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Paco lloret
Viernes, 15 de noviembre 2019, 23:50
Solo necesitó un minuto para estrenarse como goleador. David Villa apareció sobre el césped de La Romareda con el marcador en contra. Su anterior equipo, el Real Zaragoza, le había dado la vuelta al resultado. El Valencia perdía por la mínima tras haber inaugurado muy pronto el marcador gracias al tanto de otro asturiano, Miguel Ángel Angulo. El primer balón que tocó Villa significó el gol del empate. Su entrada resultó providencial. En la recta final de aquel choque correspondiente a la segunda jornada del campeonato 05-06, el 'Guaje' marcaba el primero de los 25 goles que consiguió en su primera campaña como valencianista. Aquel destello le lanzó a la titularidad, nunca volvió a ocupar plaza en el banquillo como ya le había pasado una semana antes en el partido inaugural. Quique Sánchez Flores no precisó de más evidencias. Villa era la apuesta ganadora en el ataque.
Con el paso de las jornadas se reforzaba el acierto de su contratación. Javier Subirats lo venía siguiendo desde que defendía los colores del Sporting de Gijón. Villa se quedó a un paso de conquistar el ‘Pichichi’ en su primera campaña con el Valencia, al final le superó Samuel Eto’o por un solo tanto. En la jornada que cerraba el campeonato, ambos marcaron. Villa en El Sadar donde el Valencia perdió por 2-1, el camerunés en Bilbao, donde el Barça perdió por 3-1. Su primer gol en Mestalla había llegado como zaragocista dos temporadas antes, en la 2003-04, la del glorioso doblete valencianista, cuando en un duelo liguero que parecía sentenciado al descanso con tres goles del conjunto local, los aragoneses replicaron con un par de tantos en la reanudación que ajustaron al máximo el triunfo de los de Rafa Benítez. El primero de aquellos goles fue obra de David Villa.
Un dato revelador de la campaña de su estreno es que marcó en el Bernabéu, donde el Valencia se impuso con autoridad, firmó un doblete en el Camp Nou y protagonizó un inolvidable triplete en San Mamés. En menos de cinco minutos batió por tres veces la portería de los bilbaínos. Un registro sin precedentes lejos de Mestalla. Aquellas exhibiciones le encumbraron y su debut en la Champions vino a confirmar, en la siguiente temporada, que el asturiano era uno de los delanteros más completos del continente. El Valencia logró reunir a una prodigiosa generación de jóvenes valores que combinaba con la experta columna vertebral de una época gloriosa. El futuro prometía alegrías con esa combinación de oficio y talento. Sin embargo, una vez más, el club se autodestruyó. Una serie de conflictos internos y la falta de criterio en el gobierno de la entidad condujeron al caos. El desastre estaba servido y la sinrazón se impuso. Aquel equipo ganó la Copa y coqueteó con el descenso. Pese a contar con futbolistas de máximo nivel, el rendimiento quedó hipotecado.
En la Eurocopa de 2008 se produjo la coronación internacional del ‘Guaje’. Pese a una inoportuna lesión ante Italia en cuartos, el delantero valencianista acabó como máximo goleador del torneo y exhibió una voracidad extraordinaria. El Valencia aún lo retuvo en sus filas dos campañas más, pese a que el proyecto de Soriano en la presidencia no cuajó y, a continuación, el de su sucesor, Manuel Llorente, quedó marcado por culpa del férreo control ejercido desde la distancia por el principal acreedor. Villa jugó por última vez como valencianista en el duelo ante el Xerez Deportivo resuelto sin complicaciones en Mestalla. El círculo se cerró como en su primer encuentro liguero cinco años antes. Aquel día, ante el Real Betis, salió del banquillo en los instantes finales en lugar de Pablo Aimar, autor del gol del triunfo. Frente al conjunto de Jerez también salió en la segunda mitad, en lugar de Zigic. Su último gol como jugador del Valencia tuvo lugar en Mestalla ante el Deportivo dos semanas antes y valió para conseguir la victoria.
Ante los gallegos, en Riazor, David Villa logró, probablemente, su gol más espectacular de larga carrera gracias a un lanzamiento desde el centro del campo que sorprendió adelantado a Molina, el portero de los coruñeses. Un tanto prodigioso. Otro rasgo de su productividad goleadora era que no solía darse atracones en un partido, sino que solía repartir los goles a lo largo del ejercicio de forma constante. El ‘Guaje’ nunca marcó más de dos goles en Mestalla y, además del célebre triplete relámpago de La Catedral citado con anterioridad, solo logró, una vez más, tres tantos en un partido. La gesta sucedió en el Ciutat de València ante el Levante UD que ya había perdido la categoría en la campaña 07-08. Aquella exhibición hacía presagiar la explosión que se iba a producir pocas semanas después con la selección española en tierras austríacas.
El valencianismo lo veneró como un ídolo, aún a sabiendas de la fugacidad de su vinculación con el club. La deriva económica de la entidad forzó el traspaso. Su salida estaba cantada. En las dos etapas posteriores con otras camisetas se dio una curiosa circunstancia: David Villa, el goleador insaciable, nunca le pudo marcar un gol al Valencia en todos sus enfrentamientos.
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