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Este no es el Valencia. Hay que negarse en rotundo a admitir por un momento que lo que pasó anoche en el Pizjuán pueda ni de lejos volver a repetirse. Este año no. Bastante miseria se ha vivido en las dos últimas temporadas por culpa de unos y de otros como para pensar que se va a insistir en el mismo viaje a la nada, aquel que pilotaron Celades y Gracia. Con veintidós minutos de la vergüenza ya tenemos suficiente. Varapalo merecido y lección aprendida, tanto para los que fracasaron en su reivindicación personal de que el 'plan B' está capacitado para dar la talla en escenarios de este peso; como para el mismo José Bordalás, para quien hasta la fecha todo han sido parabienes. Aquí las penurias hay que repartirlas a partes iguales, y no porque sea lo políticamente correcto, que lo es, sino porque de la misma forma que se vio a futbolistas como Jason deambular de aquí para allá por el césped, también el entrenador tiene días torcidos en los que no acierta a la hora de dar con la tecla: ni en la elección de elementos, ni en la disposición táctica ni tampoco en la búsqueda de soluciones inmediatas sobre la marcha. Desde luego, no es culpa de Bordalás que a Wass se le ocurra rememorar sus tiempos de alevín dando un inocente y largo pase en horizontal -prohibido en cualquier manual básico- que acaba en una contra mortal; ni tampoco que su portero cometa la gran pifia televisiva en un centro sin veneno desde la banda; ni que Rafa Mir deje a Alderete en cueros para hacer el tercero...
Demasiados errores. Contra equipos como el Sevilla, claramente un atrevimiento que se acaba pagando con la vida. El Valencia se desangró en ese arreón inicial y lo peor es que cuando quiso darse cuenta ya tenía el marcador metido en la yugular con tres bofetadas sonrojantes. Nada que ver con ese ADN que se presume al grupo. Ni rastro de él. Ni concentración, ni presión, ni colmillos para moder, ni saber qué hacer con el balón y menos aún cómo quitarse de encima ese amontonamiento de sevillistas en el centro del campo, con las ideas muchísimo más clara desde el primer instante. El Valencia fue un juguete en manos andaluzas. De los nervios al temor, y de ahí al terror. La secuencia valencianista en ese trágico tramo de partido resultó tan problemática que hasta preocupó que Alderete se fuera a la calle por su adrenalina desmedida y carente de sentido. El Valencia no sólo había cavado él solito su propia tumba sino que se había dado el golpe y hasta se había echado la tierra por encima. Lopetegui ni se lo creía. Es verdad que el equipo no es el mismo y pierde enteros sin gente de la talla de los Soler y Gayà, por ejemplo, pero de ahí a parecer un grupete casi de amiguetes va un rato.
Por eso el pánico que hubo fue que al Sevilla le diera por insistir y acabar por engullir el flan en el que se había convertido Mamardashvili, portero que casi con toda seguridad anoche jugó su último encuentro como titular con el Valencia, al menos en lo que a Liga se refiere. Cillessen también comete errores pero el georgiano impregnó de inocencia un encuentro contra un rival de los de verdad, de los que no se andan con contenterías. Se quedó tieso cuando el Papu golpeó a su izquierda para hacer el primero a los dos minutos, cuando nadie podía imaginar que iba a ocurrir lo que ocurrió; y 'redondeó' la faena con el segundo, quedándose también para la foto -tampoco podía hacer más- con el tercero.
De hecho, cuando el 3-0 era ya una irremediable realidad, el Valencia tenía dos opciones: esconder la cabeza y aguantar la tanda de palos o, al menos, buscar la mejor manera de salir con aparente dignidad del infierno del Pizjuán. Hugo Duro, que parece que tiene la rara habilidad de buscar el contacto con los defensas rivales para enviar el balón dentro, amortiguó con su golito la caída libre en la que había entrado el equipo. Fue una acción esporádica después de un despeje tontuno de la defensa local, pero le vino de cine al Valencia a la media hora de juego. Fue bocanada para darse una tregua y apaciguar también los ánimos locales.
Cuando Bordalás buscó en el descanso soluciones en el banquillo, tiró de lógica. Fuera Jason y Alderete. El primero claramente señalado. Fracaso en su primera titularidad cuando parecía que el elegido iba a ser Yunus. El central, para evitar dejar al resto con diez. Nada que ver por cierto con los cambios del Sevilla. Un gustazo. Ahí está la diferencia entre uno y otro equipo. Hoy por hoy y por muy bien que le puedan salir las cosas a los valencianistas, al menos hasta estas dos derrotas consecutivas, la realidad dice que su fondo de armario tiene algo de apariencia pero no el poderío efectivo hispalense. Uno es de Champions. El otro aspira a encontrarse asimismo a pesar de situaciones como la de este miércoles, un borrón inesperado.
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La segunda parte casi sobró. Ya sin Rafa Mir -hipermotivado- al que controlar pero con la misma preocupación por los que entraron, el Valencia mantuvo al menos el decoro. Bordalás, viendo ya que el partido estaba muriendo sin remedio, gestionó el esfuerzo de Guedes, la estrella del Valencia que esta vez estuvo a la altura del resto contra un equipo al que pudo haber recalado este verano. Si Lim resistió la tentación para no venderlo no fue precisamente para esta clase de partidos. El Valencia se ha quedado sin espuma y el toque de atención hasta se da por bueno.
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