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Poder levantar la Copa como capitán es algo que no lo había ni soñado», confesaba José Luis Gayà después de eliminar al Athletic en las semifinales de Copa. Aquella noche en la que el Valencia confirmó su presencia en la mágica Cartuja, el lateral (Pedreguer, 25 de mayo de 1995) había realizado un esfuerzo extra por estar en el partido tras no haberse recuperado totalmente de su lesión. Pero el internacional no quería perdérselo. Y, aún con dolor, saltó en el balcón, disfrutó y, si no hay ningún imprevisto, jugará la final. Esa decisión, quizás imprudente, es una muestra incontestable del compromiso de Gayà con el club de su vida.
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Meses antes, en septiembre, el Valencia recibía al Real Madrid en Mestalla. En el horizonte, un liderato en Liga. A los 15 minutos de partido, justo después de saber que Gayà se había roto, Carlos Soler (Valencia, 2 de enero de 1997) lloraba desconsolado. Una lesión le iba a obligar a abandonar el terreno de juego. Sus lágrimas reflejaban la impotencia del orgulloso portador de un brazalete que sospechaba que aquel día se escapaban algo más que tres puntos.
Ambas reacciones hubieran sido, quizás, las de cualquier aficionado del Valencia. Pocas veces la exigente pero comprometida grada de Mestalla coincide en algo, y que tanto Gayà como Soler porten el brazalete de capitán es una de esas cuestiones.
«Los niños les ven por Paterna, no sólo a ellos, casos como los de Jesús Vázquez que estaban en la final de 2019 en la grada del Villamarín de aficionado y este año incluso puede jugar minutos», reconocen desde la Academia. Ambos futbolistas son la prueba tangible de que alcanzar los sueños no es utopía y de que la influencia de los técnicos en categorías inferiores puede marcar su destino. Tanto Gayà como Soler fueron reubicados desde la posición de delantero. Decisiones que no sólo les ha llevado a debutar en el equipo de sus vidas, también en la selección española.
Se sienten cómodos y respetados en la élite del fútbol y ambos son conscientes del honor que supone portar un brazalete como el del Valencia, pero también la «responsabilidad» que conlleva. Por ellos suspiran clubes de la Liga y del resto de Europa mientras en Mestalla la afición sólo espera que esta sea la primera de muchas finales de ambos como capitanes.
JOSÉ GAYÀ
Komori es uno de los restaurantes preferidos de José Gayà. Sirven comida japonesa y su nombre significa «murciélago», como el del escudo que lleva grabado en el pecho. El capitán del Valencia entró a los once años en la Academia, aunque su vínculo con el club de Mestalla empezó muchos años atrás. Con un lustro de vida fue de Pedreguer al estadio de la Avenida de Suecia, pisó por los incipientes años 2000 por primera vez la grada de un campo en el que ni siquiera hubiese podido jugar si las previsiones se hubieran cumplido y el valencianismo tuviese nueva casa desde 2010. Pero la vida tiene giros imprevistos.
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El delantero captado de Pedreguer a los 10 años y que admiraba a David Villa iba a recibir poco tiempo después una propuesta que le cambiaría la vida. Vicente Castro, entrenador de la Academia, junto con otros miembros de la escuela, decidió ubicarlo en el carril izquierdo: «Cuando lo cogí en Infantil A, en un momento de la temporada, pensamos en ponerlo de lateral porque podía tener proyección, manejaba muy bien el balón, tenía capacidad de aprender conceptos defensivos, los ofensivos ya los tenía, y él no puso ningún problema. Entendió el mensaje y asumió lo que tenía que hacer. Esta respuesta resume cómo es Gayà: un chaval que sacrifica algo tan apetecible como es estar cerca del área, que además se le daba bien, y marcar goles para jugar en otra posición, siempre en beneficio del equipo de su vida».
