Intento de asalto a la sede (la antigua, que daba a la avenida de Aragón); empleada del club subida a furgón policial hablando por la megafonía para intentar apaciguar los ánimos; colas de aficionados desde el día de antes (mesita, juegos de cartas, hamacas, frío, suciedad...) repartiendo papelitos para no perder el turno en la taquilla; pintadas ofensivas hacia la directiva y presidente; enfrentamiento casi llegando a las manos entre Penev y Paco Roig por el deseo del jugador de que la plantilla tuviera más localidades; gritos de protesta en las gradas de Mestalla; agrio debate en las redes sociales; peñas disgustadas por el trato recibido –cuando les daban y cuando no– y hasta manifestaciones en la calle... el Valencia lleva décadas sin afrontar el reto de establecer un sistema lo más consensuado posible para que, en caso de llegar a una final, el abonado sepa de antemano qué se va a encontrar. La pelota se la siguen pasando las directivas, que prefieren aguantar el chaparrón en lugar de cerrar una polémica que parece ser exclusiva del Valencia.
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El domingo se experimentó en Mestalla ese disgusto y ayer el club de nuevo tuvo que salir para reforzar su discurso con lo del reparto. Pero el jaleo se vive en el valencianismo desde que en 1995 el equipo se metió en la famosa final del agua del Bernabéu. En casi todas las ocasiones que el Valencia ha tenido que disputar un título, la polémica ha estado servida. A veces, incluso ha afectado a la plantilla cuando por ejemplo con la final de Champions de París, cuando se quejó de recibir sólo 25 por cabeza cuando el Madrid daba a cada jugador 50 (sin embargo, cada consejero se reservó cien). Para París, fue histórica la cola de la afición dando la vuelta a Mestalla.
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Sólo en la Copa de 2008, la situación en cuanto a la afición fue radicalmente opuesta. Ni hubo protestas significativas ni debate por el sistema escogido a la hora de asignar las localidades (para el Vicente Calderón) y hasta justo en la víspera, el Valencia se vio forzado a publicitar que habían quedado aún 250 entradas.
Fue la excepción. ¿Por qué? Pues seguramente contribuyó a ello el mal momento del equipo en Liga, el ambiente enrarecido en la plantilla (apartados Albelda, Cañizares...) y sobre todo el hecho de que se jugara contra el Getafe un miércoles (16 de abril) en lugar de sábado. La directiva apostó por un sorteo según el número del pase para distribuir las 11.122 entradas que sacó a la venta (de las 20.000 que tuvo). Se hicieron dos grupos y como no había entonces compra on line, se sacaron para esos 'afortunados' en taquilla. Colas desde la víspera y noche al raso.
Se había sorteado también hasta los grupos de reserva. Ni se agotaron en la primera ofensiva (sobraron 2.809) ni se vendieron en la segunda para los que habían reservado. De ahí esas 250 que se sacaron a última hora. El precio iba de 45 a los 120 euros.
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Fue ese caso la última vez que el valencianismo se lo tomó con más calma. En la de 1995 nada de eso sucedió. Fue la otra cara de la moneda, cuando se vivieron escenas de tensión y cierto peligro. El Valencia, por un impulso de Paco Roig, acordó que fueran dos las entradas por cada socio y eso contribuyó al caos. El reparto dependió incluso de ir consiguiendo más conforme el Deportivo fuera descartando. Hubo también sus más y sus menos con la Agrupación de Peñas, porque se le prometieron 16.500 y finalmente sólo le dieron 9.500. Lío. «Nos han tomado el pelo», expresaba un directivo de la Agrupación, que se vio en la tesitura de que muchas peñas ya habían vendido los viajes cuando luego le entregaron menos entradas de lo que les habían dicho. Los Yomus incluso amenazaron con parar la salida de los autocares, aunque su problema no fue por las localidades (200) sino porque los autocares de Valencia se negaban a trasladarlos a Madrid.
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Las pintadas de entonces, en las paredes de las oficinas, no dejan lugar a dudas de cómo se fue caldeando el ambiente popular: «Roig mafia es», «Roig, queremos las 1.470, primer aviso y último» y «No juguéis con la afición de los fondos». Hasta el patrocinador (CIP) también tuvo sus más y sus menos con la directiva, porque les había prometido 1.000 entradas y pasaban los días sin tener noticias al respecto, pese a haber reservado 150 habitaciones en la capital y nueve autobuses.
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Eran tiempos de colas (también en la del 99 y en las dos de Champions), cuestión que Meriton se propuso eliminar. En aquella final contra el Deportivo, el Valencia dispuso de 30.000 localidades, de las que casi diez mil fueron para los peñistas, cinco mil para una agencia de viajes, 8.000 para vender en taquilla y el resto, unas siete mil, de incierto destino. «¡Que salga Roldán!», entonaban los aficionados molestos por ese amplio paquete que la directiva manejó. Cada uno se llevó 150. En la de 2019 en el Benito Villamarín, el club se reservó 3.210 entradas y optó por la fidelidad y asistencia, criterios que ahora también ha aplicado y que parecen adecuados. Otra cosa pueden haber sido las formas.
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