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A falta de pan buenas son tortas. El refranero español vale para todo. Hasta para el fútbol. Cuando
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Juan Carlos Valldecabres
Tras el tanto inicial el Sevilla insistió en las ocasiones, una de Rafa Mir, otra clarísima de Ocampos en un cabezazo que detenía Cillessen y una nueva del argentino. Bordalás entendió que este no era el camino y varió el sistema. Volvió al que más le gusta, con cuatro defensas, otros tantos centrocampistas y dos delanteros. El elegido para cambiar de posición fue Diakhaby, que se dedicó a correr como si no hubiera un mañana. El Valencia se revolucionaba en agresividad. Era la única manera de igualarse a un Sevilla con un fondo de armario tremendo. Le faltaba casi medio equipo por la Copa de África y por el coronarivus y su once ya lo querría Bordalás. En ese ir y venir de acciones, Guedes tuvo una falta directa que sacó el imberbe portero andaluz, aunque las grandes ocasiones fueron sevillistas, con un palo de Rafa Mir tras marcharse de un flojito Mosquera y un cabezazo de Rakitic. A todo esto, el técnico valencianista había enviado a Foulquier a su posición y pasaba a Correia a una zona más adelantada. Y cuando moría la primera parte aparecieron dos de los miembros de la Santísima Trinidad del Valencia (faltaba Carlos Soler). Gayà centraba como sólo él sabe hacerlo y Guedes cabeceaba como si fuera Santillana. Era un empate justo porque no sólo del buen toque vive el fútbol. Hay otras variables que cuentan. El orgullo, por ejemplo. Arreones de juego y golpes de coraje. Tanto que el Valencia hasta le compitió al Sevilla cuando llegó el lío. Tángana entre jugadores y técnicos. Pero en mi casa mando yo.
Bordalás volvió a sorprender a la salida del vestuario. Mosquera, el mejor para el técnico ante el Atlético Baleares, se quedaba fuera para dar entrada a Lato. Doble lateral izquierdo y se mantenía la línea de cuatro en defensa, ahora con Diakhaby en su posición. El mensaje era claro. Presión intensa lo más cerca del área sevillista. Los de Lopetegui insistían en sacar el balón jugado y la premisa era dificultarlo. Lo consiguió en la mayoría de ocasiones. Tanto que el fútbol se embarulló y las ocasiones de gol desaparecieron. El técnico blanquinegro apostó entonces por Marcos André, aunque su incidencia fue nula, y luego por Racic por obligación porque Yunus no podía ni correr. La única opción en toda la segunda mitad fue del Sevilla. Fue clarísima. El recién llegado Corona encaró a Jaume y le mandó el balón por encima, pero con la mirilla estropeada. Los instantes finales se contrariaron para el Valencia con la expulsión de Gayà -no estará ante el Atlético el sábado- pero consiguió aguantar con arrojo. Pero Bordalás quiere más. Necesita fichajes. Falta que Murthy le quiera oír.
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