Porque sólo por los colores que uno ama un niño es capaz hacer los deberes del 'cole' en el coche mientras su padre conduce durante los 220 kilómetros que separan Pedreguer de Paterna. «Cuando llovía mucho les llamaba y les decía que no hacía falta que viniesen», recuerda Castro. Pero difícil convencerlo para que no fuese. 220 kilómetros de ida y vuelta cuatro días a la semana, primero en coche y después en autobús durante cuatro años. Kilómetros que le han llevado a debutar en el primer equipo del Valencia, y de la selección, y, por qué no, a levantar una Copa del Rey un mes y dos días antes de su 27 cumpleaños.
60 goles su primer año. En su debut en la cantera de Paterna destacó en la faceta anotadora jugando de delantero.
Debut en Copa. Su estreno con el primer equipo, de la mano de Pellegrino fue con 17 años, el 30 de octubre de 2012, frente a la UE Llagostera.
Precoz en Europa. El 12 de diciembre de 2013 se convirtió en el debutante más joven de la historia del club en competición europea, con 18 años, 6 meses y 17 días en un partido contra el Kuban Krasnodar.
317 partidos. Instalado en el Top 40 de la historia del club, está a un choque de igualar a un mito como Puchades.
España. Ha marcado tres goles con la selección absoluta.
CARLOS SOLER
Durante la eterna espera desde el túnel del vestuario hasta el pitido inicial de la final de Copa, Carlos Soler tendrá esa amarga sensación de saber que no encontrará en la grada de La Cartuja a su abuelo Rafael. El consuelo será sentirlo con él, en cada jugada, en la serenidad de cada balón parado y, ojalá, en una celebración que tendrá dedicatoria especial para el segundo capitán del Valencia que tuvo la suerte de, Senyera a la espalda, festejar el título de 2019 con su abuelo cogido de la mano sobre el césped del Villamarín.
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Sus ojos rasgados le llevaron, inevitablemente, a asumir el apodo cariñoso de «el chino» y sus goles en categoría Prebenjamín, a ser conocido por todos los equipos de Primera: «Era delantero puro y cuando íbamos a jugar torneos, todos los equipos le conocían y preguntaban por él», ha contado Raúl Martínez, uno de sus entrenadores en la Academia.
Nico Estévez, que llegó a entrenar el primer equipo y ahora dirige el Toronto de la MLS, fue uno de los técnicos que le reubicó. En el centro del campo encontró al mejor padrino que un valencianista puede tener, a Rubén Baraja. Cuando Soler jugaba en el Juvenil B como mediocentro, la leyenda le animó a ponerse el 8 en la espalda a través de un mensaje. Un número que no le pesó, como tampoco el 10 que heredó de Dani Parejo después de un año en el que el Valencia se quedase huérfano de un número mítico en el fútbol.
Inicios por una Game Boy. Su abuelo, Rafael, le sedujo con el regalo de la videoconsola a cambio de que se apuntara a la escuela de fútbol base de Bonrepós i Mirambell.
845 goles. Son los que marcó en todas las categorías de la cantera del Valencia desde que ingresó en ella con 7 años.
Anoeta. Prandelli le hizo debutar con el primer equipo, contra la Real Sociedad el 10 de diciembre de 2016.
232 partidos. El centrocampista ya está entre los 70 jugadores que más veces ha vestido de valencianista.
Plata Olímpica en Tokio. Su mayor logro con la selección.
David Silva fue su ídolo de infancia, aunque también ha recibido la influencia de otros futbolistas como Johan Cruyff, dentro y fuera del terreno de juego. Preocupado por cuestiones sociales, no ha dudado en unirse a la fundación de la leyenda de Países Bajos para crear un campo de fútbol en una de las zonas más desfavorecidas de Valencia para que los niños encuentren en el deporte una vía de escape. Tampoco es extraño verle promoviendo la adopción de perros abandonados, entre otras actividades solidarias. Vive en Ruzafa y la familia siempre ha sido uno de sus grandes pilares. Es habitual ver a su padre en los desplazamientos del equipo, viaje que realiza en su propio vehículo. El periplo a Sevilla de la familia Soler estará marcado por la ausencia de un abuelo que siempre estará presente.
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