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Y a los siete días resucitó. Las escrituras valencianistas dan fe. Muerto en Vallecas, vivo en Mestalla. Con un sanador necesario. Se llama Edinson. Se apellida Cavani. 35 años y 215 días de santa vida. El que recibía helados en su Salto natal cuando ... marcaba goles en el campeonato infantil y que en el coliseo blanquinegro gozó de la fascinación de sus nuevos seguidores. Estimuló a todos. A la grada y a sus compañeros. Parecía que era imposible sufrir un percance con el uruguayo de cuerpo presente. Y eso que no quiso jugar de inicio. Los detalles que marcan el carácter de un futbolista. Deseo jugar media hora, le vino a decir a Gattuso. Sabe que es el nuevo ídolo pero conoce sus límites y no quiere jugar porque sea un goleador de época, que lo es. Pero el técnico italiano es especial. Es consciente que para encontrar el tono necesario precisa de minutos, de sentir el césped, de mezclarse con los suyos. Sentir el fútbol. Disfrutó de 71 minutos. Y los gozó porque sentía el empuje de Mestalla. Admiración. El análisis táctico ya es otra cosa. Le costó mucho entrar en juego. Participó muy poco. Hasta casi el cuarto de hora no tocó el balón y fue en un cabezazo raspado. Se movió entre líneas como siempre pero le faltó estar en el sitio adecuado en el momento justo. Como siempre ha procedido. Como hacían Batistuta y Van Nistelrooy, sus ídolos de juventud. Pero su momento llegará. Para eso ha preferido no concentrarse con su selección y continuar con la preparación en Paterna. Otro mito, un blanquinegro de cuna como es Arias, alaba la generosidad del delantero de la melena (lleva veinte años sin cortarse el pelo después de que su madre insistiera en raparlo de pequeño): «Dice mucho de él. Se ha comprometido y está tremendamente ilusionado. Lo poco que hemos hablado con él se nota. Si él lo ha decidido así, olé sus narices». Palabra de Arias. Palabra de santo.
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Cavani fue la celebridad del partido, Samuel Lino la delicia. No marcó pero ni falta que le hizo. Se movió por la izquierda como si levitara. Disfrutó de ocasiones, de carreras de ensueño y hasta sufrió un penalti no señalado. Cosas del arbitraje. Porque si funciona el centro del campo, las bandas relucen. Fue un partido del gusto de Gattuso. Así quiere que juegue su equipo. Dominio del balón, superioridad en la media, profundidad en las bandas y ocasiones para que la vanguardia decida. Parece fácil. No siempre se lleva a la práctica. Regresó la posesión total. Un 65 por ciento del juego fue valencianista. Sigue en cifras de récord de la Liga. Sólo el Barça está en sus niveles. Pero el técnico italiano siempre encuentra un pero. Inconformista. «No hay que pensar en hacer siempre el récord de pases de la historia del fútbol español. La transición de la pelota era muy lenta y la salida con el portero tampoco me ha gustado en la primera parte», relataba Gattuso. Porque antes del primer gol, hasta en dos ocasiones hubo fallos garrafales cuando había que progresar con el balón desde la retaguardia. Un mal pase de Comert y otro de Guillamón casi cuestan un disgusto. El Celta se había estudiado bien el choque de Vallecas y presionaba con rabia al portero y a los defensas. Menos mal que detrás de los defensas hay un gigante. Lo del joven Mamardashvili empieza a ser singular. Pero tampoco hay que ponerle siempre a prueba. A veces un patadón es casi una delicatessen. La seguridad antes que la amenaza. Y también antes del primer tanto Mestalla disfrutó con dos poco habituales en las fiestas. Eran los señalados porque les costaba bailar. Correia se marcó una rabona propia de Neymar y Diakhaby estuvo a punto de marcar al mandar el balón al palo en un córner. Hace nada todos pedían su marcha, ahora ya son de los nuestros. Como lo es Samuel Lino, aunque sólo por un temporada. Miguel Ángel Corona podría haber descubierto antes que Andrea Berta el brasileño. El Valencia le encumbrará y el Atlético se aprovechará. Cosas de la política de cesiones en Mestalla. Pero una arrancada del extremo acabó con el jugador delante del portero. Su disparo fue rechazado y otro Samuel, Castillejo, aceptaba el regalo para abrir el marcador. De ahí al final de la primera parte, el de Sao Paulo quiso agradar a Cavani con un centro, pero el uruguayo no es de los que aceptan regalos, él prefiere comprarlos. Filosofía de vida, doctrina futbolística. Genio.
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El viento ya jugaba a favor y todavía pudo ir más si González Fuertes se hubiera atrevido a pitar un penalti de Aidoo a Lino. Contacto hubo. Más fuerte o más flojo es difícil de aclararlo, pero toque existió. Por tanto, pena máxima. A partir de ahí fue un no parar. Cinco minutos después el colegiado expulsaba al céltico Cervi por una entrada criminal a Correia e instantes después llegaba la gran explosión de palmas con la marcha al banquillo de Cavani. Recorrió 7,8 kilómetros. Cada paso lo disfrutó la grada. El nuevo ídolo. El mesías. El sanador. El resucitador. Tanto que bendijo a Marcos André, que lo reemplazaba. Pero antes hubo que recurrir una vez más a Mamardashvili para evitar el susto. Una de las paradas de la Liga a un cabezazo de Larsen. Qué portero. Con el partido ya muriendo, Kluivert pudo anotar al plantarse solo ante el portero y luego si acertaron Marcos André y André Almeida para cerrar la jornada perfecta. Triunfo y bendición.
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