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El hombre del gol. Jon García, en una imagen de un partido del Valencia, formó en la delantera con Fenoll y fue quien inauguró el marcador al cuarto de hora del inicio. lloret

Aquella final en Pamplona

Cerca del descenso. El Valencia se medía a Osasuna con Roberto Gil en el banquillo tras la destitución de Alfredo di Stéfano. Un empate dio vida al equipo

PACO LLORET

Sábado, 11 de septiembre 2021, 01:12

Diez valencianos en el campo y uno en el banquillo. Con esas armas se presentó el Valencia en Pamplona para librar una final. Situación límite. Amenaza de caída en picado. Los días previos al encuentro estuvieron envueltos de la máxima tensión. La destitución de Alfredo di Stéfano encendió la mecha de una crisis institucional, la primera de consideración a la que hubo de hacer frente Arturo Tuzón desde su llegada a la presidencia de la entidad.

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La cita ante Osasuna, correspondiente a la jornada 30 de la temporada 87-88, se antojaba repleta de dificultades. Después de Atocha, feudo inexpugnable, no había peor campo para los valencianistas que El Sadar. Territorio Comanche en aquella época. Las estadísticas eran demoledoras: en los seis antecedentes inmediatos se cosecharon otras tantas derrotas y siempre con dos goles en contra. La maldición tenía un nombre propio: Echevarría, el verdugo implacable, especializado en marcar goles a los de Mestalla.

Con las Fallas recién quemadas, se encendieron las alarmas después de la exhibición del Zaragoza que se impuso por 1-3 a un rival desangelado. En ese partido deslumbró Frank Rijkaard, cedido por el Ajax al cuadro aragonés. La derrota situaba al Valencia en una situación delicada. A falta de nueve jornadas para la conclusión del campeonato solo sumaba dos puntos por encima del descenso y empataba con la UD Las Palmas que ocupaba plaza en la zona de promoción de permanencia junto al Real Murcia, que tenía uno menos. Había congestión en esa parte de la tabla: siete equipos separados por dos puntos. Salvo el Sabadell, colista y desahuciado, los demás encaraban el tramo final con el agua al cuello.

Los dirigentes valencianistas se jugaron la carta del relevo en el banquillo. Roberto Gil, secretario técnico y hombre de la máxima confianza de la directiva, fue el elegido para reemplazar a Di Stéfano que cerraba de forma traumática su tercera y última etapa en el Valencia. Los datos invitaban a la preocupación: ocho jornadas seguidas sin conocer la victoria con cuatro empates y otras tantas derrotas. Atrás, en el inicio del ejercicio, habían quedado olvidadas las excelentes sensaciones ofrecidas por un equipo que regresaba a la máxima categoría, formado por un plantel joven y con proyección, dotado de calidad pero carente de experiencia competitiva, compensada con un trío de veteranos: Arias, Sempere y Subirats y con tres extranjeros que estaban fuera de combate para tan trascendental cita. Una circunstancia agravante que se añadía a un panorama repleto de escepticismo.

Bossio y Madjer se encontraban lesionados. Ciraolo, el tercer foráneo, había causado baja federativa después de la llegada del argelino en el mercado de invierno porque sólo se autorizaba la presencia de dos futbolistas no españoles. Había que recurrir a la gente de la casa para salir adelante. Al igual que había sucedido cuatro años antes, cuando Roberto se hizo cargo por primera vez del equipo, el técnico de Riba-roja se aplicó en recuperar la moral del grupo y recurrió a un planteamiento práctico para superar el difícil escollo que tenía por delante. En esa campaña, Osasuna sólo perdió como local un encuentro en casa, fue ante la formidable Real Sociedad de John Benjamin Toshack, subcampeón de Liga y Copa.

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El Valencia dio la cara, se vino arriba y consiguió el objetivo. Una actuación convincente que rompió con el maleficio. Se rozó el triunfo pero hubo de conformarse con el empate. Jon García, el único no valenciano del once, logró el gol que abría el marcador al cuarto de hora. Revert tuvo la posibilidad de sentenciar la contienda tras una acción prodigiosa en la que se plantó delante del portero local tras haber driblado en carrera a varios rivales pero, finalmente, falló en la ejecución. Del posible 0-2 se pasó al empate a uno, resultado definitivo.

El Valencia formó con Sempere en la portería, Voro, Revert, Arias y Giner en la zaga. Juárez, Nando, Fernando, Subirats en la medular. El goleador vasco y Fenoll en la vanguardia. En la segunda mitad, entró Arroyo por el extremo zurdo de Torrent. Ese partido supuso un espaldarazo, el primer paso para escapar del atolladero. Una semana después se confirmaron las buenas sensaciones: victoria en Mestalla por 3-1 ante la UD Las Palmas con goles de Voro, Alcañiz y, de nuevo, Jon García. Un triunfo importante porque se producía ante un rival directo al que se superaba en el gol particular y porque en toda la temporada como local no se habían logrado tres tantos.

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La racha positiva siguió con sendos meritorios empates en los campos del Sevilla y Athletic y, entre medias, victoria inapelable en Mestalla por 2-0 frente al RCD Espanyol. La reacción iniciada en Pamplona rescató al Valencia de complicaciones aunque la situación se enredó en las últimas jornadas. Una igualada con el Mallorca en el encuentro que cerraba el campeonato evitó mayores problemas. A partir de ese ejercicio se invirtió la tendencia en las visitas a Pamplona: se sumaron nueve visitas sin conocer la derrota con un balance de cuatro victorias y cinco empates. La mala racha pasó a la historia.

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