El Valencia no solía destacar en la Liga a principio de los años sesenta. Su mejor clasificación en aquella época fue el cuarto puesto logrado en el ejercicio 64-65. Sus grandes prestaciones competitivas aparecían en los torneos por eliminatorias: la Copa y la Copa de Ferias. La metamorfosis experimentada en los duelos de ida y vuelta explica que durante tres ejercicios consecutivos, desde el 61 al 64, se alcanzaran otras tantas finales continentales, con dos títulos ganados, y al mismo tiempo se disputaran tres semifinales coperas.
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Todo cambió en el ecuador de la década, en el ejercicio 65-66, cuando se protagonizó un arranque de temporada brillante. Sin embargo las expectativas se vinieron abajo en el ecuador del torneo. El equipo sufrió un hundimiento inexplicable. El Valencia tuvo dos caras opuestas, desde septiembre hasta casi Navidad ofreció un rendimiento regular y un juego vistoso. A lo largo de la primera vuelta protagonizó un apasionante codo a codo con el Atlético de Madrid en la lucha por el liderato. Con el cambio de año, el equipo se descompuso y terminó en una mediocre novena posición.
Bajo la dirección de Sabino Barinaga, otro vasco en el banquillo después de Mundo y Pasieguito que le habían precedido, el equipo empezó a transmitir muy buenas sensaciones. El debut liguero se saldó con empate en el feudo del Sevilla. A continuación, en Mestalla, se registró un discreto triunfo por la mínima ante el Málaga. La irrupción del Valencia se produjo en una misma semana con dos triunfos consecutivos de enorme repercusión: ante el Real Madrid por 3-0 en la cuarta jornada y en el Camp Nou por 1-2 en la siguiente.
Ambos éxitos sirvieron de prólogo a un encuentro europeo que despertó una enorme expectación. Los valencianistas debían remontar el 2-0 adverso recibido en Edimburgo ante el Hibernian para seguir adelante en la Copa de Ferias, el torneo fetiche de la afición por aquel por entonces. El partido se celebró en un día festivo, el martes 12 de octubre, en horario vespertino y con una entrada imponente. Tres días antes, el Valencia había despachado al Mallorca con una goleada por 4-1 en duelo liguero que servía de ensayo para levantar la eliminatoria contra los escoceses.
La gesta ante el Hibernian quedó incompleta. Se repitió el marcador de la ida y se hizo preciso disputar un encuentro de desempate que se celebró en Mestalla gracias a la fortuna del sorteo. A principios de noviembre, el Valencia se deshizo de los británicos por un contundente 3-0 y sentenció de forma favorable su clasificación. Al mismo tiempo seguía la lucha con los colchoneros en la cabeza de la tabla. Ambos equipos midieron sus fuerzas en el viejo Metropolitano en la jornada 12, empatados a puntos en lo más alto de la clasificación. El enfrentamiento entre los dos mejores del campeonato se celebró el domingo 5 de diciembre. El duelo en la cumbre no pudo empezar peor para los visitantes que encajaron dos goles antes del descanso, uno de ellos por culpa de un clamoroso error arbitral.
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El conjunto de Barinaga reaccionó en la media hora final y encerró al Atlético en su área. Un gol de Paquito, sorprendentemente marcado de cabeza, sirvió para recortar la distancia en el marcador. La igualada definitiva a dos llegó en el último minuto gracias a una jugada prodigiosa de Urtiaga. Aquella fue la última visita liguera del Valencia al viejo Metropolitano.
Una semana después se libró una recordada batalla con el RCD Espanyol, saldada con un triunfo por la mínima después de una laboriosa remontada y con cuatro expulsados, dos por equipo. El choque adquirió una gran tensión y hubo un pique generalizado entre muchos jugadores, en especial el protagonizado por Vicente Guillot y Alfredo di Stéfano. El Valencia salió muy malparado de aquella tarde volcánica en Mestalla, con el público muy crispado con el equipo catalán. Ese clima acabó propiciando la reacción local gracias a los goles de Paquito y Waldo, el del brasileño materializado a ocho minutos de la conclusión y celebrado con enorme júbilo en la grada.
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A partir de ese día vino la descomposición. Las lesiones y las sanciones desmembraron a un conjunto que presentaba una columna vertebral en la que sobresalían dos parejas: Roberto y Paquito en la medular; Guillot y Waldo en el ataque. Por detrás de ellos, Mestre ejercía de referente en la zaga. Aquel fue el último año de Sánchez Lage y del portero Zamora, mientras que Juan Sol debutaba con 17 años. Un año después del desencanto sufrido, el valencianismo celebró la conquista de un nuevo título.
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