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Con el miedo que se le había puesto en el cuerpo al valencianismo este verano, ver ahora al equipo después de diez jornadas disputadas en la octava posición, casi a tiro de piedra de las plazas europeas y sobre todo a ocho puntos del descenso, ... se puede decir que es todo un lujo. Inesperado seguramente para la mayoría, incluyendo en ese grupo de precavidos al propio entrenador. Si le preguntan a Rubén Baraja a primeros de agosto dónde creía que iba a estar el Valencia en la jornada diez, seguramente ni en el día más optimista habría podido pensar que estuviera por delante de clubes como Betis, Sevilla y Villarreal, por citar algunos ejemplos.
El problema es que al valencianismo, como bien reflexionaba un día Arturo Tuzón –hijo–, le gusta levantar un día una falla y quemarla al siguiente. No hay casi término medio. Un día te ponen en los altares y otro te condenan al infierno. De todas formas, con Baraja lo de ponerlo contra las cuerdas es difícil que vaya a producirse en Mestalla por dos razones bastante sencillas: la primera porque la grada nunca va a ir contra el Pipo –recibe más aplausos que el resto de jugadores cuando se anuncian los nombres por megafonía– y, segundo, porque él ha sido el primero en admitir que con esta plantilla se va a luchar por la permanencia sí o sí. Con esa premisa, cualquier mejoría que se consiga se considera como un éxito.
Es precisamente ese apunte, el de la supervivencia como sea y al precio que sea, lo que provoca más contraste todavía a estas alturas de curso. Queda todavía muchísimo por delante, pero esos catorce puntos que ya están en la casilla blanquinegra se han convertido en el gran motivo para respirar con cierta felicidad a la espera de acontecimientos.
Por muy mal que lo hiciera el equipo en la segunda parte este lunes, ganarle al Cádiz y de la manera tan efectiva y plácida como sucedió ha hecho que una buena parte de esos aficionados empiecen a preguntarse si realmente habría alguna posibilidad, aunque fuera remota, de pensar en plantearse metas más ambiciosas. Si lo de Europa era hace pocos años poco menos que una obligación ya sabida por todos, ahora es una quimera.
Baraja no va a permitir desde luego ese tipo de atrevimiento. Quizás de puerta para afuera el comentario sea motivo de debate para animar las tertulias, pero dentro del vestuario esa cuestión es una consigna que está hoy en día prohibida. Y eso, a pesar de que Baraja se ha convertido en un entrenador bastante rentable para Peter Lim, al menos en lo que a comienzo de temporada se refiere.
Ver al vallisoletano entre los que han sacado un rendimiento óptimo, por detrás de Gattuso, de Nuno y de Marcelino en su primer año –siempre contando hasta la jornada diez– es cuanto menos tranquilizador. Baraja empieza a hacerse un nombre en Primera.
Con 84 puntos en juego aún
No son números espectaculares, pero sí interesantes. Baraja y esos catorce puntos (4 triunfos, 2 empates y 4 derrotas), están a solo uno de Gattuso (15 con 4 victorias, 3 empates y 3 derrotas), a uno también de Nuno en la temporada 2015-16 (15); aunque lejos de los 23 que sumaba el Valencia con el portugués en la 2014-15 (7 triunfos, 2 empates y una derrota tan solo) y también de los 24 que se sumaron con Marcelino en su primera campaña (2017-18) por esas 7 victorias y tres empates.
Por supuesto esto no significa que el Valencia lo tenga todo hecho y que no haya peligro, ni mucho menos. Hay en juego todavía 84 puntos. Un mundo. Y el ejemplo está bastante cercano. El año pasado, sin ir más lejos. El Valencia de Gattuso volaba a estas alturas de temporada, pero fue llegar el Mundial y todo cambió, se hizo de noche. Llegó a estar séptimo clasificado pero la tendencia después empezó a ser tan negativa que acabó con angustia hasta la última jornada.
La diferencia importante en todos esos casos que van por delante de Baraja es el tipo de plantilla que manejaban esos entrenadores. Ni de lejos se parecen a la actual, llena de chavales casi imberbes aunque con una tremenda proyección. La primera plantilla de Nuno, inaugurando la era Peter Lim en el Valencia, desde luego es difícilmente superable y por desgracia para el valencianismo pasarán muchos años hasta tener jugadores como Otamendi, Parejo, André Gomes y Rodrigo, entre otros. Aún a pesar de eso, Marcelino también manejó un grupo muy cualificado. En los tres ejercicios que inició, en dos estuvo por debajo de los rendimientos que ahora lleva Baraja.
De hecho, el vallisoletano ha mejorado sensiblemente sus números respecto a los 17 partidos que dirigió la campaña pasada. La media de puntos de la 2022-23 estaba cifrada en 1,29 por encuentro, mientras que ahora va con 1,40, su tercera mejor en lo que a su carrera profesional como entrenador se refiere. Esos 1,40 los mejoró en Segunda, estando al frente del Tenerife (1,54) y del Sporting (1,96). A Gattuso, por ejemplo, en su etapa en el Valencia (dirigió 22 partidos), le acabó saliendo una media de 1,18, a Bordalás 1,46 y a Javi Gracia 1,18.
Habilidad con el entorno
En esta lista ha faltado Paco Ayestarán, que dirigió al Valencia en el inicio de la temporada 2016-17, si bien el técnico vasco sólo estuvo en el banquillo los cuatro primeros encuentros.
A Baraja se le valora además de esos números, la capacidad que ha demostrado para manejar el escenario tan complicado como el que se encontró cuando llegó el curso pasado, con la afición muy caliente con la propiedad y con los ánimos muy encendidos en la grada. Supo hábilmente solicitar su apoyo incondicional sin tener que ponerse del lado de Meriton ni chocar frontalmente con el disgusto que llevaba la afición al verse en la zona de peligro una semana tras otra.
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