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De la euforia a la decepción y, de ahí, a la esperanza. Este domingo se admitía en el corazón de la ciudad deportiva de Paterna que el vestuario del Valencia todavía estaba tratando de digerir el golpetazo que el sábado le infringió el Betis. Pese ... a las continuas llamadas a la prudencia de Baraja, que se había pasado las dos últimas semanas haciendo hincapié en quitarle presión a sus jugadores repitiendo que el verdadero éxito estaba en haberse salvado del descenso, el equipo se había mentalizado de la importancia de, al menos, no perder contra los verdiblancos. Un empate desde el punto de vista blanquinegro se consideraba prácticamente como una victoria, sabiendo que había ventaja en la clasificación y que, además, todavía hay pendiente un enfrentamiento directo entre la Real Sociedad y el Betis en la parte final del campeonato. Por eso, y por los claroscuros por los que fue discurriendo el duelo, este domingo amaneció gris por Paterna y tardó algo en despejarse el panorama.
Fue la del domingo una de esas sesiones de trabajo difíciles en las que media plantilla muscula en el gimnasio (los suplentes) y la otra le da vueltas a la cabeza (los titulares) mientras corretea en la sesión regenerativa sobre el césped. Trabajo tiene por delante Baraja para levantar el alicaído ánimo de sus futbolistas, tocados por dejar escapar una magnífica oportunidad pero hábiles en difundir lo más pronto posible mensajes positivos.
Ahora toca remar de nuevo como diría Emery y a eso se dedicaron los jugadores, que saben que este lunes próximo en Barcelona pueden de nuevo recolocar la situación. No es fácil desde luego colarse ahora en Europa por cómo terminó finalmente la jornada (la Real Sociedad arañó un punto en Getafe).
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Echando un vistazo a lo que sucedió en las temporadas anteriores, ciertamente el Valencia tendría motivos suficientes para darlo prácticamente por imposible. Pero no del todo. Hay que remontarse a la temporada 2018-19 para encontrar un caso que pudiera servir como claro ejemplo a los valencianistas. En ese campeonato, tras la jornada 32 –como la actual–, el Valencia precisamente era el sexto clasificado (49 puntos), seguido del Athletic (46) y el Alavés (octavo con 45). El Espanyol, a esas alturas, era duodécimo con 41 puntos.
Lo que pasó en esas seis jornadas que restaron para que la Liga terminara es lo que podría suceder en beneficio valencianista, teniendo en cuenta además que el equipo de Baraja encima no está tan atrás en la clasificación. Pues bien, en esa media docena de encuentros que se disputaron hasta la jornada 38, el panorama cambió por completo. El Valencia de Marcelino, que era sexto, acabó como cuarto en plaza de Liga de Campeones, el Athletic que era séptimo se descabalgó hasta la octava plaza y el Sevilla que era cuarto con 52 puntos terminó sexto con 53. Lo que hizo el Espanyol –dirigido entonces por Rubi– fue pasar de ser el doce al séptimo puesto. ¿Cómo lo hizo? Pues pese a que empató tres seguidos (ante el Levante 2-2; contra el Celta 1-1 y frente al Betis 1-1), luego ganó los otros tres (al Atlético, Leganés y Real Sociedad). Con esos 12 puntos que se llevó en ese apurado final de campeonato, terminó séptimo con 53, empatado a puntos con el Athletic (solo ganó 2, empató 1 y perdió 3) pero con mejor golaveraje. Al Valencia lo del golaveraje se le ha atragantado, al menos con el Betis. Para mejorar las posibilidades está casi obligado a ganar en San Sebastián (la Real ganó en Mestalla 0-1).
Creer o no que eso se puede volver a repetir es ahora un ejercicio casi de superación por la diferencia de calidad tan importante que se vio en determinados momentos entre unos y otros jugadores en este reciente Valencia-Betis. La temporada pasada (2022-23) pasó un caso distinto: al Athletic se le escurrió la séptima plaza que tenía amarrada en la jornada 32 (47 puntos), en favor de Osasuna (53 y era noveno), que terminó sacándole dos puntos de ventaja a los de San Mamés (51) y dejándoles fuera de la Conference League.
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