Una locura de final poco sana

Juan Carlos Valldecabres

Valencia

Martes, 18 de octubre 2022, 18:40 | Actualizado 23:57h.

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Bienvenidos al excitante, desesperante y loco mundo del Valencia. Tomen asiento y prepárense para vivir todo tipo de experiencias durante mucho más de hora y media. El precio vale la pena. Es verdad que nada de esto es nuevo en el fútbol y que ya se han vivido de todos los colores, pero todas estas cosas juntas... seguro que no. Que quieren disfrutar de buen fútbol, lo tienen porque el Valencia de las primeras partes roza la perfección; que quieren ver a un crak como Cavani marcar por tercera vez consecutiva tras el mejor centro de Foulquier en toda su carrera, ahí lo tienen; que quieren ver la autodestrucción de un equipo, esperen a la segunda mitad porque esto por desgracia parece que está convirtiéndose en costumbre; que quieren ver ritmo y tensión, tranquilos que los van a tener; y si alguno se queda con apetito, ni se les ocurra marcharse antes de que el árbitro pite el final. Hay un obsequio extra con una jugada ya en la prolongación que reúne de todo: un contragolpe de infarto; una roja que al final no lo es; una falta fuera del área que el árbitro afortunadamente no pita -que aprenda Pulido, el del día del Elche-; una acción rocambolesca dentro del área que nadie sabe muy bien cómo resolver, y un aviso del VAR para que el Soto Grado le eche un vistazo con cierta calma porque hay un empujón a Thierry que sí es penalti y que sí merece roja. Y todo eso, agárrense, en el 99'. Penalti. ¿Quién lo tira? Soler está en París, Cavani en el banquillo y del resto no hay constancia. Es cosa de galones y aparece en la escena Gayà, un futbolista del que se tienen pocas noticias de su especialidad desde los once metros. Son ya 102' minutos de emoción y el Valencia está a punto de liarla bien gorda. Pero Gayà, que todo lo que ha hecho en su vida en el Valencia roza la excelencia, esta vez falla tanto en la potencia como en la dirección. Bono se tira a su izquierda y consigue despejar el balón. No puede ser.

Es lo último que cabía esperar para un partido que empezó en lo que al Valencia se refiere de sobresaliente y acabó casi con suspenso. La locura final en la que se convirtió el Pizjuán la noche del martes no es sana, para nadie, pero sobre todo para el Valencia, que no puede permitirse el lujo de no saber descuartizar a los rivales cuando los tiene contras las cuerdas y mostrándole la yugular, y que vuelve a cometer el mismo error que se vio contra el Elche. Pasa del todo a la nada en esos extraños quince minutos de descanso. Vale la pena que el Valencia no pase por el vestuario y se quede en el césped y que no les diga nada Gattuso, porque cada vez que ocurre todo lo contrario es para pegarse un tiro en el pie. Y es que, de la misma manera que el primer acto terminó con un 0-1 que no hizo justicia al generoso despliegue físico, táctico y técnico del Valencia; en la segunda la transformación del rival -como pasó con el colista- fue de tal calibre que el Sevilla fue un adversario que a base sobre todo de fuerza y corazón consiguió encerrar a los valencianistas casi en su área. Empató otra vez con un despiste general a balón parado -lo mismo pasó contra el Elche- y tuvo opciones hasta para ganar, cosa que ciertamente no hubiera sido nada justo. Pero el Valencia tiene que darse cuenta que no puede abandonarse de tal manera ni venirse abajo con tanta frecuencia. Se empeña Gattuso en desterrar como causa de este hecho un problema físico, pero hay que empezar a buscar soluciones para que no se vuelvan a repetir situaciones tan dramáticas. No siempre se salvan los puntos.

Gattuso, dicho sea de paso, fue el primero en expresar sus temores. Cuando quitó a Ilaix y a Yunus y metió a Paulista y Almeida, el mensaje a un cuarto de hora para el final fue más que claro: protegerse atrás porque la cosa ya no pintaba nada bien. Todavía ganaba por entonces el Valencia, pero cuando se apuesta por los tres centrales es porque uno adivina el chaparrón. Así fue.

Lo curioso es la facilidad que tienen los futbolistas para borrar de su mente las cosas buenas que son capaces de hacer y dejarse llevar de una manera tan descarada. ¡Qué raro es todo! Es que por mucho que corrían, no tenían claro casi nada. El entramado se vino abajo. Con lo bien que parecía haber funcionado en la fase anterior ese doble lateral del que tiró el italiano, con muchísima movilidad de la gente y con Cavani gustándose una vez más. Su gol fue toda una delicia: por el salto y por la plasticidad del remate de cabeza. Pobre central. Carmona, quince años menos que el Matador, se deshizo de tal manera que Sampaoli lo retiró a la media hora de juego. El Valencia actuaba en plan imperial, haciéndose notar y escribiendo un guion que contó, eso sí, con dos paradones de lujo de Mamardashvili. La temporada pasada la pifió por dos veces el georgiano en este escenario y este martes fue el mejor a cada intento de Rafa Mir, primero de un chutazo y después con un cabezazo casi a bocajarro. Tan sólo un pero: el de Yunus. No funciona igual por dentro que por fuera. De mediocampista garantiza muchas cosas, como extremo naufraga cuando no levanta la cabeza y se mete él solo en líos poco productivos. Salvo ese detalle, el Valencia sólo transmitía positivismo. Hasta que descubrió su otra personalidad. Cuando eso pasa, agárrense porque de la alegría por el buen gusto van a pasar al sufrimiento hasta casi mancharse el pañal.