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Durará lo que dure, pero el Valencia necesitaba más que nunca salir del descenso. Por su abnegada afición, por sus voluntariosos futbolistas y por un ... Baraja que ha puesto especial empeño en que entre todos aúpen al Valencia donde no se merece, al menos por historia. Es más que probable que de aquí a final de Liga, lo que pasó anoche en Mestalla sea poco menos que una constante. De cualquier forma, bienvenidos sean estos partidos, reconvertidos poco menos que actos de heroicidad y pundonor donde nadie discute un ápice de aliento. Que el Valencia gane es cada vez menos noticia –segundo partido en casa que lo hace– pero que lo haga marcando sí. Hubo que esperar, por supuesto, no podía ser tan fácil la cosa. Un balón de Lino casi a la desesperada, control de Kluivert y toque inteligente y sutil para colársela a Herrera por el único espacio que había posible. Mestalla se vino abajo. Éxtasis en su máxima expresión. Es tal la tensión que arrastran todos los actores que hoy en día medio sostienen con vida este Valencia, que cualquier ramalazo de felicidad supone una explosión de júbilo total. Tal fue la borrachera de euforia que se experimentó en esos minutos finales, que se produjo una situación cuanto menos curiosa. Un penalti –rectificado por el VAR esta vez a favor del Valencia, que también es noticia– hizo que el público coreara el nombre de Hugo Duro para que fuera él quien lo lanzase. A Duro le sobran ganas y motivación y le falta inspiración en el remate. Pero el desafío se presentó. La aclamación hizo que el delantero cogiera el balón y se atreviera con el reto, pero su mala elección en el destino hizo que al final Herrera le desbaratara ese segundo tanto que hubiera supuesto un broche de lujo a la cita.
Al Valencia le bastó con el gol de Kluivert para cerrar la cita con los tres puntos. Méritos hizo sobradamente para ello. Que no le chuten ni una sola vez en el primer tiempo entre los tres palos ya es de por sí una magnífica tarjeta de presentación. Pero es obvio que el equipo todavía tiene que seguir remando cuesta arriba para acabar con todas las taras que arrastra desde hace tiempo y que no hay forma de ver cómo se resuelven. El del juego es un asunto pendiente, el del remate otro. A veces, los jugadores de Baraja dan la impresión de estar casi al borde de la improvisación a la hora de manejar el balón. Eso, a veces puede pasar desapercibido, pero hay tantos nervios dentro y fuera del terreno de juego que muchas veces sacan de quicio a todos. Duele, por ejemplo, ver que el líder de la defensa es en ocasiones Diakhaby, y produce cierta inquietud ver que pasan y pasan los minutos y jugadores como Yunus y Samu Castillejo, por ejemplo, no encuentran su sitio. Todo, y eso hay que señalarlo con toda justicia, se compensa con la entrega total de cada futbolista en favor del colectivo. Ahí ha calado el mensaje de Baraja. En lo otro, hay que seguir trabajando aunque todo se vez desde otra perspectiva sumando de tres en tres.
Y más cuando se produce ante equipos como Osasuna, que si algo tienen es trabajo detrás. Ver a Ricardo Arias minutos antes del partido fumar un pitillo tras otro de los nervios es un fiel reflejo de lo difícil que lo tenía esta vez el Valencia. El equipo rojillo tiene un entrenador que lleva cinco años seguidos haciendo casi lo mismo allí, y un director deportivo (Braulio Vázquez) que suma seis ejercicios de trabajo en la planificación. Sólo esos dos datos ya te hacen pensar que los pitillos de Arias podían estar más que justificados.
No obstante, el esfuerzo blanquinegro consiguió en defensa anular a Abde, sofocar la pelea constante de Kike García y hundir en la desesperación al Chimy Ávila, a quien Gayà sacó de sus casillas obligando a Arrasate hasta cambiarlo de banda para evitar la expulsión. Es la muestra del trabajo oscuro que realizó el Valencia, sin duda la mejor virtud al que se ha entregado con una fe desorbitada este equipo. Por eso, hasta media docena de saques de esquina tuvo en la primera parte, sin que ninguno acabara en gol casi por puro milagro. Lo intentaron en el remate Diakhaby y Cenk, y entre medias la tuvo Hugo Duro cuando tras la presión se encontró con un balón que Herrera desvió. El Valencia se las ingeniaba como podía pero casi siempre con Kluivert molestando más por su banda.
Luego, conforme fueron pasando los minutos y el partido fue entrando en esa fase decisiva, Mestalla empezó a aumentar de revoluciones el ambiente. Y entre unos y otros, el Valencia volvió a darle un giro de tuerca a su juego. Ayudaron, esta vez sí, los cambios. Con Nico el centro del campo ganó en consistencia, con Lino el Osasuna empezó a desgastarse por ese lado, y por el otro la sorprendente ausencia de Thierry hizo que el portugués, ágil de piernas y mente, provocara ese penalti que, como no podía ser de otra manera, hizo que el árbitro quedara al descubierto.
Por tercera vez en la noche, Iglesias Villanueva erró en su primera apreciación. Menos mal que esta vez, y a diferencia de lo que pasó en el Camp Nou, Cuadra Fernández corrigió la pifia desde el VAR. Ni Mestalla ni el Valencia se merecían otra vez que sobrevolara cualquier apunte de mano negra para hundir a un club que merece seguir viviendo entre los grandes.
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