El agua es inodora, incolora e insabora. Como el Valencia. Vacío. Hueco. Ni defendió bien. Ni atacó con profundidad. Ni consiguió dar tres pases seguidos. Ni supo tapar las bandas, especialmente la zurda del Atlético, donde Lino disfrutó de la vida. Ni logró desdibujar al ... sublime Griezmann. Ni logró dar velocidad el juego con los extremos. Ni Javi Guerra está ni se le espera. Ni hay banquillo para variar tendencias. Ni Pepelu podrá aguantar mucho más sin descansar. Ni Guillamón fue el Guillamón que había destacado en su vuelto tras el ostracismo. Ni Hugo Duro dispuso de ocasiones. Ni una. Y si no hay nada que hagas bien y te topas enfrente con un equipazo pleno de fortaleza, con mala leche, con un Koke descomunal, con unas bandas infinitas y con capacidad de ejecutar, pues te marchas del Metropolitano arrollado. El Valencia fue el mejor aliado para facilitar las virtudes del rival.
Publicidad
Lo raro fue acabar sólo con dos goles en contra. Las estadísticas y las sensaciones aventuraban una goleada. Mamardashvili frustó el rapapolvo de un rival con enormes recursos. Los demás sufrieron. Fue un Valencia irreconocible. Baraja manifestó, todavía en caliente, que hubiera cambiado a los once jugadores en el descanso. Es que no hizo falta alguna acción que variara la querencia. Desde el primer minuto se vio a un Valencia hundido atrás, sin recursos, sin capacidad de reacción, dejado ante un contrincante poderoso. Fue un ejercicio de temor. Aunque para el técnico fue algo más que eso, fue dejadez, ausencia de ganas. Una forma de perder que debe ser ajena a un equipo como el Valencia.
Noticia relacionada
¿Hay algo bueno? Del partido, no. Nada. Nadie a quien destacar, a excepción del mencionado Mamardashvili. Lo único reseñable es que el Valencia es octavo a cuatro puntos de puestos europeos. Pero más partidos a este raquítico nivel le alejarán del nuevo objetivo que deslizó Hugo Duro tras la racha de cuatro encuentro seguidos con victoria. Esas luces que aparecieron en este tramo pasado se apagaron. El Metropolitano ahogó a este equipo. No se entiende que a estas alturas un campo empequeñezca tanto al Valencia. Y así pasó. A esto se le unió una evidente falta de dureza mental. Todo ese cóctel derivó en uno de los partidos más desesperantes del conjunto blanquinegro. Los jugadores llegaban tarde a cada cruce, a cada choque, a cada marca. Esto no es culpa de la forma física. Sí de la concepción con la que planteas cada choque. Hay quien apunta que los halagos, excesivos en los últimos días, han debilitado a un equipo cogido con hilos.
Al fina del choque sólo hay que apuntar dos tiros a portería, ninguno de ellos con peligro. Casi dos dejaditas, dos chuts flojos de Javi Guerra y de Yaremchuk. El resto de los noventa minutos fue defender, correr detrás del balón, sufrir, ver cómo pasaban aviones. Y, encima, el primer gol del Atlético es para un suspenso general. Falta a favor del Valencia en la banda derecha. Hasta allí se planta Gayà para lanzarlo. En lugar de colgar el balón al área, da un pase a Pepelu y este es el que centra. El Atlético saca el balón rápido, con el capitán fuera de sitio y es Foulquier el que se desplaza la banda contraria para tapar la ofensiva rojiblanca. Pero el conjunto de Simeone insiste, con Gayà aún perdido, con Foulquier volviendo al trote hacia su lugar y con Fran Pérez mirando cómo Lino tenía camino abierto. Y si a todo este le juntas que la pelota le llega a Griezmann y se inventa un pase maravilloso, pues consigues que Lino se plante a Mamardashvili y le bata por abajo. A Baraja le salía humo de la cabeza. Los gritos en el vestuario romperían algún cristal. El cabreo, además, fue en aumento en la segunda mitad por las declaraciones que hizo al acabar el partido. Fue la consecuencia lógica de lo que había ocurrido en el césped. La posesión era total del Atlético (llegó cerca del 70%) y al Valencia sólo le quedaba tirarse atrás, cada vez más, y a esperar que los rivales no estuvieran con demasiado acierto. Simeone, que había estudiado el partido a la perfección, giró el juego hacia la espalda de Foulquier. Y el francés, sin ayudas, se vio perdido.
Publicidad
Noticia relacionada
Juan Carlos Valldecabres
En la segunda mitad todo siguió igual. Era cuestión de esperar cuándo iba a llegar el segundo tanto. No tardó demasiado. Lo había intentado Savic en un cabezazo (estaba solo, increíble) y lo remató Memphis de la misma forma a centro de Molina, que se marchó en velocidad de Gayà. El holandés, titular por delante de Morata, no tendrá una noche más plácida. Tanto que en la jugada siguiente se marcó un taconazo para marcharse de Mosquera y rematar alto por poco.
Que acabara esto pronto, pensaban los valencianistas. Los jugadores y los aficionados. Y Baraja también, que sufría por cómo estaban arrollando a su equipo y porque el malhumor iba creciendo a un ritmo inusitado. El VAR en este caso ayudó cuando el minuto 70 todo parecía que Gayà había derribado a Molina en el área. El capitán se enfadó, mucho, porque tenía claro que había tocado el balón. Pero De Burgos Bengoetxea, que iba señalar la pena máxima, tuvo que acudir a la televisión cuando González Fuertes le advirtió de que no había falta por ningún sitio. Al final, un dos a cero no parece tanto, pero el que haya visto el encuentro pensará que es muy poco para la escasa barricada que planteó el Valencia más vacío posible.
Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.