Conjura en el infierno de Mestalla

Bienvenidos al infierno de

El Valencia vuelve a ganar. Y eso ya es noticia. 106 días después, de nuevo entran puntos en el pírrico casillero de este equipo zarandeado también por los acontecimientos extradeportivos. Baraja pidió una tregua y Mestalla se le concedió. A Lim no se le quiere, pero al Valencia sí. Por eso la Real Sociedad, un equipo etiquetado con la Champions, fue engullido por un grupo de jugadores que con algo de fútbol y con mucha pasión acabaron por superar la presión añadida que supuso ver cómo algunos de sus rivales por el descenso habían sumado los puntos. El Valencia durmió esta noche fuera del agujero negro de la Segunda a la espera de ver cómo termina una jornada que debe servir sin dudarlo de punto de inflexión. Ocho partidos sin ganar en Liga son muchos y lo mejor esta vez es que ha quedado más o menos claro cuál es uno de los ingredientes para no quemarse vivos antes de hora.

Por supuesto que hay que mejorar, nadie lo duda. Tanto en la parte de atrás para evitar cualquier mínimo despiste como en la zona de creación y arriba. No siempre existe la fortuna de ver cómo un intento de despeje del rival acaba colándose en su propia portería. Pero también hasta para eso hay que hacer al menos algún mérito. Y el Valencia, que sufrió como no está escrito en los minutos de prolongación, también fue capaz de enseñar los dientes al adversario. No en la continuidad ni en las formas que todos desearían, pero al menos aquellos brotes verdes que un poco ingenuamente anunció Voro parece que pueden echar raíces.

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La Real también facilitó la exhibición de Mamardashvili. No hay que negarlo. Pero no se puede decir que Remiro, su colega en la otra portería, viviera una noche plácida. Lo intentaron Yunus, con un remate que le salió muy alto, y Samu Castillejo y Jesús Vázquez con sendas contras, y hasta Lino metió un balón al poste en el último tirón del partido. El Valencia, con el marcador a favor tras ese rápido contragolpe montado a golpe de pierna y un mínimo de entendimiento en el que participaron Foulquier, Hugo Duro, Lato y Lino, decidió arremangarse y prepararse para la batalla final. Todos juntos, con ayudas, sin dar un balón por perdido y dejándose de tonterías. El Valencia, que con Gattuso salía dispuesto a batallear en campo enemigo, ahora se protege con todo lo que tiene detrás de su propia trinchera, para buscarle las cosquillas a quien se le ponga delante. Lo tuvo tan claro Baraja que después del carrusel de cambios, decidió a última hora meter un tercer central en su retaguardia parar evitar los sustos habituales en el cuarto de hora del final. Esta vez se alteró la rutina. No hubo i gol de la Real ni opción clara de os donostiarras que diera a pensar en la catástrofe. Perder anoche hubiera supuesto un mazazo tan difícil de digerir para el pueblo como para el vestuario.

Menos mal que el Valencia resistió. Decidió que le iba mejor de acompañante, sin que al público le importara no sentirse dueño de la escena jugando como local. La afición, de diez, como era de esperar. Ya llegarán días mejores en los que de la agonía permanente del 1-0 se permita un respiro con más goles. Estuvo a punto de suceder, porque hasta un penalti se pitó. Hernández Hernández lo tuvo claro. A los dos minutos de la reanudación, Samu Castillejo puso la quinta tras un taconazo de Lino, y el desmarque del incansable Hugo Duro acabó con caída del delantero dentro del área visitante. Fue el VAR el que le avisó al colegiado de la posible incorrección y después de varios instantes de duda, se frustró el intento de poner el segundo en el marcador. No era penalti, ante la desesperación generalizada. Menos mal que eso no afectó en el ánimo. Ni de unos ni de otros, porque el guion siguió inalterable. La Real movió el balón de aquí para allá, mucho pase en horizontal y tímidos intentos de poner el esférico en el área, pero nunca con el criterio adecuado. Lo más difícil, lo de marcar, ya lo tenía resuelto el Valencia. Sólo faltaba sobrevivir, como fuera. La permanencia requiere este sacrificio. Es el corazón blanquinegro que algunos no tienen por muy dueños que sean.