punto de firmar con Goldman Sachs. Pese a que el club se esfuerza en transmitir un mensaje de calma en el supuesto de qué pasaría si el equipo bajara a la hora de cumplir con los plazos de amortización, es indudable que ese tétrico escenario iría acompañado a corto/medio plazo de una bajada brutal de ingresos. Y ya veríamos si el equipo sería capaz, en caso de bajar, de subir al siguiente año.
Dos años seguidos en Segunda es una losa casi imposible de levantar para una nave de estas dimensiones. Que se lo pregunten al Levante, que arriesgó tanto en su momento que se pasó de frenada. Y ahora están pagando las consecuencias. El carrusel de despidos de profesionales que lleva a cuestas el consejo de administración que presidente Pablo Sánchez y pilota desde la distancia José Danvila es cada vez más cuantioso.
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La vuelta a Primera supondría al Levante la mejor solución para sus males. Se repetiría el derbi que dejó de darse en la temporada 2021-22, aquella en la que los 13 goles de Morales (dos más que los once de Guedes y de Carlos Soler) sirvieron para bien poco (el equipo recibió 76). El Valencia terminó noveno y los levantinistas penúltimos. Ahora, el Levante está en su mejor momento de la temporada (ha ganado dos encuentros más que todo el curso pasado) y se encuentra a tan solo tres puntos de igualar los 59 del curso pasado.
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