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De ganar de rebote –casi sin merecerlo– a que te abofeteen no una, sino dos veces y que, encima, no te den ni tiempo a ... reponerte. Vaya si duele. Si perder siempre molesta, hacerlo así, prácticamente rozando el minuto noventa, te deja el cuerpo descompuesto. No está el Valencia para permitirse ni un solo despiste porque las consecuencias son siempre bastante trágicas.
UD Las Palmas
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Valencia CF
Si uno atiende al discurso casi prefabricado de Miguel Ángel Corona que hizo hace unos días, por ejemplo, cuando dijo aquello de que con Diakhaby y Mosquera en el centro de la defensa, el equipo no tenía por qué resfriarse más que si estuviera todavía bajo la protección de Gabriel Paulista; ahora a las primeras de cambio ya se puede cuestionar el citado pronóstico. Quien sabe si con Paulista en el campo, de blanquinegro claro está, Álex Suárez hubiera sido capaz de rematar en la primera cuchillada canaria o si Mamardashvili hubiera tenido opción de pifiarla en esa estocada final, con Cenk casi metido en el ajo. Queda abierto el debate, desde luego, pero a Las Palmas le vinieron de cine estos puntos y hasta el marcador, por aquello del golaveraje que ya tienen a su favor. Nada hacía presagiar desde luego ese final. Y hasta escuchando a Corona antes incluso del partido, uno esperaba una noche diferente, casi con Goya incluido. Decía el director deportivo que todo apuntaba a que el encuentro iba a ser «muy bonito». Uf. Fue un tostón de aúpa, como ese cine de autor que muy pocos logran ver sin bostezar. Y, encima, con ese escozor final que enfría los ánimos europeos.
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Lo que es evidente es que al Valencia le entraron las flojeras en ese arreón final, cuando ya casi todo el mundo daba por bueno el reparto del botín. No es la primera vez que le pasa algo así a este equipo, pero es verdad que hacía tiempo que no le ocurría. Eso le solía pasar a comienzos de temporada. Parece que vuelven a las andadas, aunque siempre hay matices. Esta vez, hubiera sido el empate lo justo, porque el partido ciertamente se las trajo, tanto por unos como por otros. No merecía ganar nadie.
Quien piense viendo el resultado que los canarios hicieron un soberbio encuentro se equivocan, y quienes crean que los valencianistas claudicaron de principio a fin ante un rival desacomplejado y liberado de presión, tampoco aciertan. Todo se resolvió en menos de siete minutos, cuando ya no había margen ni para la queja ni para buscar la heroica. En un centro que no supo tapar con la intensidad que requería Sergi Canós, Suárez puso la cabeza cuando Hugo Guillamón estaba más preocupado de agarrarle de la camiseta que de buscar verdaderamente la pelota. Que te hagan el 1-0 a dos minutos del tiempo reglamentario no es lo más recomendable, pero que apenas unos instantes después te la vuelvan a liar en una salida inocentona de Mamardashvili, que de el rebote en el delantero y tras volverte a tocar se vaya para adentro, pues como que no. Cruel destino para un equipo que al menos había sabido defenderse y controlar la situación, dentro de lo que cabe.
Fue un partido espeso, duro de gestionar para los aficionados. En pocos metros, venga acumular y amontonar jugadores de uno y otro equipo.Así era difícil maniobrarse. Lo decidió Baraja, que supo cómo no dejar a los canarios meterse de lleno en el carnaval. Eso provocó que fallara la agilidad y la precisión de los pases. De ahí que empezaran a caer los minutos sin un mísero apunte que reseñar. Para que uno se pueda hacer una idea de por dónde fueron los tiros, baste decir que la acción más llamativa durante muchos minutos fue un intento de Pepelu de sorprender desde casi su campo al portero canario, que siempre actúa casi como un líbero a la vieja usanza.
Lo intentó el de Dénia muy desviado y también en la segunda parte Canós sin mucho acierto. El Valencia tenía muy estudiado a Las Palmas pero también García Pimienta al rival. Así se perjudicaron ambos. En el Valencia, ni Hugo Duro, ni Amallah por el centro, ni Javi Guerra en banda ni Fran Pérez por la derecha supieron muy bien qué hacer para aportar algo con criterio. El balance de este espeso potaje es que en la segunda parte fueron sustituidos todos y con todo merecimiento.
Aún así, al menos el Valencia consiguió mantener bajo control la situación. Desde luego, se daba por bueno el punto. Es lo que tiene llegar a estas alturas de campeonato con todo el trabajo prácticamente hecho y en días en que, si no funcionas bien hacia arriba, al menos que no te pillen con la guardia baja por atrás. Nadie pensaba que todo se iba a torcer así, de repente. Ni antes ni después de los cambios, cuando curiosamente quien parecía ver algo de luz fue el Valencia. Un centro de Gayà, un golpeo de Jesús Vázquez y otra intentona del joven lateral en un rebote que obligó al portero a hacer una gran intervención hicieron presagiar un desenlace bien diferente.
No fue una noche para un Goya ni para un Oscar pero sí para un galardón de reconocimiento menor. Ya cuando el Valencia estaba a punto de ser llamado para subir al escenario para recoger la mención a la entrega y dedicación, le arrebataron de un plumazo la sonrisa. Ni premio de consolación. Tocó claudicar y lamerse de la mejor manera posible las heridas.
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