
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El Valencia se desangra y lo preocupante de verdad es que Bordalás aparenta no acertar con una cura que sobre el papel todos conocen. Que el Betis te meta cuatro ya es casi hasta humillante pero que lo haga encima gustándose ante un equipo descontrolado en defensa, sin criterio ni fuerza en el centro del campo y totalmente nulo en ataque es para hacérselo mirar. Bordalás tiene un problema serio. Es verdad que las ausencias siempre provocan cierto desbarajuste pero cuando un grupo da la sensación de estar tan confuso y hasta desganado en algunos momentos es porque la cosa empieza a ser más seria de lo que parecía hace apenas unas semanas. Ni de lejos se parece este Valencia al que inició el campeonato. Ha sido tal la transformación que el actual recuerda más al Valencia insípido con el que tuvieron que lidiar Gracia y Celades. Eso da algo de miedo. Es como si los futbolistas se hubieran empeñado en borrar de su cabeza las cuatro primeras jornadas de este campeonato y rebuscar en el disco duro recuerdos del pasado, que sólo conducen a un desconsuelo impropio de las verdaderas intenciones. Jugando así sólo se puede aspirar a volver ensuciarse en el barro, a pelear con los mediocres y a dudar seriamente de la capacidad de manejo ante situaciones adversas que se le presume a Bordalás. No obstante, el entrenador es todavía hoy por hoy el mejor recurso al que aferrarse para superar una crisis que dura ya siete partidos. Si fue capaz al principio de esta historia de darle la vuelta a este vestuario como si de un calcetín se tratara, tiene que ser capaz ahora de encerrarse con sus futbolistas y hacer examen de conciencia general. Ayer falló desde el primero hasta el último, incluido el entrenador. Ni tácticamente supo el Valencia contrarrestar las virtudes de un Betis lanzado y al que todo parece salirle bien, ni de manera individual pudieron los jugadores sostener un mínimo de garantías para sacar adelante su trabajo.
El Valencia ni hace una presión alta ni sabe protegerse detrás. Realmente anda escaso de esos dos conceptos. Sólo hay que ver las situaciones de peligro que generó el Betis, algunas por la mayor habilidad de los verdiblancos y otras por la inoperancia de la defensa valencianista, sobre todo los centrales. Paulista, antes del golpetazo en la cabeza, se dejó avasallar por Borja Iglesias; a Alderete hay que decirle que no se puede siempre entrar con el cuchillo entre los dientes y de una manera tan desmedida y a Diakhaby hay que volverle a explicar que a veces lo fácil resulta lo más eficiente.
Lo curioso es que fue Jesús Vázquez, la gran sorpresa en el once, el que tuvo la primera opción para marcar. Apenas se llevaban cuatro minutos de juego y el chaval enganchó un balón, rebotó en Víctor Ruiz y la salvó con la cara Claudio Bravo. Parecía que el invento del doble lateral por la izquierda iba a funcionar; que Guedes se iba a enchufar por la derecha; que Hugo Duro iba a estar a gusto por el centro y que Marcos André no iba a dejar escapar la oportunidad por la ausencia de Maxi. Nada, fracaso absoluto. Ni un sólo apunte destacado de los implicados. Ni tampoco, dicho sea de paso, de Hugo Guillamón y Wass, a quien William Carvalho los destrozó por completo.
Con ese panorama es complicado que un equipo sobreviva. Demasiado pronto empezó a desvanecerse el Valencia. El penalti de Alderete, revisado por el VAR porque el árbitro lo sacó fuera, por una acumulación de testosterona y tacos del paraguayo, hizo subir el primero y darle a Borja una carga más de autoconfianza para hacer antes de la media hora el segundo y dejar casi sentenciado el partido. Hastsa ese momento, hubo que anotar la gran pifia de la noche: balón de Foulquier para Guedes, el portugués le envía al delantero que completamente solo la desaprovecha tras un ligero toque de Montoya. Del posible empate se pasó al 2-0 y poco después a un 2-1 con el gol de Gabriel Paulista antes de quedarse definitivamente grogui, que tuvo menos influencia de la esperada.
El tanto del central, en lugar de cambiar al Valencia de registro, hizo que la alerta fuera para el Betis. No se relajaron los verdiblancos que siguieron a la faena con aplicada dedicación. Todo lo contrario que los valencianistas, desorientados y sin capacidad para la corrección, ni desde dentro del campo ni desde el banquillo. Para aumentar todavía más el desasosiego del equipo, el tercero llegaría con un despiste de concentración en un saque de esquina. Pezzella cabeceó completamente libre de marca para evidenciar el estado mental tan débil que han adoptado los valencianistas, que volvieron a errar en un simple despeje de cabeza de Diakhaby que permitió a Juanmi sacarle al Valencia la última gota de sangre que le quedaba. Y ahora el Villarreal. Peligro.
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